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Diciembre

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Respeto al máximo a todas las personas que afirman que no les agrada el mes de diciembre por lo que tiene de nostálgico al no poder disfrutar de la presencia de algunos seres queridos en tan señaladas fechas; no es mi caso, y miren ustedes que un 24 de diciembre murió mi querido hermano Fernando.

Y además este último mes del año se acabará todo este rosario de improperios, sondeos, campaña, debates, promesas que no se cumplirán y por fin tendremos el Presidente que la ciudadanía haya estimado que menos nos engañará, aunque a mí, tal vez por la edad, no me asombrará lo más mínimo que lo intente y lo consiga.

Me encanta diciembre porque mi chorla se llena de recuerdos inolvidables en su última decena; me vienen a la memoria tantas y tan variadas imágenes de todas las etapas de mi vida que me recreo en ellas en un intento de hacerlas vida de nuevo.

Ya sé que estas cosas no se llevan en las grandes urbes, tal vez tampoco en las medianas localidades, pero sí en las pequeñas casas mata de los barrios obreros, como aquella en la que yo viví mi infancia y la que dediqué alguna que otra nana, como aquella que decía: “Casa verde hogareña,/ mi casa mata,/ la del arroz con leche/ y la tisana.”

Otros tiempos, otras costumbres y otros valores que añoro, aunque la libertad estuviese esquilmada; pero yo, pequeño rapaz mocoso, todavía no sabía de valores como ese, y lo pasaba pipa ayudando a la señora Antonia darle forma a la masa para confeccionar unos perfectos mantecados que después llevábamos a la panadería de Teresa, engullendo uno borrachuelos sin cabello de ángel o rociando mi boca con un puñado de ricos piñones y sabrosas peladillas.

Gozábamos de lo lindo construyendo el belén que tenía un nacimiento, la estrella, un papel azul que significaba el cielo y confiaba en que el Mago Baltasar me trajese un par de colts del 45, bastante más pacíficos que esas maquinitas de hoy que te otorgan miles de puntos por matar soldados.

Y los villancicos, ¡oh los villancicos!, con zambombas y panderos acompañando al que cantaba siempre mi madre. Qué dulzura escuchar: “Por los caminos del cielo/ se pasea una doncella/ se llamaba Encarnación/ porque Dios se encarnó en ella”.

Un jolgorio de sencillez, o sea, el cielo entre nosotros; cielo que me afano en recrear para la “pastora” y un servidor de ustedes y la verdad.

Diciembre

José García Pérez
lunes, 30 de noviembre de 2015, 23:38 h (CET)
Respeto al máximo a todas las personas que afirman que no les agrada el mes de diciembre por lo que tiene de nostálgico al no poder disfrutar de la presencia de algunos seres queridos en tan señaladas fechas; no es mi caso, y miren ustedes que un 24 de diciembre murió mi querido hermano Fernando.

Y además este último mes del año se acabará todo este rosario de improperios, sondeos, campaña, debates, promesas que no se cumplirán y por fin tendremos el Presidente que la ciudadanía haya estimado que menos nos engañará, aunque a mí, tal vez por la edad, no me asombrará lo más mínimo que lo intente y lo consiga.

Me encanta diciembre porque mi chorla se llena de recuerdos inolvidables en su última decena; me vienen a la memoria tantas y tan variadas imágenes de todas las etapas de mi vida que me recreo en ellas en un intento de hacerlas vida de nuevo.

Ya sé que estas cosas no se llevan en las grandes urbes, tal vez tampoco en las medianas localidades, pero sí en las pequeñas casas mata de los barrios obreros, como aquella en la que yo viví mi infancia y la que dediqué alguna que otra nana, como aquella que decía: “Casa verde hogareña,/ mi casa mata,/ la del arroz con leche/ y la tisana.”

Otros tiempos, otras costumbres y otros valores que añoro, aunque la libertad estuviese esquilmada; pero yo, pequeño rapaz mocoso, todavía no sabía de valores como ese, y lo pasaba pipa ayudando a la señora Antonia darle forma a la masa para confeccionar unos perfectos mantecados que después llevábamos a la panadería de Teresa, engullendo uno borrachuelos sin cabello de ángel o rociando mi boca con un puñado de ricos piñones y sabrosas peladillas.

Gozábamos de lo lindo construyendo el belén que tenía un nacimiento, la estrella, un papel azul que significaba el cielo y confiaba en que el Mago Baltasar me trajese un par de colts del 45, bastante más pacíficos que esas maquinitas de hoy que te otorgan miles de puntos por matar soldados.

Y los villancicos, ¡oh los villancicos!, con zambombas y panderos acompañando al que cantaba siempre mi madre. Qué dulzura escuchar: “Por los caminos del cielo/ se pasea una doncella/ se llamaba Encarnación/ porque Dios se encarnó en ella”.

Un jolgorio de sencillez, o sea, el cielo entre nosotros; cielo que me afano en recrear para la “pastora” y un servidor de ustedes y la verdad.

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