Si el pasado año hablábamos de la mejor temporada de los últimos cuarenta años en Sevilla ahora obligados estamos a cantar lo contrario, es la más pésima. No busquen no la hay peor que ésta, no ya por las históricas y vergonzantes siete suspensiones siete en donde parece que ahora tuvo la culpa solo la perezosa lona y cero el urgente y crucial drenaje; sino por la escasa presentación y juego demostrado por las corridas mal llamadas “toristas”en general y alguna también muy “torerista” con el sello de Jabugo en particular.
El tiempo caprichoso a veces nos trajo un mar de agua, pero también nos dió la razón con Victorino que siempre parece ser una garantía de resurrección y si no que se lo pregunten a “Gallareto” y a la sombra de Casanova que todavía andan persiguiendo a Pepín por media Murcia. No debiéramos cebarnos tampoco con el bochornoso escándalo presidencialista de los aprobados generales en el corral de reconocimiento y manifiesto, a fin de cuentas ese y no otro fue el material que se había visto, pagado y cobrado en el campo. Maldito parné que todo lo puede incluso el honor de llamarse aficionado. Pero haciendo un esfuerzo sobrehumano destaquemos lo artísticamente memorable de este fatídico año con nombres propios: El Fundi, escultura del volapié y maestro del arte de lidiar toros; Diego Ventura que pone gloria donde hay abismo, se coronó rey con siete orejas y devolvió el misterio a la marisma; la tarde de los tres toreros machos: Juli, Perera y Manzanares que impusieron su ley del que cuando se quiere se puede siempre, destacamos en aquella tarde sobremanera al último Papa de Toreo Miguel Ángel Perera que por su profundidad y largura, y a su vera se descubre al mejor apoderado de España, Fernando Cepeda; el día de José María Manzanares solo, descalzo bajo la lluvia, dibujando otra faena en redondo para la historia con arte y majestad; el soplo de juventud de cinco artistas: Espaliú o el avispado torero que trajo de Camas el toreo de Sevilla; Salvador Barberán o el agitanado baile de una muleta; Calita, elegancia y alegría, mitad de ambas orillas; Fran Gómez al compás del temple jerezano; Antonio Nazaré, firmeza y exposición de un elegido; y Pepe Moral, la raza y la pureza de un ejemplo vivo del toreo, Manolo Cortés. Nuestra Doña María volvió a su Sevilla para quedarse, espero que no lo haga la lluvia el próximo año en mi Catedral del Mar y como el amor todo lo espera a ver quien da la cara el próximo año… de momento Barceló tú ni te acerques a mi plaza, tu sucesor lo tiene chupao.