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¿Un Papa peronista que busca, en la miseria, la causa del terrorismo?

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“Cuando Calixto III falleció, en 1458, Rodrigo de Borja (el que fue el papa Alejandro VI) había tejido las alianzas necesarias para mantenerse en la “tupida telaraña del poder”. Pronto se estableció en Roma sin perder contacto son Valencia. Más allá de sus numerosas obligaciones, no descuidó sus relaciones privadas. Así, tuvo 10 hijos conocidos a lo largo de su vida, ya sea siendo Cardenal o Pontífice. De sus hijos se destacaron César, Juan, Lucrecia y Jofre, frutos de su romance con Vanozza Catanei, su amante preferida. Sólo estos cuatro fueron reconocidos como los legítimos Borgia, los otros, representaron un papel más modesto, y fueron relegados al ostracismo en la mayor parte de los casos.”

Es evidente que, a lo largo de la historia de la Iglesia católica, no todos sus más altos jerarcas supieron mantener los postulados de pobreza, el mantenimiento de la paz, el ser ejemplo de humildad y buenas costumbres o el renunciar a los placeres de la carne y a las riquezas; para entregarse al servicio de los demás, la vida ascética y la oración, tal y como dejó el testimonio de la vida y la muerte de Jesucristo, tal y como nos ha llegado a través de los cuatro evangelios que nos trasmitieron los testimonios de San Juan, San Mateo, San Lucas y San Marcos. Fueron tiempos tumultuosos en los que el poder de la Iglesia quería competir, en ocasiones con ventaja, con el del resto de las naciones y de los reyes europeos. No faltaron las guerras religiosas y las excomuniones, como medio de amenaza y castigo, para aquellos que no aceptaban que el papado interfiriera en sus aspiraciones territoriales. También fueron tiempos de las grandes herejías como las de Lucero y Calvino, rápidamente condenadas por la iglesia oficial, que no quiso aceptar, aparte de las desviaciones doctrinales que llevaban consigo, la carga de verdad que escondían, en cuanto suponían el rechazo de las prácticas de una curia dominada por muchos de los vicios humanos que tanto condenaban sus ministros desde lo alto de los púlpitos.

Muchos estamos sorprendidos, inquietos y un tanto desconcertados ante la persona del Papa Francisco, su forma de actuar, sus manifestaciones, sus cambios, y su evidente concepto “justicialista” de la política, algo que, seguramente, ha adquirido en el tiempo que ha estado viviendo en su tierra, la Argentina. Si en un principio nos dio la sensación que había entrado savia nueva en un Vaticano dominado por mafias curiales; si creímos que la labor que se había impuesto de desterrar malas prácticas, negocios oscuros de la Banca Vaticana y hacer limpieza de cardenales que se habían olvidado de sus deberes entregándose más a la buena vida y los placeres humanos que al ejercicio adusto de su cargo como ministros de la iglesia; pronto nos hemos dado cuenta de que parece que este pontífice viene influenciado por la “Teología de la liberación” que, en resumen, se puede definir como: “un intento de interpretar las Escrituras a través de la crisis económica de los pobres.”

Sus ataques continuos al sistema capitalista como si fuera el único, al menos el principal, causante de la miseria de los pueblos; su forma de obviar todo lo que representa el sistema de libre mercado o el hecho de que existan emprendedores que progresen y creen puestos de trabajo, aún en el caso de que ellos consigan hacer grandes fortunas, tachándolo con una cierta ligereza de ser un sistema corrupto y contrario al sentir de la Iglesia; nos hace pensar que nos encontramos ante una persona que trata con una cierta falta de perspectiva aspectos que, al generalizarlos, entran en un campo que se sale de la religión para entrar en el ámbito de la política; dando la sensación, en algunos momentos, de que participa del kitchnerismo de su amiga doña Cristina, con la que parece que mantiene unas buenas relaciones.

En su último desplazamiento a países africanos, viene insistiendo en relacionar, como causa del terrorismo religioso que está azotando Oriente Medio, países de África y, esporádicamente, atentando en las capitales europeas; como una consecuencia directa de la pobreza existente en muchas comunidades musulmanas. Esta teoría supone un error político, porque no se trata de que los yihadistas sean precisamente unos desgraciados a los que la miseria ha enviado a alistarse en las milicias de ISIS. Empecemos por que, la yijad, surge de la religión musulmana, de algunos fragmentos mal interpretados del Corán, jaleados por imanes que, con sus falsas glosas del texto sagrado, han levantado la ira del pueblo, avivando su rencor hacia los “infieles” y empujando a las huestes islámicas a coger las armas para luchar en contra de los árabes no musulmanes y demás personas que no se quieran convertir a la fe de Mahoma, entre ellas los cristianos.

El pertenecer al EI entraña, de por sí, el asumir una forma cruel y despiadada de lucha que implica el no dar cuartel a quienes consideran sus enemigos, de modo que cualquiera que caiga en su poder y no quiera abjurar de sus propias creencias y convertirse en su esclavo, se convierte en víctima propiciatoria de sus captores. Es evidente que, la pobreza o la miseria, no suponen el estar dispuesto a tomar el cuchillo y cortarles la cabeza a víctimas inocentes que, en la mayoría de los casos, son tan o más pobres que sus verdugos. No se puede identificar pobreza con terrorismo y si este es islámico todavía con mayor razón. De hecho, muchos de los que se han reclutado para el ejército islámico son personas de buenas familias, un buen número de ellos con carreras universitarias y que se han enrolado en busca de aventuras o con el objetivo de poder satisfacer sus instintos de matarifes desalmados.

No negaremos que la intención del Papa Francisco sea buena, que sus objetivos sean plausibles y que lo que intenta es conseguir que la humanidad reaccione ante tanta injusticia y miseria; pero se debe tener en cuenta que, para ello, no se puede olvidar que, hasta ahora, en aquellos países en los que está o ha estado implantando el comunismo o regímenes parecidos, la miseria es más profunda y duradera que en aquellos otros en los que existe libertad de comercio, que hay personas emprendedoras y otras que financian las empresas que, a la vez, generan riqueza, proporcionan trabajo y permiten que cualquier ciudadanos, dentro de un régimen democrático, pueda aspirar a mejorar, a alcanzar un puesto mejor y a participar, en algunos casos, en las labores de dirección tanto de sociedades privadas como de puestos en la Administración del Estado.

No creemos, que haciendo tábula rasa de los sistemas políticos, actualmente más expandidos en Occidente, aquellos que precisamente han conseguido mayor nivel de vida para sus ciudadanos; intentando modificar o cambiar el régimen político por el que se vienen rigiendo, para sustituirlo por no se sabe que clase de sistema igualitario, que limite la riqueza de unas personas para subvencionar a otras que puede que hayan preferido no esforzarse, trabajar duro, estudiar o explotar sus cualidades; métodos que la historia y la experiencia obtenida de aquellos que los quisieron implantar, nos han revelado que siempre han conducido a los pueblos donde han estado vigentes a la bancarrota del estado y la miseria de sus ciudadanos. Hoy en día basta fijarse en Venezuela, en manos de un feroz dictador, el señor Maduro, cuyos métodos expeditivos y su falta de espíritu democrático le lleva a amenazar, encarcelar y puede que a eliminar a quienes quieren oponérsele presentándose, como candidatos, a las próximas legislativa. Y es que, aquellos que caen en el cepo comunista, deben saber que han dejado de tener libertades individuales, posibilidades de escoger otro régimen o la opción a abandonar el país, convertido para ellos en una gran cárcel, algo que ha venido sucediendo en Cuba durante muchos años.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie y con el debido respeto por la persona de SS el Papa, tenemos que manifestar nuestro desacuerdo con lo que se pudiera interpretar, como lo referente a la cita de la moneda del César que Jesucristo dictaminó que lo del César pertenecía al César y, no obstante, en lo referente a la religión, la infalibilidad en los dogmas sería competencia del Papa de Roma.

¿Un Papa peronista que busca, en la miseria, la causa del terrorismo?

Miguel Massanet
sábado, 28 de noviembre de 2015, 23:09 h (CET)
“Cuando Calixto III falleció, en 1458, Rodrigo de Borja (el que fue el papa Alejandro VI) había tejido las alianzas necesarias para mantenerse en la “tupida telaraña del poder”. Pronto se estableció en Roma sin perder contacto son Valencia. Más allá de sus numerosas obligaciones, no descuidó sus relaciones privadas. Así, tuvo 10 hijos conocidos a lo largo de su vida, ya sea siendo Cardenal o Pontífice. De sus hijos se destacaron César, Juan, Lucrecia y Jofre, frutos de su romance con Vanozza Catanei, su amante preferida. Sólo estos cuatro fueron reconocidos como los legítimos Borgia, los otros, representaron un papel más modesto, y fueron relegados al ostracismo en la mayor parte de los casos.”

Es evidente que, a lo largo de la historia de la Iglesia católica, no todos sus más altos jerarcas supieron mantener los postulados de pobreza, el mantenimiento de la paz, el ser ejemplo de humildad y buenas costumbres o el renunciar a los placeres de la carne y a las riquezas; para entregarse al servicio de los demás, la vida ascética y la oración, tal y como dejó el testimonio de la vida y la muerte de Jesucristo, tal y como nos ha llegado a través de los cuatro evangelios que nos trasmitieron los testimonios de San Juan, San Mateo, San Lucas y San Marcos. Fueron tiempos tumultuosos en los que el poder de la Iglesia quería competir, en ocasiones con ventaja, con el del resto de las naciones y de los reyes europeos. No faltaron las guerras religiosas y las excomuniones, como medio de amenaza y castigo, para aquellos que no aceptaban que el papado interfiriera en sus aspiraciones territoriales. También fueron tiempos de las grandes herejías como las de Lucero y Calvino, rápidamente condenadas por la iglesia oficial, que no quiso aceptar, aparte de las desviaciones doctrinales que llevaban consigo, la carga de verdad que escondían, en cuanto suponían el rechazo de las prácticas de una curia dominada por muchos de los vicios humanos que tanto condenaban sus ministros desde lo alto de los púlpitos.

Muchos estamos sorprendidos, inquietos y un tanto desconcertados ante la persona del Papa Francisco, su forma de actuar, sus manifestaciones, sus cambios, y su evidente concepto “justicialista” de la política, algo que, seguramente, ha adquirido en el tiempo que ha estado viviendo en su tierra, la Argentina. Si en un principio nos dio la sensación que había entrado savia nueva en un Vaticano dominado por mafias curiales; si creímos que la labor que se había impuesto de desterrar malas prácticas, negocios oscuros de la Banca Vaticana y hacer limpieza de cardenales que se habían olvidado de sus deberes entregándose más a la buena vida y los placeres humanos que al ejercicio adusto de su cargo como ministros de la iglesia; pronto nos hemos dado cuenta de que parece que este pontífice viene influenciado por la “Teología de la liberación” que, en resumen, se puede definir como: “un intento de interpretar las Escrituras a través de la crisis económica de los pobres.”

Sus ataques continuos al sistema capitalista como si fuera el único, al menos el principal, causante de la miseria de los pueblos; su forma de obviar todo lo que representa el sistema de libre mercado o el hecho de que existan emprendedores que progresen y creen puestos de trabajo, aún en el caso de que ellos consigan hacer grandes fortunas, tachándolo con una cierta ligereza de ser un sistema corrupto y contrario al sentir de la Iglesia; nos hace pensar que nos encontramos ante una persona que trata con una cierta falta de perspectiva aspectos que, al generalizarlos, entran en un campo que se sale de la religión para entrar en el ámbito de la política; dando la sensación, en algunos momentos, de que participa del kitchnerismo de su amiga doña Cristina, con la que parece que mantiene unas buenas relaciones.

En su último desplazamiento a países africanos, viene insistiendo en relacionar, como causa del terrorismo religioso que está azotando Oriente Medio, países de África y, esporádicamente, atentando en las capitales europeas; como una consecuencia directa de la pobreza existente en muchas comunidades musulmanas. Esta teoría supone un error político, porque no se trata de que los yihadistas sean precisamente unos desgraciados a los que la miseria ha enviado a alistarse en las milicias de ISIS. Empecemos por que, la yijad, surge de la religión musulmana, de algunos fragmentos mal interpretados del Corán, jaleados por imanes que, con sus falsas glosas del texto sagrado, han levantado la ira del pueblo, avivando su rencor hacia los “infieles” y empujando a las huestes islámicas a coger las armas para luchar en contra de los árabes no musulmanes y demás personas que no se quieran convertir a la fe de Mahoma, entre ellas los cristianos.

El pertenecer al EI entraña, de por sí, el asumir una forma cruel y despiadada de lucha que implica el no dar cuartel a quienes consideran sus enemigos, de modo que cualquiera que caiga en su poder y no quiera abjurar de sus propias creencias y convertirse en su esclavo, se convierte en víctima propiciatoria de sus captores. Es evidente que, la pobreza o la miseria, no suponen el estar dispuesto a tomar el cuchillo y cortarles la cabeza a víctimas inocentes que, en la mayoría de los casos, son tan o más pobres que sus verdugos. No se puede identificar pobreza con terrorismo y si este es islámico todavía con mayor razón. De hecho, muchos de los que se han reclutado para el ejército islámico son personas de buenas familias, un buen número de ellos con carreras universitarias y que se han enrolado en busca de aventuras o con el objetivo de poder satisfacer sus instintos de matarifes desalmados.

No negaremos que la intención del Papa Francisco sea buena, que sus objetivos sean plausibles y que lo que intenta es conseguir que la humanidad reaccione ante tanta injusticia y miseria; pero se debe tener en cuenta que, para ello, no se puede olvidar que, hasta ahora, en aquellos países en los que está o ha estado implantando el comunismo o regímenes parecidos, la miseria es más profunda y duradera que en aquellos otros en los que existe libertad de comercio, que hay personas emprendedoras y otras que financian las empresas que, a la vez, generan riqueza, proporcionan trabajo y permiten que cualquier ciudadanos, dentro de un régimen democrático, pueda aspirar a mejorar, a alcanzar un puesto mejor y a participar, en algunos casos, en las labores de dirección tanto de sociedades privadas como de puestos en la Administración del Estado.

No creemos, que haciendo tábula rasa de los sistemas políticos, actualmente más expandidos en Occidente, aquellos que precisamente han conseguido mayor nivel de vida para sus ciudadanos; intentando modificar o cambiar el régimen político por el que se vienen rigiendo, para sustituirlo por no se sabe que clase de sistema igualitario, que limite la riqueza de unas personas para subvencionar a otras que puede que hayan preferido no esforzarse, trabajar duro, estudiar o explotar sus cualidades; métodos que la historia y la experiencia obtenida de aquellos que los quisieron implantar, nos han revelado que siempre han conducido a los pueblos donde han estado vigentes a la bancarrota del estado y la miseria de sus ciudadanos. Hoy en día basta fijarse en Venezuela, en manos de un feroz dictador, el señor Maduro, cuyos métodos expeditivos y su falta de espíritu democrático le lleva a amenazar, encarcelar y puede que a eliminar a quienes quieren oponérsele presentándose, como candidatos, a las próximas legislativa. Y es que, aquellos que caen en el cepo comunista, deben saber que han dejado de tener libertades individuales, posibilidades de escoger otro régimen o la opción a abandonar el país, convertido para ellos en una gran cárcel, algo que ha venido sucediendo en Cuba durante muchos años.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie y con el debido respeto por la persona de SS el Papa, tenemos que manifestar nuestro desacuerdo con lo que se pudiera interpretar, como lo referente a la cita de la moneda del César que Jesucristo dictaminó que lo del César pertenecía al César y, no obstante, en lo referente a la religión, la infalibilidad en los dogmas sería competencia del Papa de Roma.

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