El director galo Alexandre Aja, a pesar de haber dirigido con anterioridad un par de largometrajes, eclosionó como gurú del cine de terror con la sanguinolenta Alta Tensión, una escabechina de diseño donde Cécile de France, tras protagonizar una truculenta orgía de sangre, jugaba a ser Bruce Willis en El Sexto Sentido. El éxito de este film le llevó a dirigir el remake de Las Colinas Tienen Ojos, de Wes Craven, celebrado por los seguidores del realizador como una depuración deliberadamente sórdida de su estilo entre espeluznante y cool. Es entonces cuando le pilla el gusto a esto de los remakes y se le ocurre involucrarse en dos proyectos que revisitan otras tantas historias ya orquestadas con antelación por otros directores: la primera de ellas es Piraña 3-D, versión, como su propio nombre índica, en tres dimensiones, del clásico de Joe Dante; y la segunda, el estreno que hoy nos ocupa, Reflejos, libre adaptación del argumento de la coreana Into The Mirror, que a diferencia de la simpática cinta de los peces asesinos jamás conseguirá llegar a ser un clásico del horror por tratarse de la enésima historia asiática de fantasmas muy cuidada desde el punto de vista formal pero con un guión de lo más astroso y desmañado.
No resulta extraño, por tanto, que Aja y su colaborador habitual en tareas de escritura para cine, Grègory Levasseur, hayan optado por introducir nuevos elementos en el relato y eliminar otros a su juicio prescindibles. Lo irónico es que incluso pasándose por el forro la fidelidad a la película original, Reflejos acabe incurriendo en los mismos errores que el film de Kim-Sung-Ho, erigiéndose, como aquel, en una propuesta de sólida factura visual pero endeble andamiaje narrativo. La historia, previsible como pocas, se encuentra lastrada por los lugares comunes, la redundancia (más de la mitad del metraje consiste en ver como Kiefer Sutherland deambula con una linterna, en plan Silent Hill, por unos grandes almacenes abandonados muy, muy, inquietantes) y unos diálogos ridículos hasta el tuétano que incluyen perlas como “¡Están por todas partes!” “¡Cuidado con el escalón. El mal está aquí!” o “¡Sal de ahí, maldita!”. Lo peor de todo es que Aja trata de compensar esta carencia absoluta de originalidad argumental no sólo dándole un lustre en ocasiones excesivo, a la puesta en escena, sino también, ¡vaya por Dios!, incluyendo un twist final previsible, innecesario y cansino.
En cuanto a Kiefer Sutherland, sólo puedo decir que ni siquiera se toma la molestia de construir un personaje diferente al Jack Bauer de la serie 24. Su indolencia interpretativa es de tal calibre que, en el tramo final de la película, da la impresión de que el agente de la UAT se hubiera equivocado de plató para, de este modo, dar pie a una especie de cruce entre El Exorcista y JAG:Alerta Roja. De pena, vamos. Menos mal que Aja no pierde el norte en ningún momento detrás de las cámaras y, a pesar de las múltiples rémoras de la historia, logra ofrecer momentos aterradores impecablemente filmados así como varias soluciones visuales, con espejos de por medio, de gran originalidad estética. Estos dos pequeños detalles demuestran que, debajo de tanta ramplonería, todavía existe un director con capacidad para ofrecer algo más que clichés, remakes y buenas atmósferas. O al menos, eso parece de momento…