Mientras España camina por los Juegos Olímpicos con diez medallas, y con una selección de fútbol, reciente campeona de Europa, que en la tarde de ayer y en el debut de Del Bosque vapuleó a Dinamarca por 0-3, la ‘canarinha’ sucumbía de manera estrepitosa ante una gran Argentina, por tres goles a cero en las semifinales del torneo olímpico.
Con Ronaldinho a la cabeza, o en los pies, porque el brasileño es una sombra de lo que fue, la Brasil de Dunga perdió no solo la posibilidad de alcanzar por fin el oro, sino la imagen de una selección que lo ha sido todo en el mundo del fútbol, pero que fue ninguneada por una gran selección Argentina, con Agüero y Messi como puntales.
Esta debacle es el fin de un fútbol alegre, cuya alegría ha trascendido los terrenos de juego y ha echado a perder a muchos de los grandes jugadores que han vestido la elástica ‘canarinha’. No puedo evitar compararles con la gran profesionalidad de los jugadores holandeses, que dan un mejor resultado sobre el terreno de juego.
Bien es cierto, que los brasileños tienen ese don especial para el fútbol, esa magia que les hace únicos, ese dominio del balón que genera admiración en todo el mundo. Pero también han visitado la otra cara amarga de la fama. Todo lo que les sobra de calidad, a algunos les falta de profesionalidad, y ese es el punto en el que deben empezar a incidir si quieren recuperar el imperio perdido, un imperio que hoy en día comanda con buen fútbol la selección española.