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Herme Cerezo

‘Post mortem’ de Patricia Cornwell: impecable thriller diez años después

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Diez años después de haberlo hecho por primera vez, releo con deleite ‘Post mortem’, sin duda la mejor novela de Patricia Cornwell. Un thriller impecable, que ha resistido muy bien el paso del tiempo. Para ello aprovecho la magnífica ocasión que nos brindan las ediciones de Kiosco del otoño de 2008. En la República de las Letras, es bien sabido que, a la vuelta del verano, es decir, ya mismo, y a primeros de cada año, las editoriales hacen su agosto – cuando ya pasó, curiosamente – y sacan al mercado, a precio asequible y con buenas ediciones, novelas ni demasiado antiguas, ni demasiado actuales, o las integrales de autores de reconocido éxito, en su afán por exprimir un poco más la ubre de las ventas. Y eso, ni menos, ni más, es lo que ha hecho RBA Colecciones S.A., poniendo al alcance del gran público la obra completa (o casi) de la Cornwell.

Por cierto, esta nueva edición es estupenda en lo que se refiere a presentación: tapas duras, tipografía grande y generosa distribución de márgenes y páginas. Sin embargo, está contaminada por fallos demasiado repetitivos. Porque en algunas páginas faltan palabras. Sí, sí, como lo leen, faltan palabras, y por ello algunas frases quedan en el aire, suspendidas, incompletas, inconcretas. Son las cosas de los procesadores de texto. A veces da la sensación de que han publicado un borrador en lugar de un original definitivo. Por favor, ¿dónde están los correctores? ¿Son plantilla ya de la primera empresa nacional, o sea, del paro? O ¿es que ya no quedan? O quizá ¿se jubilaron todos? O tal vez ¿se murieron de hambre? ¿A qué jugamos, Dios mío? El asiduo de los kioscos no es un lector de segunda división. Ni mucho menos. Y sólo reclama lo que es suyo: un producto terminado en las debidas condiciones.

Pero me centro en ‘Post mortem’, que es de lo que se trata. Cuando leí hace diez años esta novela, recuerdo que finalicé su lectura de madrugada. Y recuerdo también que me produjo una sensación de desasosiego que otros autores especializados en el género de terror, Lovecraft o Stephen King, por ejemplo, no han conseguido jamás provocarme. Fue cerrar el libro y girar, lentamente, mi cabeza para inspeccionar mi retaguardia y asegurarme de que no había nadie detrás de mí. Lo mismo hice luego, por toda mi casa. Una habitación tras otra. Tal fue la impronta que dejó en mí esta novela que ahora, cuando la he releído, recordando perfectamente quién era el asesino o la asesina, he vuelto a sentir un temor parecido al de entonces. Mucho más atenuado. Pero temor al fin. Y es que ‘Post mortem’ relata el ‘curriculum vitae’ de un asesino en serie, un psicópata, que, al inicio de la novela, lleva ya despachadas tres mujeres con métodos tortuosamente crueles. La historia arranca, y con ella el misterio y la intriga, cuando la escritora estadounidense, de buenas a primeras, nos introduce en el cuarto crimen.

En ‘Post mortem’, que fue galardonada el mismo año con los premios Edgar, John Creasey, Anthony y Macavity, además del Prix du Roman, Patricia Cornwell nos presenta a los dos personajes en los que asentará su labor como escritora policial: la doctora forense Kay Scarpetta, y el inspector de policía, Pete Marino. También aparece su sobrina Lucy, que cobrará importancia en la serie más adelante. En otra ocasión ya dije que Kay Scarpetta es la precursora en lo literario, del CSI en lo cinematográfico. Las indagaciones de la doctora Scarpetta, las "pesquisiciones" que diría un policía de ficción tan nuestro como Plinio, alias "Manuel González", se centran en la localización y análisis de pruebas, huellas y residuos que el asesino haya podido olvidar en el lugar del suceso. Exudaciones, filamentos, sangre, saliva, semen, pólvora, adene, todo vale para localizar al autor de la matanza.

Hay otra virtud que exhiben los libros de Patricia Cornwell, especialmente en este ‘Post mortem’ y en ‘La jota de corazones’, otro de sus buenos títulos, que les hace interesantes a la vez que distintos. Y es que ante la tendencia actual, respetable, por supuesto, de que lo que importa es el entorno de la víctima y del posible asesino, la corrupción y otras miserias humanas en boga, en esta novela interesa saber quién es el asesino o la asesina. Sin ser novela problema pura, en ‘Post mortem’ descubrir al autor o la autora de los asesinatos es importante. Entre otras cosas porque la Cornwell consigue despertar en nuestras mentes la inevitable necesidad de que un tipo o tipa semejante permanezca recluida o recluido entre rejas, a buen recaudo y bien custodiado o custodiada. Aunque sea una criatura de tinta y papel, nunca se sabe.

No he citado hasta estas alturas un par de apuntes más que considero de interés. El primero: Patricia Cornwell utiliza en ‘Post mortem’, como arma literaria, lícita y supongo que real en muchos casos, la discriminación que ponen en práctica ciertos investigadores masculinos con respecto a sus colegas del otro sexo. Es una discriminación injusta, de altas esferas, de capitostes, de jerifaltes, de los que analizan la vida policial y social desde la atalaya de sus despachos y no sobre el teatro de la vida: la calle. Y el segundo: la escritora nacida en Miami, presenta "en sociedad" a Pete Marino, a quien cité al principio. Pete Marino es un policía solitario, desastroso en su aspecto, hosco y un pelín repelente, pero un profesional de primer orden, intuitivo, que va un poco por libre como todos los gatos viejos. Hay en él algo de Méndez y, especialmente, del viejo policía Colombo, el desaliñado inspector de la gabardina desabrochada y acusadamente torcida, el de la mirada extraviada, que hacía nuestras delicias los domingos por la tarde en la primera cadena de Televisión Española a principios de los años 70.

Como final y para engancharles, les dejo un fragmento de la primera hoja de este ‘Post mortem’: "Vi un rostro muy pálido tras el cristal veteado por la lluvia, un rostro amorfo e inhumano, como el de las muñecas deformes hechas con medias de nailon. La ventana de mi dormitorio estaba oscura cuando aquel rostro apareció repentinamente, una inteligencia diabólica que miraba hacia dentro". No hagan caso de lo de "diabólica". El diablo no aparece en toda la novela. Se lo aseguro. No hace ninguna falta.

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‘Post mortem’ de Patricia Cornwell. RBA Coleccionables, S.A., septiembre 2008. 447 páginas, 3,95 euros.

‘Post mortem’ de Patricia Cornwell: impecable thriller diez años después

Herme Cerezo
Herme Cerezo
jueves, 20 de noviembre de 2008, 06:18 h (CET)
Diez años después de haberlo hecho por primera vez, releo con deleite ‘Post mortem’, sin duda la mejor novela de Patricia Cornwell. Un thriller impecable, que ha resistido muy bien el paso del tiempo. Para ello aprovecho la magnífica ocasión que nos brindan las ediciones de Kiosco del otoño de 2008. En la República de las Letras, es bien sabido que, a la vuelta del verano, es decir, ya mismo, y a primeros de cada año, las editoriales hacen su agosto – cuando ya pasó, curiosamente – y sacan al mercado, a precio asequible y con buenas ediciones, novelas ni demasiado antiguas, ni demasiado actuales, o las integrales de autores de reconocido éxito, en su afán por exprimir un poco más la ubre de las ventas. Y eso, ni menos, ni más, es lo que ha hecho RBA Colecciones S.A., poniendo al alcance del gran público la obra completa (o casi) de la Cornwell.

Por cierto, esta nueva edición es estupenda en lo que se refiere a presentación: tapas duras, tipografía grande y generosa distribución de márgenes y páginas. Sin embargo, está contaminada por fallos demasiado repetitivos. Porque en algunas páginas faltan palabras. Sí, sí, como lo leen, faltan palabras, y por ello algunas frases quedan en el aire, suspendidas, incompletas, inconcretas. Son las cosas de los procesadores de texto. A veces da la sensación de que han publicado un borrador en lugar de un original definitivo. Por favor, ¿dónde están los correctores? ¿Son plantilla ya de la primera empresa nacional, o sea, del paro? O ¿es que ya no quedan? O quizá ¿se jubilaron todos? O tal vez ¿se murieron de hambre? ¿A qué jugamos, Dios mío? El asiduo de los kioscos no es un lector de segunda división. Ni mucho menos. Y sólo reclama lo que es suyo: un producto terminado en las debidas condiciones.

Pero me centro en ‘Post mortem’, que es de lo que se trata. Cuando leí hace diez años esta novela, recuerdo que finalicé su lectura de madrugada. Y recuerdo también que me produjo una sensación de desasosiego que otros autores especializados en el género de terror, Lovecraft o Stephen King, por ejemplo, no han conseguido jamás provocarme. Fue cerrar el libro y girar, lentamente, mi cabeza para inspeccionar mi retaguardia y asegurarme de que no había nadie detrás de mí. Lo mismo hice luego, por toda mi casa. Una habitación tras otra. Tal fue la impronta que dejó en mí esta novela que ahora, cuando la he releído, recordando perfectamente quién era el asesino o la asesina, he vuelto a sentir un temor parecido al de entonces. Mucho más atenuado. Pero temor al fin. Y es que ‘Post mortem’ relata el ‘curriculum vitae’ de un asesino en serie, un psicópata, que, al inicio de la novela, lleva ya despachadas tres mujeres con métodos tortuosamente crueles. La historia arranca, y con ella el misterio y la intriga, cuando la escritora estadounidense, de buenas a primeras, nos introduce en el cuarto crimen.

En ‘Post mortem’, que fue galardonada el mismo año con los premios Edgar, John Creasey, Anthony y Macavity, además del Prix du Roman, Patricia Cornwell nos presenta a los dos personajes en los que asentará su labor como escritora policial: la doctora forense Kay Scarpetta, y el inspector de policía, Pete Marino. También aparece su sobrina Lucy, que cobrará importancia en la serie más adelante. En otra ocasión ya dije que Kay Scarpetta es la precursora en lo literario, del CSI en lo cinematográfico. Las indagaciones de la doctora Scarpetta, las "pesquisiciones" que diría un policía de ficción tan nuestro como Plinio, alias "Manuel González", se centran en la localización y análisis de pruebas, huellas y residuos que el asesino haya podido olvidar en el lugar del suceso. Exudaciones, filamentos, sangre, saliva, semen, pólvora, adene, todo vale para localizar al autor de la matanza.

Hay otra virtud que exhiben los libros de Patricia Cornwell, especialmente en este ‘Post mortem’ y en ‘La jota de corazones’, otro de sus buenos títulos, que les hace interesantes a la vez que distintos. Y es que ante la tendencia actual, respetable, por supuesto, de que lo que importa es el entorno de la víctima y del posible asesino, la corrupción y otras miserias humanas en boga, en esta novela interesa saber quién es el asesino o la asesina. Sin ser novela problema pura, en ‘Post mortem’ descubrir al autor o la autora de los asesinatos es importante. Entre otras cosas porque la Cornwell consigue despertar en nuestras mentes la inevitable necesidad de que un tipo o tipa semejante permanezca recluida o recluido entre rejas, a buen recaudo y bien custodiado o custodiada. Aunque sea una criatura de tinta y papel, nunca se sabe.

No he citado hasta estas alturas un par de apuntes más que considero de interés. El primero: Patricia Cornwell utiliza en ‘Post mortem’, como arma literaria, lícita y supongo que real en muchos casos, la discriminación que ponen en práctica ciertos investigadores masculinos con respecto a sus colegas del otro sexo. Es una discriminación injusta, de altas esferas, de capitostes, de jerifaltes, de los que analizan la vida policial y social desde la atalaya de sus despachos y no sobre el teatro de la vida: la calle. Y el segundo: la escritora nacida en Miami, presenta "en sociedad" a Pete Marino, a quien cité al principio. Pete Marino es un policía solitario, desastroso en su aspecto, hosco y un pelín repelente, pero un profesional de primer orden, intuitivo, que va un poco por libre como todos los gatos viejos. Hay en él algo de Méndez y, especialmente, del viejo policía Colombo, el desaliñado inspector de la gabardina desabrochada y acusadamente torcida, el de la mirada extraviada, que hacía nuestras delicias los domingos por la tarde en la primera cadena de Televisión Española a principios de los años 70.

Como final y para engancharles, les dejo un fragmento de la primera hoja de este ‘Post mortem’: "Vi un rostro muy pálido tras el cristal veteado por la lluvia, un rostro amorfo e inhumano, como el de las muñecas deformes hechas con medias de nailon. La ventana de mi dormitorio estaba oscura cuando aquel rostro apareció repentinamente, una inteligencia diabólica que miraba hacia dentro". No hagan caso de lo de "diabólica". El diablo no aparece en toda la novela. Se lo aseguro. No hace ninguna falta.

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‘Post mortem’ de Patricia Cornwell. RBA Coleccionables, S.A., septiembre 2008. 447 páginas, 3,95 euros.

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