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Entrevista a Juan Manuel de Prada

"La figura de Santa Teresa ha sido siempre maltratada por la literatura"

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Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) pasó su infancia y adolescencia en Zamora. Con su primer libro, ‘Coños’, y los relatos de ‘El silencio del patinador’ sorprendió a la crítica por su poderosa imaginación y su audaz uso del lenguaje. En 1996 debutó en la novela con la monumental ‘Las máscaras del héroe’ (Premio Ojo Crítico de Narrativa de RNE). En 1997 recibió el Premio Planeta por ‘La tempestad’ que ha sido traducida a más de veinte idiomas. Su tercera novela, ‘Las esquinas del aire’ también fue recibida con buenas críticas, así como ‘Desgarrados y excéntricos’. Por ‘La vida invisible’ recibió el Premio Primavera y el Premio Nacional de Narrativa y con ‘El séptimo velo’ se alzó con el Premio Biblioteca Breve y el Premio de la Crítica de Castilla y León. Sus últimas obras han sido ‘Me hallará la muerte’ y ‘Morir bajo tu cielo’. En el territorio periodístico, De Prada ha sido galardonado con los premios Mariano de Cavia o Julio Camba, entre otros.

«¿Era acaso odio el sentimiento que envenenaba su alma y su sangre, sus pensamientos y el aire que respiraba y parecía volverse de luto en sus pulmones? ¿De verdad era odio? ¿O tal vez más bien envidia, esa pasión ruin a la que siempre pintan flaca, porque muerde pero no come?» Estas palabras bullen en la mente de Ana de Mendoza, princesa de Éboli, con ellas, Juan Manuel de Prada introduce al lector en el hilo argumental de ‘El castillo de diamante’, su nueva novela, editada por Espasa, obra que trata acerca de la relación entre la propia Ana de Mendoza y Santa Teresa de Jesús, la primera, inmersa en la búsqueda del triunfo mundano para alcanzar la supremacía entre los grandes de España; la segunda, en la búsqueda de la unión plena con Dios, plantando cara al fariseísmo religioso y burlando las asechanzas del poder político. A su manera, ambas mujeres se abrirán paso en un mundo que no resulta fácil y pretende devorarlas. El escritor baracaldés anduvo por Valencia a finales de octubre. Entre ruido de cafeteras, platos gangosos y otros murmullos colaterales, propios del bar en que nos encontrábamos, dispusimos de un hueco lo suficientemente amplio para conversar sobre su novela durante unos minutos.

No parece que se haya escrito demasiado acerca de las relaciones entre Ana de Mendoza, princesa de Éboli, y Santa Teresa de Jesús, Juan Manuel, ¿te apetecía escribir esta novela especialmente por este motivo?
No, eso solo es propaganda editorial, no sé cómo decirte, hay temas sobre los que se han escrito mil obras, imagínate por ejemplo los clásicos, no, no tiene nada que ver con eso. Me apetecía porque creía que reunía todos los ingredientes de una buena novela: dos personajes potentes, un conflicto y, a partir de ahí, un crescendo dramático que hace atractiva la historia y que me permitía fabular ya que, aunque su relación está documentada, existen muchas lagunas. Entre ellas había diferencias, pero no sabemos cuáles eran o por qué se conocían. Esta débil trama histórica me permitía colocar elementos de ficción.

¿Has aprovechado los diálogos para introducir la ficción en ‘El castillo de diamante?
No, no, como he dicho desconocemos la relación que mantenían. Yo la dibujo muy íntima porque la imagino así, casi de complicidad al principio para decaer después. Claro que eso es una libre interpretación mía. Toda la primera parte de la novela es ficción, puesto que conocemos que Santa Teresa pasó un tiempo en casa de una prima suya, pero no sabemos si se conocieron allí o no.

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¿El título lo tenías claro desde antes de sentarte a escribir?
El título me costó de encontrar, pero sí que lo tuve claro antes de comenzar la escritura de la novela. Está tomado del comienzo del libro de ‘Las Moradas’ de la propia Santa Teresa.

Para construir ‘El castillo de diamante’ has tenido que insuflar nueva vida en Santa Teresa y en Ana de Mendoza, por así decirlo las has despertado quinientos años después para invitarlas a caminar por las páginas del libro, ¿qué has sentido al hacerlo?
A mí me interesaba Santa Teresa desde hace mucho tiempo y siempre me ha parecido que su figura había sido maltratada por la literatura. En general, sus biografías presentan un tono hagiográfico o tergiversador, que trata de mostrar en ella otras cualidades, como si no le bastase con ser santa. A mí me apetecía dibujar una imagen enfocada desde otro ángulo, bien alejada de la empalagosidad archisabida y de ese concepto del feminismo con el que suelen presentarla. El caso de la princesa de Éboli es distinto. Se sabe poco de ella. Sus últimos años están más documentados, pero sobre la etapa de su vida que yo cuento los datos son escasos, lo que me permitía colocar al personaje justo ahí. Una vez convertidas ambas en personajes, la responsabilidad es mucho menor, porque dejan de ser esas estatuas del mausoleo de mujeres célebres y se convierten en los personajes de carne y hueso que he retratado en su intimidad.

Hasta ahora, creo, no habías incursionado con tus novelas en un tiempo tan lejano del actual, ¿para ambientarla te has servido de libros de historia o has releído los clásicos castellanos de entonces?
Te diría que me he servido sobre todo de textos de la época. Esta es una novela que trata de recuperar el sabor de la literatura de entonces, de la literatura del siglo XVI y comienzos del XVII, la de Cervantes, Garcilaso, Fray Luis… Por supuesto, para documentarte sobre aquella España lees otras cosas, aunque yo ya conocía bien a estos dos personajes. Desde luego mi pretensión no ha sido crear una novela erudita, sino transmitir el clima del momento que se desprende de la lectura de los clásicos.

En ‘El castillo de diamante’ defines las conversaciones entre Santa Teresa y Dios como “un cuchicheo de enamorados”, ¿esta relación guarda parecido con las conversaciones entre marido y mujer?
Bueno, se trata de una relación personal. Quizá tratar a Dios como a alguien próximo a ella sea la gran aportación de Santa Teresa a la fe católica. Para ella, y para cualquier monja también, Cristo es su esposo y el vínculo que establecen es de amor, sin el componente erótico que le damos hoy a esa palabra. Es una relación de intimidad, de unión profunda, una unión mística entre su alma y Dios.

Utilizas un lenguaje respetuoso con la época a la vez que actual, lo que agiliza la lectura, ¿tu idea era conseguir un equilibrio entre ambos lenguajes?
Mira, la verdad es que me ha salido así, sin forzar nada, de un modo natural.

Enhorabuena…
Soy una persona muy habituada a leer clásicos españoles y la escritura brotó así. No he querido en ningún momento hacer un pastiche de aquel lenguaje, porque quedaría grotesco, pero sí que he buscado que la novela tuviera el perfume de la época. Desde luego no existe ninguna fórmula para conseguirlo, solo es el resultado del poso de lecturas de toda la vida, con menciones explícitas a Cervantes y Santa Teresa. Quizá esto sea lo único premeditado, porque he introducido frases suyas en sus diálogos, pero el resto me ha salido de modo natural.

Quizá esa fórmula que no existe, haya consistido en utilizar palabras de antes bajo formas actuales de hablar.
Bueno, lo cierto es que ni siquiera hablan como antiguamente, aunque puede producir esa impresión. Se trata de un falso lenguaje que yo he generado bajo los parámetros de la ficción y a la gente le suena como del siglo XVI, pero sin que necesariamente lo sea.

En un pasaje del libro tropezamos con este texto: «Le habían denegado la lectura de libros en romance, le habían impedido la oración mental», ¿la oración mental estaba prohibida porque era considerada como una práctica protestante?
Efectivamente, la oración mental era sospechosa de influencia protestante. Piensa que todas las herejías que surgieron en aquel momento, y que compartían puntos de contacto con el luteranismo, lo que buscaban era suprimir la mediación de la Iglesia a través de los sacramentos y de otras prácticas, entre ellas la oración. La Iglesia había establecido una serie de oraciones canónicas y los alumbrados postulaban la oración mental, que era un modo de negar la autoridad de la Iglesia en esta materia. En realidad, la Iglesia nunca prohibió a nadie rezar utilizando sus propias palabras, pero sí dijo que hacerlo así era una manera de negar validez a las oraciones rituales establecidas por ella.

b> Santa Teresa, sin duda, era una mujer peculiar. Varios aspectos de su persona y de su vida llaman la atención. Por ejemplo, además de los conventos de monjas, fundó también conventos de frailes, ¿podría hacerse hoy algo similar?
Sí, es cierto, y es cierto también que es algo raro. Seguramente, hoy también podría hacerse pero no se hace. Este hecho solo se ha producido en su época. Por eso cuando se dice que es una adelantada de su tiempo pregunto a qué siglo pertenecía, si al XVI, al XVII o al XVIII. Después de Santa Teresa no ha habido mujeres que hayan hecho lo mismo y quizá entonces el que estaba adelantado era el siglo XVI. La gente tiene ideas preconcebidas, que proceden de la Leyenda Negra, cargadas de tópicos. El Concilio de Trento, por ejemplo, se presenta como algo retrógrado y, en realidad, permitió purificar la Iglesia y acabar con la corrupción a través de sus reformas. Es lo mismo que ocurre con Felipe II, al que venden como un rey oscurantista y retrógrado, cuando en realidad fue el monarca que rompió con los privilegios que tenía el papado en España. A partir de su reinado, todo privilegio papal no se cumplía sin su consentimiento.

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Otra peculiaridad de la santa consiste en su afición por los libros de caballerías, ¿quizá su espíritu luchador, guerrero, procede de esas lecturas?
Sin duda ninguna influyó en ello. Esa es una de las propuestas que formulo en la novela. Si nos paramos a pensar en que una mujer ya anciana, comenzó su obra a los cuarenta y siete años de entonces, que eran muchos, se lanzó a los caminos a lomos de mulas o carros destartalados, evidentemente tenemos que pensar que sí poseía un ideal muy semejante al caballeresco. En aquella época, cada día avanzaban cuatro o cinco leguas diarias como máximo, durmiendo en ventas y lugares estrafalarios. No sé si tenía un cierto aire de caballero andante o si se puede hablar de que, en el fondo, personifica al eterno español, el Quijote, como si fuera una premonición, un tipo gris, mediocre, igual que lo era Santa Teresa en un momento histórico en el que ser monja era como ser oficinista o funcionario en la vida actual. Tal vez ella decidió cambiar de tipo de vida y eso es un componente muy quijotesco también.

Volvamos por unos instantes a la relación entre Santa Teresa y Ana de Mendoza. ¿En ‘El castillo de diamante’ existe un fenómeno de seducción entre ambos personajes?
Seguro. En toda relación humana alguien es atraído por otra persona. Ambos personajes sienten una atracción mutua, porque ven brillante al otro, al tiempo que también notan una repulsión, porque existe algo en él que les hiere. Santa Teresa aprecia en Ana de Mendoza esa especie de tensión, un poco desquiciada, que nos produce el apego por las cosas materiales, y Ana percibe ese desapego, que proviene de lo espiritual, y que le reconcome y enfurece por no ser como ella.

¿Podríamos establecer que Santa Teresa representa el poder religioso y Ana el poder político?
Simplificando sí, pero la princesa de Éboli fue una persona que, aunque efectivamente su prioridad era el poder político, sentía una inquietud espiritual sincera y, muy probable también, retorcida y herida. Santa Teresa, sin embargo, sabe desenvolverse tanto en el mundo como en los círculos políticos. Gracias a ello llegó a donde llegó. La verdad es que ambas representan la difícil cohabitación entre ambos poderes.

Como observador de la realidad que también eres, ¿serías capaz de trasplantar ese enfrentamiento político-religioso al día de hoy en nuestro país?
Quizá sería posible establecer ese enfrentamiento entre el presidente de la Comunidad Valenciana y el arzobispo Antonio Cañizares [risas]. Es evidente que actualmente ni la política española ni la religiosa viven su edad de oro. La gente no acepta que a los monstruos los genera el medio y que con los genios ocurre igual. Es difícil que en épocas de decrepitud surjan genios, necesitamos momentos de pujanza para que se produzcan. Los analfabetos presentan a Santa Teresa como un ser único, cuando en realidad en su época había cientos de mujeres como ella. De hecho en la novela aparecen y estas personas buscaban exactamente lo mismo que ella. Era gente que descollaba sobre un humus que hoy no existe y que resulta imprescindible para producir personajes de este calibre.

Por las páginas de ‘El castillo de diamante’, entre otros, desfila un personaje importante: Antonio Pérez, secretario de Felipe II, un tipo que tal vez merezca una novela. ¿Estamos ante un precursor de los actuales corruptos?
Antonio Pérez no era un corrupto, era otra cosa. Era un hombre de gran cultura, que había estudiado en diversas universidades europeas. Hablaba francés, italiano y latín. Hoy no creo que haya políticos que hablen latín [sonrisa]. Era un tipo con pocos escrúpulos, libertino, que según se cuenta funcionaba a vela y a vapor, pero no creo que admita comparación con ningún político actual. Resulta un personaje atractivo, pero también empalagoso y cargante, obsesionado por el lujo y el boato, refinado y pérfido, que llegó a ejercer un dominio espiritual sorprendente sobre el rey. Supo entender la psicología del monarca y encauzar las decisiones reales por los caminos que a él le interesaban. Lo manejó bien y cuando escapó de España se convirtió en una especie de árbitro de la elegancia, que contaba chismes continuamente, toda una atracción en la corte de Francia. No le puedo perdonar que, por su culpa, la pobre Ana de Mendoza firmara su propia sentencia de muerte y por eso en la novela lo he convertido en una especie de zascandil de la princesa, cuando en realidad fue al contrario y quien dominaba era él.

Y la última por hoy: ¿por qué conocemos tan poco nuestra propia historia?
Esto tiene que ver con lo que comentaba antes sobre la Leyenda Negra. España es la única nación que ha aceptado la historia que le han escrito otros, una historia destructiva y denigratoria, naturalmente. Lo hemos aceptado y en el español medio se ha desarrollado una serie de culpas y de sentimientos de inferioridad que son paralizantes, esterilizantes y que nos llevan a no aceptar nuestro pasado. Partimos siempre de la base de que España ha sido una especie de fardo que ha lastrado el progreso y que no ha aportado grandes personajes a la Historia Universal. Todas estas cosas han generado una especie de freno para revisar nuestra historia con naturalidad.

"La figura de Santa Teresa ha sido siempre maltratada por la literatura"

Entrevista a Juan Manuel de Prada
Redacción
lunes, 9 de noviembre de 2015, 19:32 h (CET)



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Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) pasó su infancia y adolescencia en Zamora. Con su primer libro, ‘Coños’, y los relatos de ‘El silencio del patinador’ sorprendió a la crítica por su poderosa imaginación y su audaz uso del lenguaje. En 1996 debutó en la novela con la monumental ‘Las máscaras del héroe’ (Premio Ojo Crítico de Narrativa de RNE). En 1997 recibió el Premio Planeta por ‘La tempestad’ que ha sido traducida a más de veinte idiomas. Su tercera novela, ‘Las esquinas del aire’ también fue recibida con buenas críticas, así como ‘Desgarrados y excéntricos’. Por ‘La vida invisible’ recibió el Premio Primavera y el Premio Nacional de Narrativa y con ‘El séptimo velo’ se alzó con el Premio Biblioteca Breve y el Premio de la Crítica de Castilla y León. Sus últimas obras han sido ‘Me hallará la muerte’ y ‘Morir bajo tu cielo’. En el territorio periodístico, De Prada ha sido galardonado con los premios Mariano de Cavia o Julio Camba, entre otros.

«¿Era acaso odio el sentimiento que envenenaba su alma y su sangre, sus pensamientos y el aire que respiraba y parecía volverse de luto en sus pulmones? ¿De verdad era odio? ¿O tal vez más bien envidia, esa pasión ruin a la que siempre pintan flaca, porque muerde pero no come?» Estas palabras bullen en la mente de Ana de Mendoza, princesa de Éboli, con ellas, Juan Manuel de Prada introduce al lector en el hilo argumental de ‘El castillo de diamante’, su nueva novela, editada por Espasa, obra que trata acerca de la relación entre la propia Ana de Mendoza y Santa Teresa de Jesús, la primera, inmersa en la búsqueda del triunfo mundano para alcanzar la supremacía entre los grandes de España; la segunda, en la búsqueda de la unión plena con Dios, plantando cara al fariseísmo religioso y burlando las asechanzas del poder político. A su manera, ambas mujeres se abrirán paso en un mundo que no resulta fácil y pretende devorarlas. El escritor baracaldés anduvo por Valencia a finales de octubre. Entre ruido de cafeteras, platos gangosos y otros murmullos colaterales, propios del bar en que nos encontrábamos, dispusimos de un hueco lo suficientemente amplio para conversar sobre su novela durante unos minutos.

No parece que se haya escrito demasiado acerca de las relaciones entre Ana de Mendoza, princesa de Éboli, y Santa Teresa de Jesús, Juan Manuel, ¿te apetecía escribir esta novela especialmente por este motivo?
No, eso solo es propaganda editorial, no sé cómo decirte, hay temas sobre los que se han escrito mil obras, imagínate por ejemplo los clásicos, no, no tiene nada que ver con eso. Me apetecía porque creía que reunía todos los ingredientes de una buena novela: dos personajes potentes, un conflicto y, a partir de ahí, un crescendo dramático que hace atractiva la historia y que me permitía fabular ya que, aunque su relación está documentada, existen muchas lagunas. Entre ellas había diferencias, pero no sabemos cuáles eran o por qué se conocían. Esta débil trama histórica me permitía colocar elementos de ficción.

¿Has aprovechado los diálogos para introducir la ficción en ‘El castillo de diamante?
No, no, como he dicho desconocemos la relación que mantenían. Yo la dibujo muy íntima porque la imagino así, casi de complicidad al principio para decaer después. Claro que eso es una libre interpretación mía. Toda la primera parte de la novela es ficción, puesto que conocemos que Santa Teresa pasó un tiempo en casa de una prima suya, pero no sabemos si se conocieron allí o no.

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¿El título lo tenías claro desde antes de sentarte a escribir?
El título me costó de encontrar, pero sí que lo tuve claro antes de comenzar la escritura de la novela. Está tomado del comienzo del libro de ‘Las Moradas’ de la propia Santa Teresa.

Para construir ‘El castillo de diamante’ has tenido que insuflar nueva vida en Santa Teresa y en Ana de Mendoza, por así decirlo las has despertado quinientos años después para invitarlas a caminar por las páginas del libro, ¿qué has sentido al hacerlo?
A mí me interesaba Santa Teresa desde hace mucho tiempo y siempre me ha parecido que su figura había sido maltratada por la literatura. En general, sus biografías presentan un tono hagiográfico o tergiversador, que trata de mostrar en ella otras cualidades, como si no le bastase con ser santa. A mí me apetecía dibujar una imagen enfocada desde otro ángulo, bien alejada de la empalagosidad archisabida y de ese concepto del feminismo con el que suelen presentarla. El caso de la princesa de Éboli es distinto. Se sabe poco de ella. Sus últimos años están más documentados, pero sobre la etapa de su vida que yo cuento los datos son escasos, lo que me permitía colocar al personaje justo ahí. Una vez convertidas ambas en personajes, la responsabilidad es mucho menor, porque dejan de ser esas estatuas del mausoleo de mujeres célebres y se convierten en los personajes de carne y hueso que he retratado en su intimidad.

Hasta ahora, creo, no habías incursionado con tus novelas en un tiempo tan lejano del actual, ¿para ambientarla te has servido de libros de historia o has releído los clásicos castellanos de entonces?
Te diría que me he servido sobre todo de textos de la época. Esta es una novela que trata de recuperar el sabor de la literatura de entonces, de la literatura del siglo XVI y comienzos del XVII, la de Cervantes, Garcilaso, Fray Luis… Por supuesto, para documentarte sobre aquella España lees otras cosas, aunque yo ya conocía bien a estos dos personajes. Desde luego mi pretensión no ha sido crear una novela erudita, sino transmitir el clima del momento que se desprende de la lectura de los clásicos.

En ‘El castillo de diamante’ defines las conversaciones entre Santa Teresa y Dios como “un cuchicheo de enamorados”, ¿esta relación guarda parecido con las conversaciones entre marido y mujer?
Bueno, se trata de una relación personal. Quizá tratar a Dios como a alguien próximo a ella sea la gran aportación de Santa Teresa a la fe católica. Para ella, y para cualquier monja también, Cristo es su esposo y el vínculo que establecen es de amor, sin el componente erótico que le damos hoy a esa palabra. Es una relación de intimidad, de unión profunda, una unión mística entre su alma y Dios.

Utilizas un lenguaje respetuoso con la época a la vez que actual, lo que agiliza la lectura, ¿tu idea era conseguir un equilibrio entre ambos lenguajes?
Mira, la verdad es que me ha salido así, sin forzar nada, de un modo natural.

Enhorabuena…
Soy una persona muy habituada a leer clásicos españoles y la escritura brotó así. No he querido en ningún momento hacer un pastiche de aquel lenguaje, porque quedaría grotesco, pero sí que he buscado que la novela tuviera el perfume de la época. Desde luego no existe ninguna fórmula para conseguirlo, solo es el resultado del poso de lecturas de toda la vida, con menciones explícitas a Cervantes y Santa Teresa. Quizá esto sea lo único premeditado, porque he introducido frases suyas en sus diálogos, pero el resto me ha salido de modo natural.

Quizá esa fórmula que no existe, haya consistido en utilizar palabras de antes bajo formas actuales de hablar.
Bueno, lo cierto es que ni siquiera hablan como antiguamente, aunque puede producir esa impresión. Se trata de un falso lenguaje que yo he generado bajo los parámetros de la ficción y a la gente le suena como del siglo XVI, pero sin que necesariamente lo sea.

En un pasaje del libro tropezamos con este texto: «Le habían denegado la lectura de libros en romance, le habían impedido la oración mental», ¿la oración mental estaba prohibida porque era considerada como una práctica protestante?
Efectivamente, la oración mental era sospechosa de influencia protestante. Piensa que todas las herejías que surgieron en aquel momento, y que compartían puntos de contacto con el luteranismo, lo que buscaban era suprimir la mediación de la Iglesia a través de los sacramentos y de otras prácticas, entre ellas la oración. La Iglesia había establecido una serie de oraciones canónicas y los alumbrados postulaban la oración mental, que era un modo de negar la autoridad de la Iglesia en esta materia. En realidad, la Iglesia nunca prohibió a nadie rezar utilizando sus propias palabras, pero sí dijo que hacerlo así era una manera de negar validez a las oraciones rituales establecidas por ella.

b> Santa Teresa, sin duda, era una mujer peculiar. Varios aspectos de su persona y de su vida llaman la atención. Por ejemplo, además de los conventos de monjas, fundó también conventos de frailes, ¿podría hacerse hoy algo similar?
Sí, es cierto, y es cierto también que es algo raro. Seguramente, hoy también podría hacerse pero no se hace. Este hecho solo se ha producido en su época. Por eso cuando se dice que es una adelantada de su tiempo pregunto a qué siglo pertenecía, si al XVI, al XVII o al XVIII. Después de Santa Teresa no ha habido mujeres que hayan hecho lo mismo y quizá entonces el que estaba adelantado era el siglo XVI. La gente tiene ideas preconcebidas, que proceden de la Leyenda Negra, cargadas de tópicos. El Concilio de Trento, por ejemplo, se presenta como algo retrógrado y, en realidad, permitió purificar la Iglesia y acabar con la corrupción a través de sus reformas. Es lo mismo que ocurre con Felipe II, al que venden como un rey oscurantista y retrógrado, cuando en realidad fue el monarca que rompió con los privilegios que tenía el papado en España. A partir de su reinado, todo privilegio papal no se cumplía sin su consentimiento.

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Otra peculiaridad de la santa consiste en su afición por los libros de caballerías, ¿quizá su espíritu luchador, guerrero, procede de esas lecturas?
Sin duda ninguna influyó en ello. Esa es una de las propuestas que formulo en la novela. Si nos paramos a pensar en que una mujer ya anciana, comenzó su obra a los cuarenta y siete años de entonces, que eran muchos, se lanzó a los caminos a lomos de mulas o carros destartalados, evidentemente tenemos que pensar que sí poseía un ideal muy semejante al caballeresco. En aquella época, cada día avanzaban cuatro o cinco leguas diarias como máximo, durmiendo en ventas y lugares estrafalarios. No sé si tenía un cierto aire de caballero andante o si se puede hablar de que, en el fondo, personifica al eterno español, el Quijote, como si fuera una premonición, un tipo gris, mediocre, igual que lo era Santa Teresa en un momento histórico en el que ser monja era como ser oficinista o funcionario en la vida actual. Tal vez ella decidió cambiar de tipo de vida y eso es un componente muy quijotesco también.

Volvamos por unos instantes a la relación entre Santa Teresa y Ana de Mendoza. ¿En ‘El castillo de diamante’ existe un fenómeno de seducción entre ambos personajes?
Seguro. En toda relación humana alguien es atraído por otra persona. Ambos personajes sienten una atracción mutua, porque ven brillante al otro, al tiempo que también notan una repulsión, porque existe algo en él que les hiere. Santa Teresa aprecia en Ana de Mendoza esa especie de tensión, un poco desquiciada, que nos produce el apego por las cosas materiales, y Ana percibe ese desapego, que proviene de lo espiritual, y que le reconcome y enfurece por no ser como ella.

¿Podríamos establecer que Santa Teresa representa el poder religioso y Ana el poder político?
Simplificando sí, pero la princesa de Éboli fue una persona que, aunque efectivamente su prioridad era el poder político, sentía una inquietud espiritual sincera y, muy probable también, retorcida y herida. Santa Teresa, sin embargo, sabe desenvolverse tanto en el mundo como en los círculos políticos. Gracias a ello llegó a donde llegó. La verdad es que ambas representan la difícil cohabitación entre ambos poderes.

Como observador de la realidad que también eres, ¿serías capaz de trasplantar ese enfrentamiento político-religioso al día de hoy en nuestro país?
Quizá sería posible establecer ese enfrentamiento entre el presidente de la Comunidad Valenciana y el arzobispo Antonio Cañizares [risas]. Es evidente que actualmente ni la política española ni la religiosa viven su edad de oro. La gente no acepta que a los monstruos los genera el medio y que con los genios ocurre igual. Es difícil que en épocas de decrepitud surjan genios, necesitamos momentos de pujanza para que se produzcan. Los analfabetos presentan a Santa Teresa como un ser único, cuando en realidad en su época había cientos de mujeres como ella. De hecho en la novela aparecen y estas personas buscaban exactamente lo mismo que ella. Era gente que descollaba sobre un humus que hoy no existe y que resulta imprescindible para producir personajes de este calibre.

Por las páginas de ‘El castillo de diamante’, entre otros, desfila un personaje importante: Antonio Pérez, secretario de Felipe II, un tipo que tal vez merezca una novela. ¿Estamos ante un precursor de los actuales corruptos?
Antonio Pérez no era un corrupto, era otra cosa. Era un hombre de gran cultura, que había estudiado en diversas universidades europeas. Hablaba francés, italiano y latín. Hoy no creo que haya políticos que hablen latín [sonrisa]. Era un tipo con pocos escrúpulos, libertino, que según se cuenta funcionaba a vela y a vapor, pero no creo que admita comparación con ningún político actual. Resulta un personaje atractivo, pero también empalagoso y cargante, obsesionado por el lujo y el boato, refinado y pérfido, que llegó a ejercer un dominio espiritual sorprendente sobre el rey. Supo entender la psicología del monarca y encauzar las decisiones reales por los caminos que a él le interesaban. Lo manejó bien y cuando escapó de España se convirtió en una especie de árbitro de la elegancia, que contaba chismes continuamente, toda una atracción en la corte de Francia. No le puedo perdonar que, por su culpa, la pobre Ana de Mendoza firmara su propia sentencia de muerte y por eso en la novela lo he convertido en una especie de zascandil de la princesa, cuando en realidad fue al contrario y quien dominaba era él.

Y la última por hoy: ¿por qué conocemos tan poco nuestra propia historia?
Esto tiene que ver con lo que comentaba antes sobre la Leyenda Negra. España es la única nación que ha aceptado la historia que le han escrito otros, una historia destructiva y denigratoria, naturalmente. Lo hemos aceptado y en el español medio se ha desarrollado una serie de culpas y de sentimientos de inferioridad que son paralizantes, esterilizantes y que nos llevan a no aceptar nuestro pasado. Partimos siempre de la base de que España ha sido una especie de fardo que ha lastrado el progreso y que no ha aportado grandes personajes a la Historia Universal. Todas estas cosas han generado una especie de freno para revisar nuestra historia con naturalidad.

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