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Toros
Etiquetas | Crónica taurina
Ignacio de Cossío

Habemus Papam

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Feria de Otoño de Madrid

Miguel Ángel Perera es el artífice de la mayor hazaña que se ha visto en la historia del toreo. Si alguien esta cerca del mejor toreo celestial ese es él, así lo afirmamos quienes le vimos en aquella faena de otoño bajo la soledad del genio divino. En silencio y con la sencillez de quién es grande, muy grande, impartió su primera bendición Urbi et Orbi en el centro del ruedo del Vaticano, bajo un mar de viento y conspiración. Todo estaba en su contra, el aire enloquecido y castizo del cerro, los tendidos glaciares de Las Ventas que para encalarlos hace falta siempre el milagro y un ganado de guerra y muerte.

Las cosas no pueden empezar peor y divisamos las banderas rojas señalando la llegada de viento de Toledo. El turrear de los toros en corrales parecen presagiarlo todo, pero ya nada puede detener el concierto y salta al ruedo el primer astado bautizado como Saltarín de Valdefresno, un precioso, bajo y astifino toro salmantino. Perera lo templa en varas para a continuación tallar su primera serie en redondo. Una primera serie donde se destaca la colocación y los tiempos necesarios para recobrar el aliento del toro. En la siguiente, baja la mano Perera y la extiende como túnica sagrada a los ojos de Saltarín que ya no salta a través del aire sino que es el aire el que salta una y otra vez en cada rincón de la plaza. Tampoco un tercer natural arrastrado, bello y templado por la arena conmueve los pilares de un público que mira para otro lado, hasta que se disparó el primer cañonazo. Cinco soberbias estocadas cinco, tomó el torero de la Puebla del Prior, como el mejor camino hacia la gloria.

El segundo de Cortés que atendía por Gorrión, nada más lejos de la realidad. En su precioso pelaje azabache Jarocho coloca un par de escándalo. El viento sigue atronando las puertas del cielo, es imposible vencerlo y ya no se puede torear. Pero Perera si lo hizo, cruzó como Moisés las aguas del Jordán, a cada batida de aire un paso hacia delante, su muleta no era ya túnica sino el estandarte del heroísmo personificado. Con la derecha avanza en tres ocasiones y en la izquierda el toro le sorprende, presagio de lo peor. Suena el aviso como leve campanada sorda, llega la espada, Miguel Ángel se entrega y cae prendido. El toro se derrumba pero le ha degollado un testículo, Miguel sin apenas mirarse entra en silencio en la enfermería para salir después cosido y sin anestesia. La tarde y la historia cambiaron el rumbo, el gesto en gesta, la hazaña en aventura y el milagro en realidad, fue como ver a Dios vestido de carmesí y oro.

Salta al ruedo el tercero de El Puerto bajo el eco del dichoso viento. Reservón y sin romper del todo se muestra el animal en los primeros tercios. Perera adelanta la faena y nos brinda tres series con la derecha perfectas, sublimes, eternas, muertas, olvidadas en el mar de la plaza tan llenas de temple como de mando imperial. Caen dos naturales del cielo como agua de Mayo, sin esperarlo por inesperadas, fueron maravillosamente recibidas. La plaza se levanta toda, otra estocada arriba y la cruz por dentro.

Se destoca Estocado, cuarto de lidia ordinaria y segundo de Vitoriano, ante la verónica juncal, suave y cadenciosa de Perera, en donde sus de manos solo acarician las piernas. No hubo brindis tampoco ni con el público, ni con el bonito toro, dominar y no ser dominado por nada ni por nadie fue su sino constante. El toro pierde fuelle que no brío en sus malas ideas, uno a uno cose los muletazos el sastre Perera, bajo su peor enemigo el omnipresente viento. La plaza en un puño, en cada envite, en cada tornillazo de Estocado, pero ya nadie conmueve las intenciones de Perera como el ciego de El Lazarillo que ya no observa a nadie, solo atiende a aquella música callada del toreo de Bergamín. Cuatro bernardinas y un molinete encienden las luces de la plaza, estamos ante el elegido, es él no hay duda, espadazo y Madrid se tiñe cal viva pidiendo la oreja merecidamente concedida.

Bellotito, de Valdefresno, se tuvo que llamar el quinto de la tarde, el toro del milagro hecho carne, reminiscencias quizás de una infancia perdida en ese campo extremeño en donde cada encina es una capilla sixtina nacida para alimentar el arte de Miguel Ángel. La leña no le faltó tampoco a Bellotito que él solo podía avivar hasta cinco inviernos, y precisamente en un invierno se quedó Perera, como el pedestal de una estatua. Nadie presagió nada, solo él sabiendo lo que se venía encima cedió sus piernas y casi su vida por la quintaesencia del arte. Asentado en la arena pronto es alcanzado por el animal que lo eleva al cielo y le alcanza casi al abdomen. Se desploma el cuerpo de Perera que no el alma, pide un corbatín y una espada, para dar su última lección de torería, el hombre contra el toro. Levanta una faena de la nada, recrea dos series en redondo con mucha verdad, demasiada y para entonces todo el mundo esta aterrado menos él. Pundonor, hombría, raza, virtuosismo, majestad, no hay adjetivos que definan aquellas series y aquella faena cerrada al natural por un coloso del toreo. A la suerte contraria, ésa que nunca le abandonó se entrega con la espada para lanzar el último suspiro, ejemplo de vida mientras ella exista. Madrid es un hervidero y el fuego es él. Oreja de faena histórica y marcha real camino a la enfermería, su sombra es un monumento al honor y al valor, todos se abren a su paso. Saleri mataría por él, sin pena ni gloria, el último toro encastado de FuenteYmbro y pronto la noche y el miedo cubrió todo. Sin su entrega voluntaria no hubiera podido consumarse la epopeya, y sirva de ejemplo a la Fiesta, este impulso generoso de un hombre que soñó un día con ser torero. Perera sin reservas, en integra y total santa renunciación, ha glorificado un arte. Esta fue su obra, que como columna trucada para y por el arte, vio nacer al último Papa del toreo.

Ficha técnica
Plaza de toros de Las Ventas. Viernes 3 de octubre de 2008. Segunda de la Feria de Otoño. Lleno hasta la bandera. En tarde fría y mucho viento se lidiaron seis toros por este orden: 1º bis de Valdefresno, 2º de Toros de Cortés, 3º de EL Puerto de San Lorenzo, 4º Victoriano del Río, 5º de Valdefresno y 6º un sobrero de FuenteYmbro. Bien presentados y juego desigual en líneas generales. 1º noble pero a menos, 2º duró lo justo, 3º reservón y complicado, 4º con casta pero sin fuerza, 5º noble pero sin clase, 6º emocionante, encastado y repetidor.

Miguel Ángel Perera, de carmesí y oro. Único espada: Palmas, palmas tras aviso, oreja tras aviso, oreja tras aviso y oreja. Pasó a la enfermería y no pudo estoquear el sexto.

David Saleri, de vainilla y oro con remates negros. Silencio tras aviso.

Habemus Papam

Ignacio de Cossío
Ignacio de Cossío
sábado, 18 de abril de 2009, 11:13 h (CET)
Feria de Otoño de Madrid

Miguel Ángel Perera es el artífice de la mayor hazaña que se ha visto en la historia del toreo. Si alguien esta cerca del mejor toreo celestial ese es él, así lo afirmamos quienes le vimos en aquella faena de otoño bajo la soledad del genio divino. En silencio y con la sencillez de quién es grande, muy grande, impartió su primera bendición Urbi et Orbi en el centro del ruedo del Vaticano, bajo un mar de viento y conspiración. Todo estaba en su contra, el aire enloquecido y castizo del cerro, los tendidos glaciares de Las Ventas que para encalarlos hace falta siempre el milagro y un ganado de guerra y muerte.

Las cosas no pueden empezar peor y divisamos las banderas rojas señalando la llegada de viento de Toledo. El turrear de los toros en corrales parecen presagiarlo todo, pero ya nada puede detener el concierto y salta al ruedo el primer astado bautizado como Saltarín de Valdefresno, un precioso, bajo y astifino toro salmantino. Perera lo templa en varas para a continuación tallar su primera serie en redondo. Una primera serie donde se destaca la colocación y los tiempos necesarios para recobrar el aliento del toro. En la siguiente, baja la mano Perera y la extiende como túnica sagrada a los ojos de Saltarín que ya no salta a través del aire sino que es el aire el que salta una y otra vez en cada rincón de la plaza. Tampoco un tercer natural arrastrado, bello y templado por la arena conmueve los pilares de un público que mira para otro lado, hasta que se disparó el primer cañonazo. Cinco soberbias estocadas cinco, tomó el torero de la Puebla del Prior, como el mejor camino hacia la gloria.

El segundo de Cortés que atendía por Gorrión, nada más lejos de la realidad. En su precioso pelaje azabache Jarocho coloca un par de escándalo. El viento sigue atronando las puertas del cielo, es imposible vencerlo y ya no se puede torear. Pero Perera si lo hizo, cruzó como Moisés las aguas del Jordán, a cada batida de aire un paso hacia delante, su muleta no era ya túnica sino el estandarte del heroísmo personificado. Con la derecha avanza en tres ocasiones y en la izquierda el toro le sorprende, presagio de lo peor. Suena el aviso como leve campanada sorda, llega la espada, Miguel Ángel se entrega y cae prendido. El toro se derrumba pero le ha degollado un testículo, Miguel sin apenas mirarse entra en silencio en la enfermería para salir después cosido y sin anestesia. La tarde y la historia cambiaron el rumbo, el gesto en gesta, la hazaña en aventura y el milagro en realidad, fue como ver a Dios vestido de carmesí y oro.

Salta al ruedo el tercero de El Puerto bajo el eco del dichoso viento. Reservón y sin romper del todo se muestra el animal en los primeros tercios. Perera adelanta la faena y nos brinda tres series con la derecha perfectas, sublimes, eternas, muertas, olvidadas en el mar de la plaza tan llenas de temple como de mando imperial. Caen dos naturales del cielo como agua de Mayo, sin esperarlo por inesperadas, fueron maravillosamente recibidas. La plaza se levanta toda, otra estocada arriba y la cruz por dentro.

Se destoca Estocado, cuarto de lidia ordinaria y segundo de Vitoriano, ante la verónica juncal, suave y cadenciosa de Perera, en donde sus de manos solo acarician las piernas. No hubo brindis tampoco ni con el público, ni con el bonito toro, dominar y no ser dominado por nada ni por nadie fue su sino constante. El toro pierde fuelle que no brío en sus malas ideas, uno a uno cose los muletazos el sastre Perera, bajo su peor enemigo el omnipresente viento. La plaza en un puño, en cada envite, en cada tornillazo de Estocado, pero ya nadie conmueve las intenciones de Perera como el ciego de El Lazarillo que ya no observa a nadie, solo atiende a aquella música callada del toreo de Bergamín. Cuatro bernardinas y un molinete encienden las luces de la plaza, estamos ante el elegido, es él no hay duda, espadazo y Madrid se tiñe cal viva pidiendo la oreja merecidamente concedida.

Bellotito, de Valdefresno, se tuvo que llamar el quinto de la tarde, el toro del milagro hecho carne, reminiscencias quizás de una infancia perdida en ese campo extremeño en donde cada encina es una capilla sixtina nacida para alimentar el arte de Miguel Ángel. La leña no le faltó tampoco a Bellotito que él solo podía avivar hasta cinco inviernos, y precisamente en un invierno se quedó Perera, como el pedestal de una estatua. Nadie presagió nada, solo él sabiendo lo que se venía encima cedió sus piernas y casi su vida por la quintaesencia del arte. Asentado en la arena pronto es alcanzado por el animal que lo eleva al cielo y le alcanza casi al abdomen. Se desploma el cuerpo de Perera que no el alma, pide un corbatín y una espada, para dar su última lección de torería, el hombre contra el toro. Levanta una faena de la nada, recrea dos series en redondo con mucha verdad, demasiada y para entonces todo el mundo esta aterrado menos él. Pundonor, hombría, raza, virtuosismo, majestad, no hay adjetivos que definan aquellas series y aquella faena cerrada al natural por un coloso del toreo. A la suerte contraria, ésa que nunca le abandonó se entrega con la espada para lanzar el último suspiro, ejemplo de vida mientras ella exista. Madrid es un hervidero y el fuego es él. Oreja de faena histórica y marcha real camino a la enfermería, su sombra es un monumento al honor y al valor, todos se abren a su paso. Saleri mataría por él, sin pena ni gloria, el último toro encastado de FuenteYmbro y pronto la noche y el miedo cubrió todo. Sin su entrega voluntaria no hubiera podido consumarse la epopeya, y sirva de ejemplo a la Fiesta, este impulso generoso de un hombre que soñó un día con ser torero. Perera sin reservas, en integra y total santa renunciación, ha glorificado un arte. Esta fue su obra, que como columna trucada para y por el arte, vio nacer al último Papa del toreo.

Ficha técnica
Plaza de toros de Las Ventas. Viernes 3 de octubre de 2008. Segunda de la Feria de Otoño. Lleno hasta la bandera. En tarde fría y mucho viento se lidiaron seis toros por este orden: 1º bis de Valdefresno, 2º de Toros de Cortés, 3º de EL Puerto de San Lorenzo, 4º Victoriano del Río, 5º de Valdefresno y 6º un sobrero de FuenteYmbro. Bien presentados y juego desigual en líneas generales. 1º noble pero a menos, 2º duró lo justo, 3º reservón y complicado, 4º con casta pero sin fuerza, 5º noble pero sin clase, 6º emocionante, encastado y repetidor.

Miguel Ángel Perera, de carmesí y oro. Único espada: Palmas, palmas tras aviso, oreja tras aviso, oreja tras aviso y oreja. Pasó a la enfermería y no pudo estoquear el sexto.

David Saleri, de vainilla y oro con remates negros. Silencio tras aviso.

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