Dejando a un lado aquellas noticias que redundan en casos de corrupción política, pero a las que nunca acabo -ni acabaré me temo- de acostumbrarme, no consigo encontrar con facilidad en la prensa últimamente noticias que susciten en mí suficiente interés como para redactar unas líneas a su costa. Todo son desgracias o banalidades, o lo que todavía es peor, las dos juntas, lo que satura hoy los teletipos. Se echan en falta en las redacciones de los tabloides reseñas como las de antaño, en las que dominaba un espíritu crítico capaz de levantar a un muerto, pero por las solapas.
Ahora las noticias son al estilo de la siguiente, aparecida en el digital del Diario de Mallorca de ayer: “Pablo Iglesias le canta una nana a María Teresa Campos”. Aunque la noticia procede en realidad de una agencia –tendría guasa pagar a un periodista para que se tragase enterito un programa de entretenimiento- yo no me puedo creer que nadie haya sido capaz de filtrarla lo suficiente para que, como mínimo, no aparezca en portada. Como trivial que es, y por muy mediático que pueda resultar el personaje, yo creo que a estas alturas uno tiene que saber distinguir el heno de la paja, y no dejarse engatusar por las apariencias.
Muchas cosas le quedan todavía por aclarar al señor Iglesias ante el censo, acerca de cómo piensan llevar a cabo las reformas que pretende su formación si tuviese la oportunidad de gobernar o, en su defecto, conseguir llegar a ser bisagra, y hasta dónde estarían dispuestos a ceder en ese último caso sin tener que renunciar del todo a sus principios.
El hecho de que Pablo Iglesias sepa o no extraer unos acordes de una guitarra española, francamente me tiene sin cuidado, me interesa mucho más conocer de qué manera piensa combatir las desigualdades, el paro o la corrupción, que son cuitas que verdaderamente preocupan a una ciudadanía que, con la que está cayendo, no tiene tiempo para zarandajas.