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La imposición del laicismo es una dictadura contra la moral natural

El laicismo

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Desde los albores de la Humanidad el ser humano ha sentido la necesidad de relacionarse con algún Ser Superior que explicase el porqué de la existencia de las cosas y seres que lo circundaban.

Esa es una apetencia que lo ha llevado desde adorar los fenómenos naturales, el fuego, la tormenta, los volcanes y todo aquello a lo que no encontraba justificación, como por ejemplo el rayo pues consideraban que eran seres superiores que podrían traerles d perjuicios, desde malas cosechas hasta la muerte.

Los filósofos y racionalistas griegos o los pragmáticos romanos veían en el rayo el poder de Zeus o Júpiter, padre del resto de los dioses.

También, para los hombres primitivos el fuego era un dios destructor, hasta que aprendieron a dominarlo y cuando conocieron la forma de producirlo por ellos mismos, siempre había alguien encargado de mantenerlo vivo, tanto es así que, como reminiscencia de aquellos tiempos, existía en Roma el templo de la diosa Vesta, protectora del hogar, cuyo lar era el depósito el fuego.

Sus sacerdotisas o vestales tenían como máxima responsabilidad mantener encendido el fuego sagrado del templo de esta diosa.

Desde que el homínido empezó a tomar consciencia de sí mismo, de sus actos y reflexiones, inició una relación con el más allá, cuyas primeras demostraciones son el culto a los muertos a los que enterraba, seguramente con la idea de que de esa forma pasarían a un plano superior al de este mundo terrenal.

Por ello el hombre y la Divinidad (no hablo de religiones) han estado muy estrechamente unidos desde el principio de los tiempos, a la que demostraban su amor y respeto, al mismo tiempo que le pedían protección, mediante los sacrificios y ofrendas.

Nos podemos preguntar si la necesidad que tiene el hombre de que exista la Divinidad es una causa contingente o una necesidad vital, pues sin ella se encuentra perdido en este mundo tan lleno de contradicciones calamidades y sufrimientos.

Cuando los esbirros de Antonio asesinaron a Cicerón, una mente superior, rodeado de multitud de divinidades, la última fraque que pronunció fue: Causa causarum miserere mei, o lo que es o mismo: Causa de las causas ten misericordia de mí, es decir, pensaba que había una causa eficiente creadora del resto de las causas accidentales y perecederas.

Esta idea de la existencia de Dios ha permanecido desde la Antigüedad hasta nuestros días, en todos los pueblos y civilizaciones, ya que podremos encontrar agrupaciones humanas sin leyes, gobiernos, o ejércitos que las defiendan, pero todavía ni en los pueblos más primitivos perdidos por las selvas tropicales hasta en las grandes ciudades hallaremos la falta de creencia en un Ser Superior. Desde el animismo, politeísmo o monoteísmo, salvo los casos minoritarios de los ateos a los que no hay que confundir con los agnósticos, todos piensan que existen unas divinidades a las que rinden pleitesía y adoración.

El conocimiento religioso y la existencia de Dios enfrentan la relación entre la fe y el conocimiento. La Razón contra la Religión. Por la primera, ateniéndonos a las cosas que podemos comprobar empíricamente, no podemos llegar al conocimiento de la Divinidad, por ello, según Kierkegaard hay que dar un salto de fe o un salto al vacío que nos desprenda de las adherencias de las cosas materiales que nos rodean para conocer a Dios.

La divinidad, o mejor dicho la creencia en ella, hace que el hombre sea más humano y que se acepte mejor tal como es, al mismo tiempo que adquiere compromisos de lealtad y respeto hacia los demás, así como que tenga capacidad para enfrentarse con la vida y los problemas que ésta conlleva.

Pero el laicismo pretende la independencia del hombre, de la sociedad y del Estado de toda influencia eclesiástica o religiosa, en una palabra hacer desaparecer la idea de la divinidad de la conciencia humana y por extensión de la Sociedad.

Pero la religiosidad, ya hemos explicado que, de una u otra forma, viene desde los albores de la historia, es una necesidad del ser humano, por lo que el Estado que debe de cuidad por el normal desenvolvimiento de las otras carencias de las personas, no puede obviar ésta.

No es cuestión de que la fomente, sino de que no vaya en contra de ella negando el hecho religioso como una angustia y necesidad vital humana.

El laicismo

La imposición del laicismo es una dictadura contra la moral natural
Manuel Villegas
sábado, 21 de noviembre de 2015, 09:33 h (CET)
Desde los albores de la Humanidad el ser humano ha sentido la necesidad de relacionarse con algún Ser Superior que explicase el porqué de la existencia de las cosas y seres que lo circundaban.

Esa es una apetencia que lo ha llevado desde adorar los fenómenos naturales, el fuego, la tormenta, los volcanes y todo aquello a lo que no encontraba justificación, como por ejemplo el rayo pues consideraban que eran seres superiores que podrían traerles d perjuicios, desde malas cosechas hasta la muerte.

Los filósofos y racionalistas griegos o los pragmáticos romanos veían en el rayo el poder de Zeus o Júpiter, padre del resto de los dioses.

También, para los hombres primitivos el fuego era un dios destructor, hasta que aprendieron a dominarlo y cuando conocieron la forma de producirlo por ellos mismos, siempre había alguien encargado de mantenerlo vivo, tanto es así que, como reminiscencia de aquellos tiempos, existía en Roma el templo de la diosa Vesta, protectora del hogar, cuyo lar era el depósito el fuego.

Sus sacerdotisas o vestales tenían como máxima responsabilidad mantener encendido el fuego sagrado del templo de esta diosa.

Desde que el homínido empezó a tomar consciencia de sí mismo, de sus actos y reflexiones, inició una relación con el más allá, cuyas primeras demostraciones son el culto a los muertos a los que enterraba, seguramente con la idea de que de esa forma pasarían a un plano superior al de este mundo terrenal.

Por ello el hombre y la Divinidad (no hablo de religiones) han estado muy estrechamente unidos desde el principio de los tiempos, a la que demostraban su amor y respeto, al mismo tiempo que le pedían protección, mediante los sacrificios y ofrendas.

Nos podemos preguntar si la necesidad que tiene el hombre de que exista la Divinidad es una causa contingente o una necesidad vital, pues sin ella se encuentra perdido en este mundo tan lleno de contradicciones calamidades y sufrimientos.

Cuando los esbirros de Antonio asesinaron a Cicerón, una mente superior, rodeado de multitud de divinidades, la última fraque que pronunció fue: Causa causarum miserere mei, o lo que es o mismo: Causa de las causas ten misericordia de mí, es decir, pensaba que había una causa eficiente creadora del resto de las causas accidentales y perecederas.

Esta idea de la existencia de Dios ha permanecido desde la Antigüedad hasta nuestros días, en todos los pueblos y civilizaciones, ya que podremos encontrar agrupaciones humanas sin leyes, gobiernos, o ejércitos que las defiendan, pero todavía ni en los pueblos más primitivos perdidos por las selvas tropicales hasta en las grandes ciudades hallaremos la falta de creencia en un Ser Superior. Desde el animismo, politeísmo o monoteísmo, salvo los casos minoritarios de los ateos a los que no hay que confundir con los agnósticos, todos piensan que existen unas divinidades a las que rinden pleitesía y adoración.

El conocimiento religioso y la existencia de Dios enfrentan la relación entre la fe y el conocimiento. La Razón contra la Religión. Por la primera, ateniéndonos a las cosas que podemos comprobar empíricamente, no podemos llegar al conocimiento de la Divinidad, por ello, según Kierkegaard hay que dar un salto de fe o un salto al vacío que nos desprenda de las adherencias de las cosas materiales que nos rodean para conocer a Dios.

La divinidad, o mejor dicho la creencia en ella, hace que el hombre sea más humano y que se acepte mejor tal como es, al mismo tiempo que adquiere compromisos de lealtad y respeto hacia los demás, así como que tenga capacidad para enfrentarse con la vida y los problemas que ésta conlleva.

Pero el laicismo pretende la independencia del hombre, de la sociedad y del Estado de toda influencia eclesiástica o religiosa, en una palabra hacer desaparecer la idea de la divinidad de la conciencia humana y por extensión de la Sociedad.

Pero la religiosidad, ya hemos explicado que, de una u otra forma, viene desde los albores de la historia, es una necesidad del ser humano, por lo que el Estado que debe de cuidad por el normal desenvolvimiento de las otras carencias de las personas, no puede obviar ésta.

No es cuestión de que la fomente, sino de que no vaya en contra de ella negando el hecho religioso como una angustia y necesidad vital humana.

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