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Etiquetas | Terrorismo | Francia
“El sentido de nación se forja en la historia, nace de abajo a arriba y se proyecta de dentro a fuera” Anónimo

Siempre nos quedará París

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Decía Jean Cocteau que en París, todo el mundo quiere ser actor; nadie se contenta con ser espectador. Quizá por eso El Bataclan no era una sala de conciertos cualquiera. Era el corazón de la cultura popular de la capital de Francia, donde nada menos que desde mediados del siglo XIX iban a divertirse con ese aire pícaro y despreocupado, propio de la ciudad del amor, los jóvenes franceses.

Además de vidas humanas, los terroristas sabían bien lo que querían destruir. Ese París, que si has tenido la suerte de haber vivido siendo joven, te acompañará vayas donde vayas, el resto de tu vida.

En París todo es diferente. La gente se aleja, la gente se va empequeñeciendo, y uno tiene tiempo, aunque no quiera, de decir adiós. “Siempre nos quedará París” le dijo Ingrid Bergman a Bogart en el dramático momento de su despedida, cuando ella pensaba que sus vidas se separaban para siempre.

París no se ve, París se vive, impregna, acoge y hace suyo con el inmenso abrazo que sus tejados colorados tienden al que recorre sus calles y sus recónditos rincones, en los que la bohemia, y hasta morirse de hambre, se transforma en una obra de arte.

Aunque no sé quién será más suyo, si el que goza al caer la noche de las últimas luces de su otoño en los mágicos atardeceres de Octubre, o el que nunca respiró la fragancia de su primavera, pero es capaz, en una tarde gris, de ver el resbalar de las gotas de lluvia sobre el cristal, mientras en silencio abraza a su pareja en una íntima y silenciosa entrega plena de amor y de ternura. Sin melancolía ante la pintura de esa hermosa imagen, sin tener la sensación de que el tiempo huye, sino de que todo es posible.

París responde a todo lo que el corazón anhela. Uno puede divertirse, aburrirse, reír, llorar, soñar o hacer lo que le venga en gana. No es necesario planificar. Basta con volar con los ojos cerrados y posarse, de pronto, donde el corazón pueda sentir a sus anchas, dejarse llevar por la inspiración, por la ilusión del momento o simplemente partir hacia donde te lleven los pies y en un lugar cualquiera, esperar allí un nuevo amanecer.

“¿Arde París?”, preguntó Hitler en la mañana del 25 de agosto de 1944 al tiempo que miles de gargantas rotas por el ardor de la emoción cantaban La Marsellesa y el alborotado repique de sus campanas llegaba hasta la bóveda de los cielos. Había sido liberada por la II división blindada de Leclerc, de la que gran parte de sus efectivos eran españoles.

Quizá si en vez de habernos enfrentado hermanos contra hermanos en una contienda fratricida, como a los franceses, nos hubiera invadido un enemigo común, hubiéramos sentido el orgullo de ser un pueblo unido, habríamos experimentado el hermoso sentimiento de querernos y desde luego, hubiéramos sentido amor y respeto por nuestros propios símbolos, porque ellos nos representan a todos, y que por estar, estar, están por encima de la Corona.

Siempre nos quedará París

“El sentido de nación se forja en la historia, nace de abajo a arriba y se proyecta de dentro a fuera” Anónimo
César Valdeolmillos
miércoles, 25 de noviembre de 2015, 23:46 h (CET)
Decía Jean Cocteau que en París, todo el mundo quiere ser actor; nadie se contenta con ser espectador. Quizá por eso El Bataclan no era una sala de conciertos cualquiera. Era el corazón de la cultura popular de la capital de Francia, donde nada menos que desde mediados del siglo XIX iban a divertirse con ese aire pícaro y despreocupado, propio de la ciudad del amor, los jóvenes franceses.

Además de vidas humanas, los terroristas sabían bien lo que querían destruir. Ese París, que si has tenido la suerte de haber vivido siendo joven, te acompañará vayas donde vayas, el resto de tu vida.

En París todo es diferente. La gente se aleja, la gente se va empequeñeciendo, y uno tiene tiempo, aunque no quiera, de decir adiós. “Siempre nos quedará París” le dijo Ingrid Bergman a Bogart en el dramático momento de su despedida, cuando ella pensaba que sus vidas se separaban para siempre.

París no se ve, París se vive, impregna, acoge y hace suyo con el inmenso abrazo que sus tejados colorados tienden al que recorre sus calles y sus recónditos rincones, en los que la bohemia, y hasta morirse de hambre, se transforma en una obra de arte.

Aunque no sé quién será más suyo, si el que goza al caer la noche de las últimas luces de su otoño en los mágicos atardeceres de Octubre, o el que nunca respiró la fragancia de su primavera, pero es capaz, en una tarde gris, de ver el resbalar de las gotas de lluvia sobre el cristal, mientras en silencio abraza a su pareja en una íntima y silenciosa entrega plena de amor y de ternura. Sin melancolía ante la pintura de esa hermosa imagen, sin tener la sensación de que el tiempo huye, sino de que todo es posible.

París responde a todo lo que el corazón anhela. Uno puede divertirse, aburrirse, reír, llorar, soñar o hacer lo que le venga en gana. No es necesario planificar. Basta con volar con los ojos cerrados y posarse, de pronto, donde el corazón pueda sentir a sus anchas, dejarse llevar por la inspiración, por la ilusión del momento o simplemente partir hacia donde te lleven los pies y en un lugar cualquiera, esperar allí un nuevo amanecer.

“¿Arde París?”, preguntó Hitler en la mañana del 25 de agosto de 1944 al tiempo que miles de gargantas rotas por el ardor de la emoción cantaban La Marsellesa y el alborotado repique de sus campanas llegaba hasta la bóveda de los cielos. Había sido liberada por la II división blindada de Leclerc, de la que gran parte de sus efectivos eran españoles.

Quizá si en vez de habernos enfrentado hermanos contra hermanos en una contienda fratricida, como a los franceses, nos hubiera invadido un enemigo común, hubiéramos sentido el orgullo de ser un pueblo unido, habríamos experimentado el hermoso sentimiento de querernos y desde luego, hubiéramos sentido amor y respeto por nuestros propios símbolos, porque ellos nos representan a todos, y que por estar, estar, están por encima de la Corona.

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