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¿Cuánto lleva gastado la Humanidad en intentar controlar el VIH?

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Se dice que en 1981 aparecieron en EE.UU los primeros caso de personas infectadas por el virus del Sida; aquellos que contrajeron la enfermedad de la inmuno-deficiencia que les dejaba a merced del ataque de cualquier virus de los que pueden atacar al ser humano que, para los que no padecen tal síndrome y disponen de las defensas de las que el cuerpo humano se vale, para enfrentarse a las intrusiones malignas externas y que, normalmente, sirven para evitar que la mayoría de agresiones puedan progresar, dejándolas neutralizadas.

Parece probado que, el origen de la enfermedad, proviene de relaciones sexuales de humanos con animales, en las poblaciones africanas. Sin embargo, donde más efecto tuvo y la mayoría de los contagios que originalmente se produjeron tuvieron lugar en las relaciones homosexuales de grupos masculinos. Posteriormente se ampliaron, aparte del contacto sexual, a las transfusiones de sangre procedente de infectados y al grupo de los drogadictos que se pinchaban con agujas infectadas que compartían con otros enfermos del VIH. Este virus ha contagiado a personas de todas las categorías: homosexuales en primer lugar, pero también heterosexuales, hemofílicos, drogadictos y hasta niños; llegando a ser una de las plagas más incontrolables y mortíferas que afectan a nuestro mundo, cada vez a mayor número de personas sin que, hasta la fecha, los intentos de acabar con ella hayan conseguido éxitos definitivos, aunque es cierto que se está progresando en controlar su desarrollo y en evitar muertes que, anteriormente, eran inevitables.

Pero a mí me interesa valorar lo que le está costando a la raza humana el controlar esta enfermedad que, como parece probado, a quienes más viene afectando es a los homosexuales y, entre ellos, a los masculinos. Se habla de miles de millones invertidos en investigación, en campañas de prevención, en curas, en vacunas, en intentos de concienciación de la necesidad de evitar el contacto sexual entre personas del mismo sexo, la obligación de utilizar preservativos y evitar el contacto con los fluidos de los afectados por tal enfermedad. ¡Miles de millones de dólares o euros, que se deben detraer de otras investigaciones o miles de millones que podrían paliar la pobreza en aquellas naciones en la que es endémica o miles de millones que servirían para fabricar vacunas contra otras enfermedades como la malaria o el ébola!

Si todas las campañas de la ONU para defender los derechos de los homosexuales, si todos los miles de millones de dólares que los bancos han invertido en investigaciones, muchas de ellas fallidas, intentando encontrar un remedio para esta epidemia o las horas que los científicos se han visto obligados a utilizar para buscar el antídoto a una dolencia de la que al parecer todavía no se sabe suficiente, para poder erradicarla; se hubiesen dirigido a investigar más a fondo enfermedades como el cáncer, la diabetes, o muchas otras dolencias, casi desconocidas que, por afectar a pocas personas, no forman parte de las prioridades de los laboratorios o los científicos; es posible que se hubiera podido socorrer con éxito a muchos cientos de miles de pacientes que, no obstante, no han tenido la posibilidad de tener un tratamiento adecuado.

Resulta insultante el empeño de los gobiernos en favorecer unas relaciones que se sabe positivamente que tienen grandes posibilidades de que, quienes las mantienen, puedan contraer la enfermedad. Las justificaciones con las que se pretende darle el marchamo de normalidad a una sexualidad para la que, las condiciones físicas de los sujetos del mismo sexo, que se entregan a ella, no dispone de los mecanismos que la naturaleza proporciona a los heterosexuales para complementarse; ya es suficiente para comprobar que se trata de una desviación, llámese como se quiera, que no estaba prevista para ser practicada entre humanos. Se ha llegado al extremo de que se les han querido dar tantos derechos, se ha pretendido equipararlos tanto al resto de ciudadanos, se ha buscado encontrarles tantas justificaciones y se ha incurrido en tantos absurdos al pretenderlos encajarlos en la Sociedad que, incluso se les ha permitido casarse entre ellos y, lo que es aún peor, adoptar a niños para que los eduquen dentro de un tipo de familia especial en la que, una de las cosas que les puede suceder es que, aunque originariamente su tendencia sexual sea heterosexual, el vivir en el seno de una familia homosexual, les incline por esta tendencia.

Hemos leído un informe en el que se habla de las aportaciones del Banco Mundial, en el que se comenta que dicho organismo tiene previsto, para el 2015, un apoyo de 1.800 millones de dólares como contribución a la lucha contra el Sida; una más de las contribuciones a añadir a los fondos dedicados por la ONU a los mismos fines y los miles de millones que se recaudan a través de otras organizaciones, donaciones particulares o ONGs, en un intento de paliar las consecuencias de esta grave enfermedad. Sin embargo, ahora parece que todos los esfuerzos por controlarla no son suficientes y las estadísticas indican que, en las nuevas generaciones, los jóvenes que no han vivido los momentos de auge del VIH, parece que se olvidan de tomar las debidas precauciones a la hora de practicar el sexo; algo que, al parecer, también tiene lugar entre los homosexuales, lo que aumenta exponencialmente las posibilidades de contraer la enfermedad y, lo que todavía es peor, las posibilidades de contagiarlo a otras personas que no pertenecen al colectivo de lesbianas y homosexuales.

Resulta curiosa la coincidencia entre las dos confesiones religiosas más divulgadas y numerosas, el Cristianismo y el Islamismo, respecto al rechazo a este tipo de prácticas sexuales ( en el caso del islamismo los métodos para erradicarlas son especialmente definitivos), lo que me hace recordar el tema de la prohibición de comer carne, existente entre los católicos, durante la cuaresma o el mantener ayuno, durante el día, en el mes del Ramadam; seguramente como consecuencia de la necesidad de ahorrar en el consumo que, en aquellos tiempos bíblicos del judaísmo, la carne era un bien escaso y convenía no abusar de él. Es posible que entonces, el hecho de la homosexualidad se considerara contra natura, y se le atribuyeran determinadas enfermedades sexuales que no se daban entre los heterosexuales.

El hecho de que, según se ha constatado en las últimas estadísticas sobre esta enfermedad, se haya producido un rebote de un tiempo a esta parte, nos confirma que a pesar de los intentos de erradicarla, de los miles de millones invertidos en ello y de las campañas de concienciación que han tenido lugar en todo el mundo, la enfermedad sigue y sigue afectando primordialmente al sector de la homosexualidad, los verdaderos difusores del VIH aunque, por desgracia, su contagio no respete ni a heterosexuales ni a niños que, sin tener culpa alguna, se pueden convertir en portadores de la enfermedad con el peligro de trasmitirlo a través de sus genes a futuras generaciones. Cuando vemos la falta de sensibilidad, los pocos recursos que se emplean para salvar la vida de los niños que, a cientos de miles, mueren de hambre, sed o enfermedades contagiosas en zonas de África o Asia, y la prodigalidad que todas las naciones de Occidente muestran para solucionar el Sida, una enfermedad que nos han traído los simios y los que tuvieron sexo con ellos, al igual de los que han buscado, en el mismo sexo, el alivio a sus especiales preferencias sexuales; no podemos menos de pensar que algo injusto está ocurriendo, que el relativismo imperante, la falta de los frenos que la civilización cristiana impuso a determinadas conductas impropias o la pérdida de los valores tradicionales que la civilización de Occidente inculcó en nuestras naciones; ha facilitado que, estas nuevas costumbres, hayan conseguido el beneplácito del pueblo, fruto del efecto contagio, del que los españoles tenemos el dudoso honor de haber sido unos de los pioneros.

¿Cuánto lleva gastado la Humanidad en intentar controlar el VIH?

Miguel Massanet
miércoles, 2 de diciembre de 2015, 23:28 h (CET)
Se dice que en 1981 aparecieron en EE.UU los primeros caso de personas infectadas por el virus del Sida; aquellos que contrajeron la enfermedad de la inmuno-deficiencia que les dejaba a merced del ataque de cualquier virus de los que pueden atacar al ser humano que, para los que no padecen tal síndrome y disponen de las defensas de las que el cuerpo humano se vale, para enfrentarse a las intrusiones malignas externas y que, normalmente, sirven para evitar que la mayoría de agresiones puedan progresar, dejándolas neutralizadas.

Parece probado que, el origen de la enfermedad, proviene de relaciones sexuales de humanos con animales, en las poblaciones africanas. Sin embargo, donde más efecto tuvo y la mayoría de los contagios que originalmente se produjeron tuvieron lugar en las relaciones homosexuales de grupos masculinos. Posteriormente se ampliaron, aparte del contacto sexual, a las transfusiones de sangre procedente de infectados y al grupo de los drogadictos que se pinchaban con agujas infectadas que compartían con otros enfermos del VIH. Este virus ha contagiado a personas de todas las categorías: homosexuales en primer lugar, pero también heterosexuales, hemofílicos, drogadictos y hasta niños; llegando a ser una de las plagas más incontrolables y mortíferas que afectan a nuestro mundo, cada vez a mayor número de personas sin que, hasta la fecha, los intentos de acabar con ella hayan conseguido éxitos definitivos, aunque es cierto que se está progresando en controlar su desarrollo y en evitar muertes que, anteriormente, eran inevitables.

Pero a mí me interesa valorar lo que le está costando a la raza humana el controlar esta enfermedad que, como parece probado, a quienes más viene afectando es a los homosexuales y, entre ellos, a los masculinos. Se habla de miles de millones invertidos en investigación, en campañas de prevención, en curas, en vacunas, en intentos de concienciación de la necesidad de evitar el contacto sexual entre personas del mismo sexo, la obligación de utilizar preservativos y evitar el contacto con los fluidos de los afectados por tal enfermedad. ¡Miles de millones de dólares o euros, que se deben detraer de otras investigaciones o miles de millones que podrían paliar la pobreza en aquellas naciones en la que es endémica o miles de millones que servirían para fabricar vacunas contra otras enfermedades como la malaria o el ébola!

Si todas las campañas de la ONU para defender los derechos de los homosexuales, si todos los miles de millones de dólares que los bancos han invertido en investigaciones, muchas de ellas fallidas, intentando encontrar un remedio para esta epidemia o las horas que los científicos se han visto obligados a utilizar para buscar el antídoto a una dolencia de la que al parecer todavía no se sabe suficiente, para poder erradicarla; se hubiesen dirigido a investigar más a fondo enfermedades como el cáncer, la diabetes, o muchas otras dolencias, casi desconocidas que, por afectar a pocas personas, no forman parte de las prioridades de los laboratorios o los científicos; es posible que se hubiera podido socorrer con éxito a muchos cientos de miles de pacientes que, no obstante, no han tenido la posibilidad de tener un tratamiento adecuado.

Resulta insultante el empeño de los gobiernos en favorecer unas relaciones que se sabe positivamente que tienen grandes posibilidades de que, quienes las mantienen, puedan contraer la enfermedad. Las justificaciones con las que se pretende darle el marchamo de normalidad a una sexualidad para la que, las condiciones físicas de los sujetos del mismo sexo, que se entregan a ella, no dispone de los mecanismos que la naturaleza proporciona a los heterosexuales para complementarse; ya es suficiente para comprobar que se trata de una desviación, llámese como se quiera, que no estaba prevista para ser practicada entre humanos. Se ha llegado al extremo de que se les han querido dar tantos derechos, se ha pretendido equipararlos tanto al resto de ciudadanos, se ha buscado encontrarles tantas justificaciones y se ha incurrido en tantos absurdos al pretenderlos encajarlos en la Sociedad que, incluso se les ha permitido casarse entre ellos y, lo que es aún peor, adoptar a niños para que los eduquen dentro de un tipo de familia especial en la que, una de las cosas que les puede suceder es que, aunque originariamente su tendencia sexual sea heterosexual, el vivir en el seno de una familia homosexual, les incline por esta tendencia.

Hemos leído un informe en el que se habla de las aportaciones del Banco Mundial, en el que se comenta que dicho organismo tiene previsto, para el 2015, un apoyo de 1.800 millones de dólares como contribución a la lucha contra el Sida; una más de las contribuciones a añadir a los fondos dedicados por la ONU a los mismos fines y los miles de millones que se recaudan a través de otras organizaciones, donaciones particulares o ONGs, en un intento de paliar las consecuencias de esta grave enfermedad. Sin embargo, ahora parece que todos los esfuerzos por controlarla no son suficientes y las estadísticas indican que, en las nuevas generaciones, los jóvenes que no han vivido los momentos de auge del VIH, parece que se olvidan de tomar las debidas precauciones a la hora de practicar el sexo; algo que, al parecer, también tiene lugar entre los homosexuales, lo que aumenta exponencialmente las posibilidades de contraer la enfermedad y, lo que todavía es peor, las posibilidades de contagiarlo a otras personas que no pertenecen al colectivo de lesbianas y homosexuales.

Resulta curiosa la coincidencia entre las dos confesiones religiosas más divulgadas y numerosas, el Cristianismo y el Islamismo, respecto al rechazo a este tipo de prácticas sexuales ( en el caso del islamismo los métodos para erradicarlas son especialmente definitivos), lo que me hace recordar el tema de la prohibición de comer carne, existente entre los católicos, durante la cuaresma o el mantener ayuno, durante el día, en el mes del Ramadam; seguramente como consecuencia de la necesidad de ahorrar en el consumo que, en aquellos tiempos bíblicos del judaísmo, la carne era un bien escaso y convenía no abusar de él. Es posible que entonces, el hecho de la homosexualidad se considerara contra natura, y se le atribuyeran determinadas enfermedades sexuales que no se daban entre los heterosexuales.

El hecho de que, según se ha constatado en las últimas estadísticas sobre esta enfermedad, se haya producido un rebote de un tiempo a esta parte, nos confirma que a pesar de los intentos de erradicarla, de los miles de millones invertidos en ello y de las campañas de concienciación que han tenido lugar en todo el mundo, la enfermedad sigue y sigue afectando primordialmente al sector de la homosexualidad, los verdaderos difusores del VIH aunque, por desgracia, su contagio no respete ni a heterosexuales ni a niños que, sin tener culpa alguna, se pueden convertir en portadores de la enfermedad con el peligro de trasmitirlo a través de sus genes a futuras generaciones. Cuando vemos la falta de sensibilidad, los pocos recursos que se emplean para salvar la vida de los niños que, a cientos de miles, mueren de hambre, sed o enfermedades contagiosas en zonas de África o Asia, y la prodigalidad que todas las naciones de Occidente muestran para solucionar el Sida, una enfermedad que nos han traído los simios y los que tuvieron sexo con ellos, al igual de los que han buscado, en el mismo sexo, el alivio a sus especiales preferencias sexuales; no podemos menos de pensar que algo injusto está ocurriendo, que el relativismo imperante, la falta de los frenos que la civilización cristiana impuso a determinadas conductas impropias o la pérdida de los valores tradicionales que la civilización de Occidente inculcó en nuestras naciones; ha facilitado que, estas nuevas costumbres, hayan conseguido el beneplácito del pueblo, fruto del efecto contagio, del que los españoles tenemos el dudoso honor de haber sido unos de los pioneros.

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