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Habla Yolanza Izard...

"Borges se enorgullecía, más que de los libros escritos, de los que había leído"

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La periodista Yolanza Izard nos desvela algunas de sus técnicas de trabajo y motivaciones. El periódico El Norte de Castilla (fundado en 1854) nos parapeta con ella y llegamos a confidencias.

¿En qué momento decidiste que querías escribir?
Desde que tengo uso de razón me recuerdo contando cuentos a mis hermanos y, desde que empecé a leer, escribiendo, así que en mi caso la necesidad de escribir se anticipó a mi deseo de conocer otras formas de escritura, en ese nivel primitivo –y con algo de desgarrador- de la primera conciencia.

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¿Qué te aporta la escritura? ¿Y la literatura? ¿Piensas que vale todo en literatura?
Ya entonces, tenía la necesidad de escribir, una necesidad que brotaba de manera casi instintiva de mis entrañas, no podía evitarlo, necesitaba la literatura más que como consuelo como alimento. Solo me sentía bien creando. Ahora, después de tantos años, he adquirido cierta distancia y la escritura es un modo de mantenerme viva, de mantener vivas mis emociones, pero también mi mente y mi alma. Y de mantenerme libre, porque la escritura ayuda a pensar y a sentir y a saber dónde está la realidad, más allá de lo que de manera subliminal o ruda la quieran situar. La literatura es libertad, pero aplicada a una conciencia libre. Lo único que no vale en literatura es la manipulación, por eso los escritores solemos mantener que el autor debe permanecer ajeno a toda ideología, moral o afán didáctico. El creador está mejor a oscuras y oculto, dejando que sus personajes actúen y piensen y hablen en manos de un lector hábil que sea tan artista y tan creativo como el propio autor. Hace poco leí un reportaje sobre la poesía de la yihab y estremece volver a constatar que la palabra puede ser el amo del infierno, y que no hacen falta muchas para atraer a los diablos que se creen dioses. No hay una bomba más potente. Eso lo saben bien quienes hacen cursos de debate: cualquier postura, por muy insostenible, atroz o irracional que parezca, puede defenderse y hasta parecer sensata. Hay que tener un criterio extraordinariamente poderoso, libre y trabajado para no dejarse embaucar. Pero, sobre todo, hay que tener un alma extraordinariamente poderosa, libre y trabajada, es decir, compasiva, y quizá alimentada por el dolor, como bien saben también quienes a raíz de una experiencia traumática modifican por completo su posición con respecto al sufrimiento ajeno.

¿A qué te dedicas cuando no escribes?
Cuando no escribo, enseño a escribir o enseño español o leo. Así que, como ves, todo mi mundo gira en la actualidad en torno a la lengua y la creación. Imparto clases de español a extranjeros en la Universidad Europea Miguel de Cervantes, en Valladolid, y tengo en esta ciudad un taller de escritura creativa propio, presencial, además de otro en línea con titulación de la Universidad Francisco de Vitoria en cursos intensivos que duran dos meses y medio. Acaba de comenzar pero esperamos seguir y ofrecerlos ininterrumpidamente para facilitar su acceso a todos los que estén interesados en aprender a escribir ficción o a mejorar su escritura. También soy correctora de estilo. Apenas tengo tiempo de nada más, aparte de mis críticas literarias, pero cuando me lo encargan o encuentro un hueco, me encanta pintar e ilustrar. Desgraciadamente, no tengo un par de vidas o tres para llevar a cabo todo lo que quiero hacer: mis libros, mis dibujos, los cientos de libros que quiero leer y diseccionar y de los que me gustaría aprender. Lástima.

¿Cuál es tu método de escritura? ¿Anotas lo que se te ocurre?
Me entusiasma escribir improvisando. Me encanta el proceso de descubrimiento, los hallazgos fortuitos, el asombro y la fascinación de crear aparentemente de la nada, el fogonazo súbito y arrebatador, y que todo, como por arte de magia, vaya adquiriendo un sentido, y creerme una especie de médium que atrae esas historias huérfanas que vagan en la nube del inconsciente colectivo. Creo que no hay un disfrute mayor que el de crear desde ese agujero negro que es el vacío lleno de todas las palabras y todas las historias del mundo, de ir como a ciegas despertando a las palabras dormidas, aunque sepa, como sabemos todos los escritores improvisadores, que esto no es del todo cierto, porque se trata de una improvisación a medias, en la que la mente creadora –el hemisferio derecho del cerebro- actúa al alimón con la mente racional –situada en el hemisferio izquierdo- y con mucha ayuda del oficio. Se trata de mantener a raya la lógica pero no desplazarla del todo para que nos ayude a escribir con coherencia pero de manera luminosa.

¿Se puede decir que quien lee mucho, escribe aún más?
Sí se puede decir. El escritor se nutre de la vida, de sus sueños, de sus deseos y de la lectura. Y a partes iguales. O, mejor dicho, aún más de la lectura, puesto que en ella hay una parte importante de sueño, de vida, de deseo y de meditación sobre la propia lectura, en un círculo mágico de retroalimentación y de metaliteratura. En todo caso, no hay buen escritor que no sea o haya sido un buen lector. No por nada Borges se enorgullecía, más que de los libros escritos, de los que había leído. Los buenos libros que hemos leído conforman nuestro buen gusto a la hora de escribir, sí, cuanto más lees buenos libros más quieres escribir y escribes (buenos libros).

¿Por qué las palabras deben consignarse a lo que se suele llamar la "frontera indómita"? ¿Qué supone la palabra escrita, frente a otros códigos?
La palabra escrita es más poderosa porque permanece aunque su decodificación dependa del contexto, admite la plurisemia, es decir, las múltiples interpretaciones, y la relectura, y por tanto es una e infinita al mismo tiempo. La palabra escrita permanece por encima del paso del tiempo y de las fronteras contextuales. No se lee igual a Ana Karenina ahora que en el siglo XIX, así que podemos hacer dos lecturas distintas: descontextualizando o dentro de los parámetros narrativos del siglo XIX. Esta doble lectura no sería posible en otros códigos.

¿Las palabras posibilitan un margen de libertad?
Sí, siempre hay un margen de libertad, y bastante holgado. Precisamente su característica polisémica es la que lo permite. El referente es siempre subjetivo, connotativo, en el mundo de la literatura, y más aún, dentro de ella, en el relato y en la poesía. A veces quisiéramos destruir el referente y que las palabras fueran solo música, como una jitanjáfora, o jugar en libertad con ellas, como hacían los vanguardistas, hasta pretender romper toda referencialidad como Marcel Duchamp –“Ceci n´est pas une pipe”-, o aliarlas con las matemáticas y restringir sus posibilidades, de modo que las restricciones y ciertas normas autoimpuestas generen otro tipo de libertad creativa que no proceda del mero azar, como hicieron los oulipianos –Raymond Queneau escribió una novela sin la letra “e”, la más común en la lengua francesa, por ejemplo-.

¿Te parece que los textos teóricos, las conferencias o las visitas a los colegios también sirven para ensanchar el horizonte literario?
Por supuesto que sí, la palabra necesita estar viva, moverse de lugar, salir de las bibliotecas, pasearse por el mundo, subirse a una tarima, desplegarse en un aula, sacudirse el polvo de los confesionarios y de los cajones, arrimarse a las callejas lívidas y a los niños sedientos de historias. Las palabras de los textos teóricos, de las conferencias o de las charlas en el aula deben cosecharse como las uvas, nada más madurar, y enseguida repartirse por los mercados de sabiduría, de imaginación y de fascinación, bien fresquitas para que nos nutran más.

Cuéntanos acerca de tu labor periodística. ¿Es el periodista, quizá, el prototipo ideal de escritor?
El escritor que es además periodista literario (pues eso es lo que yo soy dado que solo escribo en los suplementos culturales de los periódicos y en las revistas literarias) tiene ciertas ventajas con respecto al que es solo escritor: primero, esta labor de desentrañamiento de la obra le ayuda a obtener distintas perspectivas, sobre todo técnicas, de la ficción, y por tanto adquiere una mayor precisión a la hora de escribir, una mayor riqueza, pero también le proporciona mayor empatía con los otros autores sobre los que escribe: sabe cuánto cuesta llenar doscientas, trescientas páginas, de una novela o de una colección de cuentos, un esfuerzo ímprobo. No sé si es el prototipo ideal de escritor, pero desde luego facilita una visión panorámica, mucho más completa, abierta e interesante, del oficio de escribir.

¿Todos los libros promueven la lectura?
¿Todos los libros promueven la lectura? Evidentemente, no. Algunos libros son solo interesantes para los profesores y los escritores y los creativos y los curiosos, como el Ulises de Joyce, pero no se los des a ningún otro porque saldrán corriendo y quizá no vuelvan la vista atrás, hacia la ciudad de los lectores ciegamente enamorados de las palabras. Otros libros, al contrario, son solo aptos para los que se inician en la lectura, como Harry Potter, y bienvenidos sean porque pueden ser el principio de una pasión arrebatadora por la lectura, y que quizá dure siempre. Con el tiempo, ya se irá puliendo el gusto de estos lectores principiantes hasta que exijan a los libros una belleza, una densidad, una hondura, una originalidad, un estilo potente con su dosis exacta de transgresión, e incluso una capacidad para iluminar lo inasible o lo invisible, ya porque está oculto ya porque está demasiado cerca.

¿En qué estás trabajando ahora?
Ahora estoy dedicada a la microficción, gracias sobre todo a mis clases en el taller de escritura creativa. Yo comparto con mis alumnos la escritura, y todo lo que les pido lo escribo con ellos también. Espero que salga de todo esto, en breve, un libro de microcuentos, si es que encuentro editor, claro. También estoy corrigiendo un par de novelas ya terminadas y muy, muy reposadas, por lo que espero ser lo suficientemente objetiva como para afilar bien las tijeras y no dejarme en sus páginas ninguno de esos excesos que arruinan cualquier historia. Y leo, leo sin parar pero sin prisa: jamás me salto una línea porque, ante todo, leo para disfrutar, y hay muchas clases de disfrute: el emocional, el intelectual, el artístico, el profesional. A mí me gusta leer con todos estos disfrutes bien perfilados y al mismo tiempo, así que para mí la lectura supone un gozo cuádruple, qué suerte tengo.

"Borges se enorgullecía, más que de los libros escritos, de los que había leído"

Habla Yolanza Izard...
Martín Parra
lunes, 7 de diciembre de 2015, 19:09 h (CET)
La periodista Yolanza Izard nos desvela algunas de sus técnicas de trabajo y motivaciones. El periódico El Norte de Castilla (fundado en 1854) nos parapeta con ella y llegamos a confidencias.

¿En qué momento decidiste que querías escribir?
Desde que tengo uso de razón me recuerdo contando cuentos a mis hermanos y, desde que empecé a leer, escribiendo, así que en mi caso la necesidad de escribir se anticipó a mi deseo de conocer otras formas de escritura, en ese nivel primitivo –y con algo de desgarrador- de la primera conciencia.

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¿Qué te aporta la escritura? ¿Y la literatura? ¿Piensas que vale todo en literatura?
Ya entonces, tenía la necesidad de escribir, una necesidad que brotaba de manera casi instintiva de mis entrañas, no podía evitarlo, necesitaba la literatura más que como consuelo como alimento. Solo me sentía bien creando. Ahora, después de tantos años, he adquirido cierta distancia y la escritura es un modo de mantenerme viva, de mantener vivas mis emociones, pero también mi mente y mi alma. Y de mantenerme libre, porque la escritura ayuda a pensar y a sentir y a saber dónde está la realidad, más allá de lo que de manera subliminal o ruda la quieran situar. La literatura es libertad, pero aplicada a una conciencia libre. Lo único que no vale en literatura es la manipulación, por eso los escritores solemos mantener que el autor debe permanecer ajeno a toda ideología, moral o afán didáctico. El creador está mejor a oscuras y oculto, dejando que sus personajes actúen y piensen y hablen en manos de un lector hábil que sea tan artista y tan creativo como el propio autor. Hace poco leí un reportaje sobre la poesía de la yihab y estremece volver a constatar que la palabra puede ser el amo del infierno, y que no hacen falta muchas para atraer a los diablos que se creen dioses. No hay una bomba más potente. Eso lo saben bien quienes hacen cursos de debate: cualquier postura, por muy insostenible, atroz o irracional que parezca, puede defenderse y hasta parecer sensata. Hay que tener un criterio extraordinariamente poderoso, libre y trabajado para no dejarse embaucar. Pero, sobre todo, hay que tener un alma extraordinariamente poderosa, libre y trabajada, es decir, compasiva, y quizá alimentada por el dolor, como bien saben también quienes a raíz de una experiencia traumática modifican por completo su posición con respecto al sufrimiento ajeno.

¿A qué te dedicas cuando no escribes?
Cuando no escribo, enseño a escribir o enseño español o leo. Así que, como ves, todo mi mundo gira en la actualidad en torno a la lengua y la creación. Imparto clases de español a extranjeros en la Universidad Europea Miguel de Cervantes, en Valladolid, y tengo en esta ciudad un taller de escritura creativa propio, presencial, además de otro en línea con titulación de la Universidad Francisco de Vitoria en cursos intensivos que duran dos meses y medio. Acaba de comenzar pero esperamos seguir y ofrecerlos ininterrumpidamente para facilitar su acceso a todos los que estén interesados en aprender a escribir ficción o a mejorar su escritura. También soy correctora de estilo. Apenas tengo tiempo de nada más, aparte de mis críticas literarias, pero cuando me lo encargan o encuentro un hueco, me encanta pintar e ilustrar. Desgraciadamente, no tengo un par de vidas o tres para llevar a cabo todo lo que quiero hacer: mis libros, mis dibujos, los cientos de libros que quiero leer y diseccionar y de los que me gustaría aprender. Lástima.

¿Cuál es tu método de escritura? ¿Anotas lo que se te ocurre?
Me entusiasma escribir improvisando. Me encanta el proceso de descubrimiento, los hallazgos fortuitos, el asombro y la fascinación de crear aparentemente de la nada, el fogonazo súbito y arrebatador, y que todo, como por arte de magia, vaya adquiriendo un sentido, y creerme una especie de médium que atrae esas historias huérfanas que vagan en la nube del inconsciente colectivo. Creo que no hay un disfrute mayor que el de crear desde ese agujero negro que es el vacío lleno de todas las palabras y todas las historias del mundo, de ir como a ciegas despertando a las palabras dormidas, aunque sepa, como sabemos todos los escritores improvisadores, que esto no es del todo cierto, porque se trata de una improvisación a medias, en la que la mente creadora –el hemisferio derecho del cerebro- actúa al alimón con la mente racional –situada en el hemisferio izquierdo- y con mucha ayuda del oficio. Se trata de mantener a raya la lógica pero no desplazarla del todo para que nos ayude a escribir con coherencia pero de manera luminosa.

¿Se puede decir que quien lee mucho, escribe aún más?
Sí se puede decir. El escritor se nutre de la vida, de sus sueños, de sus deseos y de la lectura. Y a partes iguales. O, mejor dicho, aún más de la lectura, puesto que en ella hay una parte importante de sueño, de vida, de deseo y de meditación sobre la propia lectura, en un círculo mágico de retroalimentación y de metaliteratura. En todo caso, no hay buen escritor que no sea o haya sido un buen lector. No por nada Borges se enorgullecía, más que de los libros escritos, de los que había leído. Los buenos libros que hemos leído conforman nuestro buen gusto a la hora de escribir, sí, cuanto más lees buenos libros más quieres escribir y escribes (buenos libros).

¿Por qué las palabras deben consignarse a lo que se suele llamar la "frontera indómita"? ¿Qué supone la palabra escrita, frente a otros códigos?
La palabra escrita es más poderosa porque permanece aunque su decodificación dependa del contexto, admite la plurisemia, es decir, las múltiples interpretaciones, y la relectura, y por tanto es una e infinita al mismo tiempo. La palabra escrita permanece por encima del paso del tiempo y de las fronteras contextuales. No se lee igual a Ana Karenina ahora que en el siglo XIX, así que podemos hacer dos lecturas distintas: descontextualizando o dentro de los parámetros narrativos del siglo XIX. Esta doble lectura no sería posible en otros códigos.

¿Las palabras posibilitan un margen de libertad?
Sí, siempre hay un margen de libertad, y bastante holgado. Precisamente su característica polisémica es la que lo permite. El referente es siempre subjetivo, connotativo, en el mundo de la literatura, y más aún, dentro de ella, en el relato y en la poesía. A veces quisiéramos destruir el referente y que las palabras fueran solo música, como una jitanjáfora, o jugar en libertad con ellas, como hacían los vanguardistas, hasta pretender romper toda referencialidad como Marcel Duchamp –“Ceci n´est pas une pipe”-, o aliarlas con las matemáticas y restringir sus posibilidades, de modo que las restricciones y ciertas normas autoimpuestas generen otro tipo de libertad creativa que no proceda del mero azar, como hicieron los oulipianos –Raymond Queneau escribió una novela sin la letra “e”, la más común en la lengua francesa, por ejemplo-.

¿Te parece que los textos teóricos, las conferencias o las visitas a los colegios también sirven para ensanchar el horizonte literario?
Por supuesto que sí, la palabra necesita estar viva, moverse de lugar, salir de las bibliotecas, pasearse por el mundo, subirse a una tarima, desplegarse en un aula, sacudirse el polvo de los confesionarios y de los cajones, arrimarse a las callejas lívidas y a los niños sedientos de historias. Las palabras de los textos teóricos, de las conferencias o de las charlas en el aula deben cosecharse como las uvas, nada más madurar, y enseguida repartirse por los mercados de sabiduría, de imaginación y de fascinación, bien fresquitas para que nos nutran más.

Cuéntanos acerca de tu labor periodística. ¿Es el periodista, quizá, el prototipo ideal de escritor?
El escritor que es además periodista literario (pues eso es lo que yo soy dado que solo escribo en los suplementos culturales de los periódicos y en las revistas literarias) tiene ciertas ventajas con respecto al que es solo escritor: primero, esta labor de desentrañamiento de la obra le ayuda a obtener distintas perspectivas, sobre todo técnicas, de la ficción, y por tanto adquiere una mayor precisión a la hora de escribir, una mayor riqueza, pero también le proporciona mayor empatía con los otros autores sobre los que escribe: sabe cuánto cuesta llenar doscientas, trescientas páginas, de una novela o de una colección de cuentos, un esfuerzo ímprobo. No sé si es el prototipo ideal de escritor, pero desde luego facilita una visión panorámica, mucho más completa, abierta e interesante, del oficio de escribir.

¿Todos los libros promueven la lectura?
¿Todos los libros promueven la lectura? Evidentemente, no. Algunos libros son solo interesantes para los profesores y los escritores y los creativos y los curiosos, como el Ulises de Joyce, pero no se los des a ningún otro porque saldrán corriendo y quizá no vuelvan la vista atrás, hacia la ciudad de los lectores ciegamente enamorados de las palabras. Otros libros, al contrario, son solo aptos para los que se inician en la lectura, como Harry Potter, y bienvenidos sean porque pueden ser el principio de una pasión arrebatadora por la lectura, y que quizá dure siempre. Con el tiempo, ya se irá puliendo el gusto de estos lectores principiantes hasta que exijan a los libros una belleza, una densidad, una hondura, una originalidad, un estilo potente con su dosis exacta de transgresión, e incluso una capacidad para iluminar lo inasible o lo invisible, ya porque está oculto ya porque está demasiado cerca.

¿En qué estás trabajando ahora?
Ahora estoy dedicada a la microficción, gracias sobre todo a mis clases en el taller de escritura creativa. Yo comparto con mis alumnos la escritura, y todo lo que les pido lo escribo con ellos también. Espero que salga de todo esto, en breve, un libro de microcuentos, si es que encuentro editor, claro. También estoy corrigiendo un par de novelas ya terminadas y muy, muy reposadas, por lo que espero ser lo suficientemente objetiva como para afilar bien las tijeras y no dejarme en sus páginas ninguno de esos excesos que arruinan cualquier historia. Y leo, leo sin parar pero sin prisa: jamás me salto una línea porque, ante todo, leo para disfrutar, y hay muchas clases de disfrute: el emocional, el intelectual, el artístico, el profesional. A mí me gusta leer con todos estos disfrutes bien perfilados y al mismo tiempo, así que para mí la lectura supone un gozo cuádruple, qué suerte tengo.

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