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Toni Castro

Las lágrimas de Marcelo

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“Cuando he fallado, lo primero que me ha venido a la cabeza es que debía haber pensado mi hijo, que estaba en España viendo el partido por televisión”. Estas palabras de Marcelo, todavía entre lágrimas casi una hora después de fallar el último y decisivo penalti de la final del Mundial de futbol sala, reflejan el miedo más grande de todo deportista, el miedo a decepcionar. Decepcionar a un hijo, a unos amigos, a un equipo o incluso, a todo un país. Ese segundo que marca la vida de un deportista, que separa el éxito del fracaso, la alegría de la decepción, esa pelota que tenía que entrar y no entró.

He vivido el fútbol sala desde pequeño. En mi casa nadie hablaba de fútbol, pero en cambio, de fútbol sala se sabía todo. Siempre he creído que el fútbol sala es un deporte más técnico, con más goles, más ocasiones y con más emoción que el fútbol. De hecho, el fútbol sala es del deporte más practicado de nuestro país. ¿Quién no ha jugado alguna vez en el equipo del colegio, del barrio, de la universidad, con los amigos o con los compañeros de trabajo?

Es el deporte más practicado, pero también podemos estar orgullosos de tener la mejor liga y la mejor selección del mundo. Entre mis recuerdos de infancia y de otros muchos de mi generación, aparece un Interviú Boomerang, impulsado por José María García, que lo ganaba todo, un Playas de Castellón que era el eterno finalista y otros equipos punteros como el Caja Castilla La Mancha, Elpozo Murcia o el Caja Segovia que hacían lo que podían. Yo era del Industrias García, un equipo humilde de Santa Coloma, en Barcelona, que luchaba cada temporada por meterse entre los ocho primeros, disputar el play-off final por el título y soñar con dar la sorpresa y pasar de la primera eliminatoria. La temporada 98/99 ese sueño se hizo realidad. El modesto Industrias García disputó la gran final contra el Caja Segovia. La perdió, pero ese equipo humilde ya había hecho méritos suficientes para entrar en la historia.

En ese Industrias García de mediados de los noventa destacaban dos jóvenes. Un tal Javi Rodríguez, criado en Santa Coloma, y un tal Marcelo, nacido en Sao Paulo, Brasil. Más de una década después esos dos jugadores, que marcaron mis tardes de sábado, han sido dos de los referentes de la selección española de fútbol sala en el Mundial de Brasil.

Javi y Marcelo, junto con Kike, Amado, Torras, Fernandao, Andreu, Daniel, Álvaro y Ortiz, nos han hecho disfrutar de tres semanas del mejor fútbol sala del mundo. Hemos soñado con el tercer Mundial consecutivo y hemos estado a un penalti de conseguirlo. Una lástima no haberles podido devolver la moneda de 1996, cuando en el Mundial de España, Brasil nos ganó en la final disputada en un Palau Sant Jordi de Barcelona, repleto con 18.000 espectadores. Aquella selección de Juanjo, Vicentín, Julio, Limones, Paulo Roberto, Santa, Fran Torres, Pato, Jesús Candelas y con Javier Lozano en el banquillo, mostró el camino de la victoria.

Por edad muchos de los jugadores actuales han disputado en Brasil su último Mundial. Los próximos cuatro años será tiempo de cambios, de nuevos jugadores, jóvenes, que serán los encargados de coger el timón de la selección. Pero eso es futuro. Presente es rendir el merecido homenaje a nuestra selección de fútbol sala. No hay decepción. Estamos orgullosos de vosotros. Por cierto, Marcelo, puedes estar tranquilo, tu hijo puede estar orgulloso de su padre.

Las lágrimas de Marcelo

Toni Castro
Toni Castro
jueves, 23 de octubre de 2008, 05:21 h (CET)
“Cuando he fallado, lo primero que me ha venido a la cabeza es que debía haber pensado mi hijo, que estaba en España viendo el partido por televisión”. Estas palabras de Marcelo, todavía entre lágrimas casi una hora después de fallar el último y decisivo penalti de la final del Mundial de futbol sala, reflejan el miedo más grande de todo deportista, el miedo a decepcionar. Decepcionar a un hijo, a unos amigos, a un equipo o incluso, a todo un país. Ese segundo que marca la vida de un deportista, que separa el éxito del fracaso, la alegría de la decepción, esa pelota que tenía que entrar y no entró.

He vivido el fútbol sala desde pequeño. En mi casa nadie hablaba de fútbol, pero en cambio, de fútbol sala se sabía todo. Siempre he creído que el fútbol sala es un deporte más técnico, con más goles, más ocasiones y con más emoción que el fútbol. De hecho, el fútbol sala es del deporte más practicado de nuestro país. ¿Quién no ha jugado alguna vez en el equipo del colegio, del barrio, de la universidad, con los amigos o con los compañeros de trabajo?

Es el deporte más practicado, pero también podemos estar orgullosos de tener la mejor liga y la mejor selección del mundo. Entre mis recuerdos de infancia y de otros muchos de mi generación, aparece un Interviú Boomerang, impulsado por José María García, que lo ganaba todo, un Playas de Castellón que era el eterno finalista y otros equipos punteros como el Caja Castilla La Mancha, Elpozo Murcia o el Caja Segovia que hacían lo que podían. Yo era del Industrias García, un equipo humilde de Santa Coloma, en Barcelona, que luchaba cada temporada por meterse entre los ocho primeros, disputar el play-off final por el título y soñar con dar la sorpresa y pasar de la primera eliminatoria. La temporada 98/99 ese sueño se hizo realidad. El modesto Industrias García disputó la gran final contra el Caja Segovia. La perdió, pero ese equipo humilde ya había hecho méritos suficientes para entrar en la historia.

En ese Industrias García de mediados de los noventa destacaban dos jóvenes. Un tal Javi Rodríguez, criado en Santa Coloma, y un tal Marcelo, nacido en Sao Paulo, Brasil. Más de una década después esos dos jugadores, que marcaron mis tardes de sábado, han sido dos de los referentes de la selección española de fútbol sala en el Mundial de Brasil.

Javi y Marcelo, junto con Kike, Amado, Torras, Fernandao, Andreu, Daniel, Álvaro y Ortiz, nos han hecho disfrutar de tres semanas del mejor fútbol sala del mundo. Hemos soñado con el tercer Mundial consecutivo y hemos estado a un penalti de conseguirlo. Una lástima no haberles podido devolver la moneda de 1996, cuando en el Mundial de España, Brasil nos ganó en la final disputada en un Palau Sant Jordi de Barcelona, repleto con 18.000 espectadores. Aquella selección de Juanjo, Vicentín, Julio, Limones, Paulo Roberto, Santa, Fran Torres, Pato, Jesús Candelas y con Javier Lozano en el banquillo, mostró el camino de la victoria.

Por edad muchos de los jugadores actuales han disputado en Brasil su último Mundial. Los próximos cuatro años será tiempo de cambios, de nuevos jugadores, jóvenes, que serán los encargados de coger el timón de la selección. Pero eso es futuro. Presente es rendir el merecido homenaje a nuestra selección de fútbol sala. No hay decepción. Estamos orgullosos de vosotros. Por cierto, Marcelo, puedes estar tranquilo, tu hijo puede estar orgulloso de su padre.

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