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Ana Morilla

Refundar el mundo

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La campaña de Obama, ha sido un ejemplo de la máxima “Piensa globalmente, actúa localmente”. Sus bellos y ordenados discursos, apelando a categorías de valores y de pensamiento global, han estado combinados con ejemplos de problemas cotidianos de ciudadanos norteamericanos de a pié para ejemplificar sus propuestas. El reportaje publicitario que estrenó poco antes de las elecciones en las principales cadenas, presentó, con formato documental, a una clase media venida a menos, que lucha para llegar a fin de mes, como Juliana Sánchez, una viuda y madre de Nuevo México, o Mark y Melinda, un matrimonio de Louisville, Kentucky, víctimas de la reconversión en las plantas manufactureras del país.

Obama no se ha dejado tildar de utópico ni de abstracto. Ha sabido proyectar la magia de la política: diseñarse con sueños, gestionarse con soluciones.

El lema “Piensa globalmente, actúa localmente” es uno de los muchos mensajes ecologistas que dejó René Jules Dubos, que a partir del estudio de microorganismos pasó a descubrir en 1.939 la gramicidina, el primer antibiótico de interés clínico. De su preocupación por la relación entre salud humana y medio ambiente pasó a defender la salud de la Tierra y denunciar el agotamiento de los recursos y la degradación ambiental.

En lo global, la política de sueños marca a Obama una agenda cuyo principal objetivo es poner antibiótico en los virus de resentimiento y amenaza que la cínica política internacional de Bush ha inoculado a las relaciones internacionales. No es estúpido desear la mejora a través de la diplomacia de las relaciones entre los pueblos, ni perseguir la concordia internacional. No es ingenuo pretender evitar la guerra y la ignomia de la muerte y la destrucción en el Siglo XXI y la primera potencia tiene sobrados instrumentos para ello. Con éstos fines el líder demócrata deberá restañar las heridas supurantes en el mundo árabe, abordar la difícil salida de Iraq, reeditar el sentido en la de Afganistán, minimizar la confrontación con Irán o Corea del Norte enfatizando las posiciones con más lógica que agresividad, aumentar por vía comercial el vinculo con China, mostrar a Rusia que es posible ser firme sin exceso de prepotencia, tender puentes de cooperación con Venezuela, Bolivia y Cuba que le permitan poder presionar para evitar desmanes populistas o poco democráticos, y entender y reorientar a sus propios servicios de inteligencia. Pero sobretodo deberá recuperar una política exterior norteamericana honesta, en la que EE.UU no ignore el Derecho Internacional y en la que no sólo los intereses de expansión geoestratégica y económica impongan el ritmo global; que gestione un liderazgo cooperativo y global como proyección del sueño de fraternidad que Obama encarna.

En el plano doméstico, Obama ha prometido el sueño de justicia: exenciones tributarias para familias, aumento de impuestos a las rentas más altas, inversiones en energía renovable, reformar el sistema sanitario, reducir los costes de la salud pública, mejorar el sistema educativo, invitar a la ciudadanía a ser parte del Gobierno, reformular la política de corruptelas de Washington, mantener en lo ideológico una posición liberal y progresista – derecho al aborto, atención a las minorías – y no dividir al país, sino unirlo más allá de la tremenda brecha ideológica entre el cordón bíblico del centro y Sureste – de Kentucky a UTA –, representado por Sarah Palin, y los Estados litorales en los que Obama ha arrasado.

Quien dice que Obama puede suponer una decepción a la altura de las inmensas expectativas que ha generado, está teorizando con la imposibilidad de cambio que nace de la fuerza de los valores. Obama no refundará el mundo, pero muy probablemente lo mejorará; su sólo icono ya lo ha hecho. Como Luther King también tiene un sueño reformista y, además, como ha demostrado en la extenuante y excelente campaña, el sentido práctico para hacerlo real y efectivo tanto como sea posible. Sí, él puede.

Refundar el mundo

Ana Morilla
Ana Morilla
sábado, 8 de noviembre de 2008, 08:27 h (CET)
La campaña de Obama, ha sido un ejemplo de la máxima “Piensa globalmente, actúa localmente”. Sus bellos y ordenados discursos, apelando a categorías de valores y de pensamiento global, han estado combinados con ejemplos de problemas cotidianos de ciudadanos norteamericanos de a pié para ejemplificar sus propuestas. El reportaje publicitario que estrenó poco antes de las elecciones en las principales cadenas, presentó, con formato documental, a una clase media venida a menos, que lucha para llegar a fin de mes, como Juliana Sánchez, una viuda y madre de Nuevo México, o Mark y Melinda, un matrimonio de Louisville, Kentucky, víctimas de la reconversión en las plantas manufactureras del país.

Obama no se ha dejado tildar de utópico ni de abstracto. Ha sabido proyectar la magia de la política: diseñarse con sueños, gestionarse con soluciones.

El lema “Piensa globalmente, actúa localmente” es uno de los muchos mensajes ecologistas que dejó René Jules Dubos, que a partir del estudio de microorganismos pasó a descubrir en 1.939 la gramicidina, el primer antibiótico de interés clínico. De su preocupación por la relación entre salud humana y medio ambiente pasó a defender la salud de la Tierra y denunciar el agotamiento de los recursos y la degradación ambiental.

En lo global, la política de sueños marca a Obama una agenda cuyo principal objetivo es poner antibiótico en los virus de resentimiento y amenaza que la cínica política internacional de Bush ha inoculado a las relaciones internacionales. No es estúpido desear la mejora a través de la diplomacia de las relaciones entre los pueblos, ni perseguir la concordia internacional. No es ingenuo pretender evitar la guerra y la ignomia de la muerte y la destrucción en el Siglo XXI y la primera potencia tiene sobrados instrumentos para ello. Con éstos fines el líder demócrata deberá restañar las heridas supurantes en el mundo árabe, abordar la difícil salida de Iraq, reeditar el sentido en la de Afganistán, minimizar la confrontación con Irán o Corea del Norte enfatizando las posiciones con más lógica que agresividad, aumentar por vía comercial el vinculo con China, mostrar a Rusia que es posible ser firme sin exceso de prepotencia, tender puentes de cooperación con Venezuela, Bolivia y Cuba que le permitan poder presionar para evitar desmanes populistas o poco democráticos, y entender y reorientar a sus propios servicios de inteligencia. Pero sobretodo deberá recuperar una política exterior norteamericana honesta, en la que EE.UU no ignore el Derecho Internacional y en la que no sólo los intereses de expansión geoestratégica y económica impongan el ritmo global; que gestione un liderazgo cooperativo y global como proyección del sueño de fraternidad que Obama encarna.

En el plano doméstico, Obama ha prometido el sueño de justicia: exenciones tributarias para familias, aumento de impuestos a las rentas más altas, inversiones en energía renovable, reformar el sistema sanitario, reducir los costes de la salud pública, mejorar el sistema educativo, invitar a la ciudadanía a ser parte del Gobierno, reformular la política de corruptelas de Washington, mantener en lo ideológico una posición liberal y progresista – derecho al aborto, atención a las minorías – y no dividir al país, sino unirlo más allá de la tremenda brecha ideológica entre el cordón bíblico del centro y Sureste – de Kentucky a UTA –, representado por Sarah Palin, y los Estados litorales en los que Obama ha arrasado.

Quien dice que Obama puede suponer una decepción a la altura de las inmensas expectativas que ha generado, está teorizando con la imposibilidad de cambio que nace de la fuerza de los valores. Obama no refundará el mundo, pero muy probablemente lo mejorará; su sólo icono ya lo ha hecho. Como Luther King también tiene un sueño reformista y, además, como ha demostrado en la extenuante y excelente campaña, el sentido práctico para hacerlo real y efectivo tanto como sea posible. Sí, él puede.

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