En el 25 aniversario de la despedida de los ruedos del maestro Manolo Vázquez, Sevilla 12 de Octubre de 1983.
Por aquel entonces contaba precisamente con veinticinco años de edad y en aquella tarde me acompañó mi padre a los toros, fue la mejor lección que aprendí de todas en el toreo, nuestro arte es eterno y siempre hay tiempo para la santa comunión. Manolo Vázquez se despedía de luces vestido de purísima y oro, el ambiente era único y nadie movía un dedo. Delante nuestra en medio del ruedo estaba el Brujo de San Bernardo diciendo adios por la puerta más grande que dio la fiesta que es salir a hombros por la Puerta del Príncipe y teniendo como testigo esa Sevilla que muchas veces le hizo sufrir y muy pocas gozar para levantar el acta notarial a su último milagro torero.
Naturalidad, elegancia y plasticidad desde las primeras chicuelinas, desde los primeros cambios por la espalda, pasando por un toreo templado y grave en el primer derechazo y hasta el último natural, su toreo era eterno, imperecedero. Su silueta de frente, siempre de frente era la imagen de un pasado familiar y alegre en donde la gracia y el valor se fundieron en un toreo de cristal puro y auténtico, eso fue todo y ya nada es lo mismo.
Manolo, fue el tercero de siete hermanos y creánme si fue grande como torero como persona no tuvo límites, desde mi tío José María que le escribió aquello de “torero serio de cabeza clara, ante el toro y sus condiciones, bajo la ingravidez y el valor decisivo”, pasando por mi abuelo Alfonso que siendo Presidente del Ateneo de Sevilla le comunicó personalmente en su casa de la calle Progreso que era Rey Mago de Sevilla en 1958, afirmando que era un honor coronar a un hombre excelente fuera y dentro de la plaza; hasta mi entrañable experiencia juntos camino del Casino de Madrid cuando me salvó in extremis la presentación de mi primer libro ante la espantá de su hermano Pepe Luis, le recuerdo una frase tan sólo de aquel día: “que el miedo no nos quite la gloria”. Conocerle fue un gran regalo para todos los de mi generación pues con él aprendimos el significado de la palabra sencillez, generosidad, señorío y torería de un gran hombre leal a sus principios y a sus amigos. Manolo Vázquez Garcés el del Corpus de Resurrección y el del día de la Hispanidad, no pudo triunfar en mejores fechas para Sevilla y desde su Maestranza, quien mejor que él para presumir con valor de religiosidad y españolismo, si no que se lo pregunten al relicario del Beato Diego de Cádiz del Señor de Sevilla o a los machos del respiradero del Palio de la Virgen del Refugio.
Esta mañana también me he llevado la última sorpresa, en el aniversario de la muerte de mi madre he descubierto una inscripción en el busto de ella y reza el nombre de Luis Álvarez Duarte 1983, justamente el año de 1983, el de su despedida y también el de la de ella, por obra y gracia del que le ha hecho en bronce para perpetuar en el recuerdo de todos los sevillanos como recompensa del buen hacer a lo largo de toda su vida. Sin lugar a dudas ha querido el destino que a la edad que el imaginero de la Huerta de los granados troqueló aquella mujer fuese la misma que yo ahora tengo para descubrirlo y poder cantarlo ahora. ¡Nunca unas manos pudieron dibujar fielmente lo imposible: el arte inmortal de Manolo Vázquez y la sonrisa mi madre, siempre en el recuerdo! El próximo Domingo de Pascua si Dios quiere, llegaremos a la Maestranza para volverte a ver y ya para siempre de frente y en silencio como os fuisteis los dos.