Querido Efraín: ¿Por qué nos preocupamos de tantas cosas y no nos preguntamos cómo hemos de orar, temiendo que nuestras plegarias no procedan con rectitud, en lugar de limitarnos a decir con el salmo: “Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo”? En aquella morada, los días no consisten en empezar y pasar uno después de otro, ni el comienzo de un día significa el fin del anterior; todos los días se dan simultáneamente, y ninguno se termina allí donde ni la vida ni sus días tienen fin.
Para que lográramos esa vida dichosa, la misma Vida verdadera y dichosa nos enseñó a orar; pero, no quiso que lo hiciéramos con muchas palabras, como si nos escuchara mejor cuanto más locuaces nos mostremos, pues, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras necesidades aun antes de que se las expongamos.
Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos tiene preparados. Sus dones, en efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso, se nos dice: Ensanchaos; no os unzáis al mismo yugo con los infieles.
Cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente deseamos este don, y más capaces somos de recibirlo; se trata de un don realmente inmenso, tanto, que “ni el ojo vio”, pues no se trata de un color, “ni el oído oyó”, pues no es ningún sonido; ni vino al pensamiento del hombre, ya que es el pensamiento del hombre el que debe ir a aquel don para alcanzarlo.
Así, pues, constantemente oramos por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad, con un deseo no interrumpido. Pero, además, en determinados días y horas, oramos a Dios también con palabras, para que, amonestándonos a nosotros mismos por medio de estos signos externos, vayamos tomando conciencia de cómo progresamos en nuestro deseo y, de este modo, nos animemos a proseguir en él. Porque, sin dudarlo, el efecto será tanto mayor, cuanto más intenso sea el afecto que lo hubiera precedido. Por tanto, aquello que nos dice el Apóstol: “Sed constantes en orar”, ¿qué otra cosa puede significar sino que debemos desear incesantemente la vida dichosa, que es la vida eterna, la cual nos ha de venir del único que la puede dar?
Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.