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Los cien mil colores oscilan del blanco bueno al negro malo del luto y viceversa

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El abanico de los mil colores,
se lo regaló una noche la luna a Matías,
tenía la gama de los mil sentimientos, todos los tonos del muy, muy pésimo al muy, muy bonito y bello.

Vestían todos ellos con elegancia alegre o con ese luto perdedor el abanico de Matías,
sería un hombre muy afortunado,
tenía en su poder los colores del bien y del mal.

"Hola, soy yo, Matías. Te regalo un color blanquecino si estás llorando...
y el rojo para la fuerza si tu karma está hoy tenuemente muerto,
el verde, para la esperanza en este mundo perdido por el avaro capricho de querer el don de ser la tierra, este planeta está muerto de envidia de lujo”.

El niño regalaba y regalaba muchos colores cálidos y de la fortaleza necesaria...

Un día bajó la luna en cuarto menguante,
le dijo a Matías mientras medio dormía:
"Matías, Matías, no regales tantos colores, estás ya muy escaso de tonos buenos y de tonos de fuerza y esperanza".

El niño se sentó en su somier de seda blanca y respondió al astro lunar:
"regalo a todo el mundo, regalo a la mamá que no puede dar de comer a su hijo, regalo también aquél que no puede con la osadía del falso comprado ser superior,
a esa gente que no puede dormir con los disparos de guerra y también, contra los toques de queda para que la noche sea sólo fiesta y que la alegría adorne a sus estrellas apagadas".

La luna muy apenada bajó su mirada y susurró:
"¡Ay, Matías! Si sólo tienes mil colores en tu abanico...", se puso ésta sobre su cabeza una gran estrella como sombrero y cogió su bastón luminoso de cien estrellas pequeñas,
"miraré qué puedo hacer... duerme niño, duerme y ten cuidado que sólo te quedan la melancolía, la tristeza y la maldad, los otros tonos se han ido apagando poco a poco por tu exceso de corazón rojo".

Matías se fue a dormir muy triste,
el abanico luminoso en mal sino se medio apagó,
lo había metido en un viejo baúl, tenía tres candados de acero fuerte viejo...

Cada día subían más las peticiones de aquellos desesperados espíritus vacíos,
por las miserias y por aquellas ganas que tiene cada ser de mejorar el sino de su vida,
mas el destino de los colores de nuestro niño estaba bien guardado y a salvo de que perdiera su luz y se apagase para siempre el don de esos mil colores.

Los tonos cálidos y los fuertes junto a la verde y otras esperanzas perdidas,
aguardaban la llegada de los nuevos tonos para su tenue luz,
sus compañeros se habían ido y el abanico de los colores estaba ya muy triste y algo negro turbio en su karma.

Todo el mundo lloraba por algo de nueva luz,
y de nueva esperanza de mejoría en su apagado destino,
un día, bajó la luna vestida de un blanco profundo y luminoso de sus estrellas mientras dormía Matías.

El astro lunar llena de luz blanca le dio al niño otro abanico,
éste portaba cien mil nuevos colores de todos los tonos existentes, tenía también un interruptor mágico,
funcionaba si la luna le decía: "Matías, Matías das muchos colores..."

Matías debía de responder:
"es para todo tipo de seres, este color es para todo aquel que quiere dormir en paz sin los disparos de guerra por esas viejas desidias de negro poder,
y este otro color de tono cálido-medio es para los niños que no comen y para viejas esperanzas en estos nuevos caminos con el sino perdido por el infortunio de vivir su triste vida".

Y así se citaría siempre cuando los colores buenos y cálidos se esfumasen casi del todo,
la luna encendería la luz del interruptor del abanico de colores con su sombrero de gran estrella,
todo el mundo tendría su mejor sino en esta vida, tan escasa de luz y tan avara en tonos cálidos y de fortaleza perdida por los deseos de aquél que quiere todo para él sólo...

No obstante, os dejo un poco de colores de tonos más oscuros, casi tenebrosos,
para esos momentos en el que hay que ser un poco malos y medio egoístas,
en esta estrategia que sería poder vivir bien el destino donde miles y miles de ojos nos observan con la mirada fijamente perdida en su conciencia de saber quiénes son.

Los cien mil colores oscilan del blanco bueno al negro malo del luto y viceversa

Esther Videgain
martes, 1 de diciembre de 2015, 23:31 h (CET)
El abanico de los mil colores,
se lo regaló una noche la luna a Matías,
tenía la gama de los mil sentimientos, todos los tonos del muy, muy pésimo al muy, muy bonito y bello.

Vestían todos ellos con elegancia alegre o con ese luto perdedor el abanico de Matías,
sería un hombre muy afortunado,
tenía en su poder los colores del bien y del mal.

"Hola, soy yo, Matías. Te regalo un color blanquecino si estás llorando...
y el rojo para la fuerza si tu karma está hoy tenuemente muerto,
el verde, para la esperanza en este mundo perdido por el avaro capricho de querer el don de ser la tierra, este planeta está muerto de envidia de lujo”.

El niño regalaba y regalaba muchos colores cálidos y de la fortaleza necesaria...

Un día bajó la luna en cuarto menguante,
le dijo a Matías mientras medio dormía:
"Matías, Matías, no regales tantos colores, estás ya muy escaso de tonos buenos y de tonos de fuerza y esperanza".

El niño se sentó en su somier de seda blanca y respondió al astro lunar:
"regalo a todo el mundo, regalo a la mamá que no puede dar de comer a su hijo, regalo también aquél que no puede con la osadía del falso comprado ser superior,
a esa gente que no puede dormir con los disparos de guerra y también, contra los toques de queda para que la noche sea sólo fiesta y que la alegría adorne a sus estrellas apagadas".

La luna muy apenada bajó su mirada y susurró:
"¡Ay, Matías! Si sólo tienes mil colores en tu abanico...", se puso ésta sobre su cabeza una gran estrella como sombrero y cogió su bastón luminoso de cien estrellas pequeñas,
"miraré qué puedo hacer... duerme niño, duerme y ten cuidado que sólo te quedan la melancolía, la tristeza y la maldad, los otros tonos se han ido apagando poco a poco por tu exceso de corazón rojo".

Matías se fue a dormir muy triste,
el abanico luminoso en mal sino se medio apagó,
lo había metido en un viejo baúl, tenía tres candados de acero fuerte viejo...

Cada día subían más las peticiones de aquellos desesperados espíritus vacíos,
por las miserias y por aquellas ganas que tiene cada ser de mejorar el sino de su vida,
mas el destino de los colores de nuestro niño estaba bien guardado y a salvo de que perdiera su luz y se apagase para siempre el don de esos mil colores.

Los tonos cálidos y los fuertes junto a la verde y otras esperanzas perdidas,
aguardaban la llegada de los nuevos tonos para su tenue luz,
sus compañeros se habían ido y el abanico de los colores estaba ya muy triste y algo negro turbio en su karma.

Todo el mundo lloraba por algo de nueva luz,
y de nueva esperanza de mejoría en su apagado destino,
un día, bajó la luna vestida de un blanco profundo y luminoso de sus estrellas mientras dormía Matías.

El astro lunar llena de luz blanca le dio al niño otro abanico,
éste portaba cien mil nuevos colores de todos los tonos existentes, tenía también un interruptor mágico,
funcionaba si la luna le decía: "Matías, Matías das muchos colores..."

Matías debía de responder:
"es para todo tipo de seres, este color es para todo aquel que quiere dormir en paz sin los disparos de guerra por esas viejas desidias de negro poder,
y este otro color de tono cálido-medio es para los niños que no comen y para viejas esperanzas en estos nuevos caminos con el sino perdido por el infortunio de vivir su triste vida".

Y así se citaría siempre cuando los colores buenos y cálidos se esfumasen casi del todo,
la luna encendería la luz del interruptor del abanico de colores con su sombrero de gran estrella,
todo el mundo tendría su mejor sino en esta vida, tan escasa de luz y tan avara en tonos cálidos y de fortaleza perdida por los deseos de aquél que quiere todo para él sólo...

No obstante, os dejo un poco de colores de tonos más oscuros, casi tenebrosos,
para esos momentos en el que hay que ser un poco malos y medio egoístas,
en esta estrategia que sería poder vivir bien el destino donde miles y miles de ojos nos observan con la mirada fijamente perdida en su conciencia de saber quiénes son.

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