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Rostros velados

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Sobre el rostro humano se ha dicho de todo. Reflejo expresivo de la realidad propia, las arrugas de la edad o dibujo certero de los recorridos emocionales; si bien, los hay de carácter impávido, inexpresivos por demás. Si algunos acumulan las vivencias de sus personajes, como HUELLAS, también hay vivencias menos propensas a ser reflejadas en dichas huellas. Muy diferentes son aquellos cuyo propietario huye de sus contenidos como persona hacia rumbos extravagantes.

La ligereza dominante en los tiempos actuales no es amiga de los análisis exhaustivos, las huellas dejadas son de escasa consistencia. Hemos arribado a unas cotas en las cuales el rostro apenas significa nada, ni por parte de quienes lo llevan, ni por parte de los observadores. Si acaso, reparan ambos sectores en la dureza inexpresiva que afronta los comportamientos al uso. Sin embargo, al prescindir de los matices, pierden la representación de los rasgos humanos entrañables. Semejante SIMPLIFICACIÓN deja mermadas las mejores relaciones sociales, entabladas ahora entre rostros poco responsables; cómo lo van a ser, alejados de las cualidades afectivas y preñados del encono codicioso imperante.

Estos días, como cada año, renovamos el recuerdo de muchas fisonomías que nos han sido veladas en fechas recientes, las de los respectivos DIFUNTOS de cada agrupación familiar. En un goteo continuado nos hemos visto privados de un determinado número de seres queridos. Como sucede con las expresiones de sus caras, el cortejo de vivencias y afectos desdibuja progresivamente sus perfiles genuinos. La transmisión recibida de sus influencias supera la mera limitación del aspecto físico, muestra señales que valoramos los descendientes según nuestra forma de pensar; pero sin que vayamos a olvidar aquellas herencias genéticas o psicológicas de las cuales no escapamos a voluntad. El velamiento no oculta ciertas permanencias.

En los ámbitos colectivos contribuimos penosamente a la difuminación de cuantos laboraron por su bienestar y el legado dejado a la posteridad; de esa manera, los borramos con pocas referencias y una enorme desconsideración. El paso del tiempo es ya cruel e inmisericorde, desgata los materiales, incluidos los humanos. Lo peor radica en la escasa DISCRIMINACIÓN en los borrados. Los criterios banales utilizados, la falta de criterio o los errores mayúsculos, introducen la necedad desbordante como aceleradora del desvanecimiento precoz del recuerdo de gente con aportaciones sustanciosas y de los conocimientos transmitidos por ellos. Sin buenos criterios, juntamos en el borrado maldades y bondades.

Fíjense que curioso. En la siguiente manera de difuminarse los rostros, predomina una función, no paran de hablar, son auténticas figuras de PARLANCHINES, siempre perorando, con una variedad pintoresca de referencias, que no dejan lugar para el reposo en la mente de los escuchantes. La cuerda les dura una enormidad. Por el carácter incesante de ese flujo de palabras, ni atisbamos en sus actuaciones un principio donde radique el punto de partida, ni un final concreto, siendo el punto intermedio del presente una compleja confusión. Los detecto en las pantallas, áreas de gestión y en múltiples lugares de desencuentro, dado que parecen poseer el don de la ubicuidad; sinduda, una de sus cualidades.

A la hora de contar con la responsabilidad, el disfrute y el sentimiento de cada sujeto, hemos de mirarle a la cara y después adentrarnos en lo posible en sus interioridades; pero estas peculiaridades pasan a segundo plano en estas épocas avanzadas. Los pensadores centran su atención en los DISPOSITIVOS; estos hacen, modelan y deshacen, al compás de sus estructuras. ¿Y qué ocurre? Todo son dispositivos y no aparecen las personas. Lo son las escuelas, las empresas, la bolsa, la religión, los órganos políticos; así como la cibernética, el lenguaje, las televisiones. Lo que no sean personas, son dispositivos potenciales. ¡Ojo! Los mismos pensadores dejan de lado a las personas. Hay personas inútiles que pueden ser utilizadas como dispositivos.

Suele decirse en muchas ocasiones, no es lo que parece. Porque detrás de un rostro bonachón, descubrimos toda una red ponzoñosa, o bien el rostro peor encarado representando al introductor de conductas entrañanles. Es decir, la DISCORDANCIA actúa también en estos menesteres, mostrando la importancia de que a cada cual lo tengamos en cuenta como es, las relaciones posteriores son otra cosa, reúnen factores complejos. Con todo, nadie dispone de la justificación para la sustitución del discordante y los ajustes generan otros roces.

Casi podemos afirmar que lo mejor del semblante es que no sea intencionado, esa intención lo inclina al disimulo, gran generador de confusiones. Por desgracia, una buena parte de las valoraciones humanas las basamos en las imágenes equívocas adobadas de antemano por intereses ocultos (Mitineros, empresarios, publicistas, relaciones), dialogamos poco sobre el meollo de personas y actuaciones. La existencia de las fisonomías ESQUIVAS será inevitable, como las expresiones falseadas a propósito; pero nos va gran parte del bienestar en despertar a tiempo para no soslayar cada una de nuestras valoraciones pertinentes. Salir por la tangente no es la mejor solución casi nunca.

Hasta gente de gran prestancia ha presenciado el apagado de su imagen a medida de verse invadidos por el dolor, el sufrimiento, la vejez y la ENFERMEDAD, puntales agresivos globales en todos los tiempos. El velamiento de los rostros culminó con la llegada de esos cuatro puntales. Inmersos en dichas penurias, los acompañamientos, si existieron, van desapareciendo. El aislamiento de los afectados los aboca al agravante de la soledad, siempre dispuesta al incremento del abandono por la desidia general. Sí que hay excepciones, menos mal; pero no evitan el silenciamiento de las penurias que invaden los rincones íntimos.

Las mejores asistencias profesionales apenas remedian una parte modesta del declive personal, aún dependiente de otros resortes, adherido a los afectos y muy sensible a la ausencia del calor humano. Si aquellas asistencias enfrian sus atenciones, el recurso técnico no es suficiente como sustituto. Cuando fallan las tarjetas sanitarias, los aportes sociales y la atención social; los afectados en peor situación asisten a su derrumbamiento cruel. Una simple ojeada al PANORAMA mundial refleja verdaderas desapariciones de gente desdeñada. Detrás de ese silencio, desde la lejanía, no parecen detectarse anomalías.

Rostros velados

Rafael Pérez Ortolá
viernes, 30 de octubre de 2015, 06:17 h (CET)
Sobre el rostro humano se ha dicho de todo. Reflejo expresivo de la realidad propia, las arrugas de la edad o dibujo certero de los recorridos emocionales; si bien, los hay de carácter impávido, inexpresivos por demás. Si algunos acumulan las vivencias de sus personajes, como HUELLAS, también hay vivencias menos propensas a ser reflejadas en dichas huellas. Muy diferentes son aquellos cuyo propietario huye de sus contenidos como persona hacia rumbos extravagantes.

La ligereza dominante en los tiempos actuales no es amiga de los análisis exhaustivos, las huellas dejadas son de escasa consistencia. Hemos arribado a unas cotas en las cuales el rostro apenas significa nada, ni por parte de quienes lo llevan, ni por parte de los observadores. Si acaso, reparan ambos sectores en la dureza inexpresiva que afronta los comportamientos al uso. Sin embargo, al prescindir de los matices, pierden la representación de los rasgos humanos entrañables. Semejante SIMPLIFICACIÓN deja mermadas las mejores relaciones sociales, entabladas ahora entre rostros poco responsables; cómo lo van a ser, alejados de las cualidades afectivas y preñados del encono codicioso imperante.

Estos días, como cada año, renovamos el recuerdo de muchas fisonomías que nos han sido veladas en fechas recientes, las de los respectivos DIFUNTOS de cada agrupación familiar. En un goteo continuado nos hemos visto privados de un determinado número de seres queridos. Como sucede con las expresiones de sus caras, el cortejo de vivencias y afectos desdibuja progresivamente sus perfiles genuinos. La transmisión recibida de sus influencias supera la mera limitación del aspecto físico, muestra señales que valoramos los descendientes según nuestra forma de pensar; pero sin que vayamos a olvidar aquellas herencias genéticas o psicológicas de las cuales no escapamos a voluntad. El velamiento no oculta ciertas permanencias.

En los ámbitos colectivos contribuimos penosamente a la difuminación de cuantos laboraron por su bienestar y el legado dejado a la posteridad; de esa manera, los borramos con pocas referencias y una enorme desconsideración. El paso del tiempo es ya cruel e inmisericorde, desgata los materiales, incluidos los humanos. Lo peor radica en la escasa DISCRIMINACIÓN en los borrados. Los criterios banales utilizados, la falta de criterio o los errores mayúsculos, introducen la necedad desbordante como aceleradora del desvanecimiento precoz del recuerdo de gente con aportaciones sustanciosas y de los conocimientos transmitidos por ellos. Sin buenos criterios, juntamos en el borrado maldades y bondades.

Fíjense que curioso. En la siguiente manera de difuminarse los rostros, predomina una función, no paran de hablar, son auténticas figuras de PARLANCHINES, siempre perorando, con una variedad pintoresca de referencias, que no dejan lugar para el reposo en la mente de los escuchantes. La cuerda les dura una enormidad. Por el carácter incesante de ese flujo de palabras, ni atisbamos en sus actuaciones un principio donde radique el punto de partida, ni un final concreto, siendo el punto intermedio del presente una compleja confusión. Los detecto en las pantallas, áreas de gestión y en múltiples lugares de desencuentro, dado que parecen poseer el don de la ubicuidad; sinduda, una de sus cualidades.

A la hora de contar con la responsabilidad, el disfrute y el sentimiento de cada sujeto, hemos de mirarle a la cara y después adentrarnos en lo posible en sus interioridades; pero estas peculiaridades pasan a segundo plano en estas épocas avanzadas. Los pensadores centran su atención en los DISPOSITIVOS; estos hacen, modelan y deshacen, al compás de sus estructuras. ¿Y qué ocurre? Todo son dispositivos y no aparecen las personas. Lo son las escuelas, las empresas, la bolsa, la religión, los órganos políticos; así como la cibernética, el lenguaje, las televisiones. Lo que no sean personas, son dispositivos potenciales. ¡Ojo! Los mismos pensadores dejan de lado a las personas. Hay personas inútiles que pueden ser utilizadas como dispositivos.

Suele decirse en muchas ocasiones, no es lo que parece. Porque detrás de un rostro bonachón, descubrimos toda una red ponzoñosa, o bien el rostro peor encarado representando al introductor de conductas entrañanles. Es decir, la DISCORDANCIA actúa también en estos menesteres, mostrando la importancia de que a cada cual lo tengamos en cuenta como es, las relaciones posteriores son otra cosa, reúnen factores complejos. Con todo, nadie dispone de la justificación para la sustitución del discordante y los ajustes generan otros roces.

Casi podemos afirmar que lo mejor del semblante es que no sea intencionado, esa intención lo inclina al disimulo, gran generador de confusiones. Por desgracia, una buena parte de las valoraciones humanas las basamos en las imágenes equívocas adobadas de antemano por intereses ocultos (Mitineros, empresarios, publicistas, relaciones), dialogamos poco sobre el meollo de personas y actuaciones. La existencia de las fisonomías ESQUIVAS será inevitable, como las expresiones falseadas a propósito; pero nos va gran parte del bienestar en despertar a tiempo para no soslayar cada una de nuestras valoraciones pertinentes. Salir por la tangente no es la mejor solución casi nunca.

Hasta gente de gran prestancia ha presenciado el apagado de su imagen a medida de verse invadidos por el dolor, el sufrimiento, la vejez y la ENFERMEDAD, puntales agresivos globales en todos los tiempos. El velamiento de los rostros culminó con la llegada de esos cuatro puntales. Inmersos en dichas penurias, los acompañamientos, si existieron, van desapareciendo. El aislamiento de los afectados los aboca al agravante de la soledad, siempre dispuesta al incremento del abandono por la desidia general. Sí que hay excepciones, menos mal; pero no evitan el silenciamiento de las penurias que invaden los rincones íntimos.

Las mejores asistencias profesionales apenas remedian una parte modesta del declive personal, aún dependiente de otros resortes, adherido a los afectos y muy sensible a la ausencia del calor humano. Si aquellas asistencias enfrian sus atenciones, el recurso técnico no es suficiente como sustituto. Cuando fallan las tarjetas sanitarias, los aportes sociales y la atención social; los afectados en peor situación asisten a su derrumbamiento cruel. Una simple ojeada al PANORAMA mundial refleja verdaderas desapariciones de gente desdeñada. Detrás de ese silencio, desde la lejanía, no parecen detectarse anomalías.

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