Hacer primar el poder económico sobre la lógica parece haber sido la consigna que llevó a imponer la candidatura de Arnaldo Samaniego en Asunción, a sabiendas que su reelección era imposible. Aún a sabiendas que en Paraguay siempre ha reinado la mejor democracia que el dinero puede comprar.
Ni la participación en la campaña de astros del fútbol como José Luis Chilavert, en la que evidentemente hubo intervención de Cartes, ni todo el poderío del aparato estatal imbricado con su clientela empresarial, ni la campaña de sabotajes e intrigas de la derecha, ni el apoyo del Frente Guazú al candidato de Cartes, ni el esfuerzo de los encuestadores y periodistas el día de la votación, pudo evitar el rotundo fracaso de Samaniego.
La imposición autoritaria, la estructura prebendaria, las encuestas fraguadas, las operaciones de prensa compradas y los espacios periodísticos pagados se mostraron impotentes ante el desprestigio del candidato y la odiosa soberbia de quienes lo apuntalaban.
La lectura reduccionista de algunos induce a creer que Mario Ferreiro, como amigo del gremio de comunicadores, contó con irrestricto apoyo de los medios. Nada más alejado de la verdad.
Gran parte de los medios han sido absorbidos por la familia del presidente Cartes, y otros tantos son conocidos por su venalidad. Nunca hubo sentimentalismos que valgan para contradecir las pautas.
Ello se hizo evidente cuando en el día de las elecciones, las bocas de urna de las encuestadoras proclamaban ganador a Samaniego, con números totalmente erróneos. Finalmente los conteos oficiales demostrarían que Ferreiro había derrotado holgadamente a su adversario, tal cual se había pronosticado varias veces, haciendo crecer las sospechas en torno a la cobertura mediática que fue criticada hasta por los observadores de la OEA.
Sea cual fuere el trasfondo de los extraños números propalados, no cabe duda que el fin de semana se inició el repliegue de un estilo funesto en la historia de la política paraguaya, del cual la familia Samaniego ha sido fiel paradigma por décadas.
La derrota no fue un revés cualquiera para los colorados, dado que su adversario ocasional, el socialdemocráta Mario Ferreiro, se había postulado en nombre del Partido Revolucionario Febrerista, al cual lo unían lazos familiares. Este partido llevaba mucho tiempo obteniendo números tan exiguos que había perdido hace mucho representación parlamentaria, y su misma legalidad había estado en entredicho.
Por muchos años, los simpatizantes de la ANR se habían burlado del Partido Revolucionario Febrerista, afirmando que sus militantes cabían en su totalidad en un tranvía. Lejos de desmoralizar al antagonista, aquellas recordadas burlas hicieron que en las votaciones en Asunción del domingo 15 de noviembre, los colorados sufrieran una humillación sin precedentes.
La miopía propia de la soberbia nunca ha dado buenos consejos. En este caso tendió un sólido puente a un nuevo estilo político, al consumarse una largamente anunciada derrota electoral.
Dijo alguna vez el fallecido Raúl Alfonsín, quien fuera presidente de Argentina, que el poder empresarial y económico busca convertir al poder político en su gerente, para transformarse en una élite iluminada que ni Mosca ni Pareto jamás imaginaron.
Cuando la Asociación Nacional Republicana, partido que elevó a la primera magistratura de Paraguay al actual presidente Horacio Cartes, decidió respaldar sus aspiraciones, evidentemente desoyó aquella admonición.
La lección del 15 de noviembre debe ser bien entendida por una dirigencia que ha descuidado el valor de la gestión y los ideales, excesivamente confiada en su formidable aparato y sus casi ilimitados recursos.