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Emili Avilés

Sinceridad de vida o marear la perdiz

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Sabemos que la preocupación desinteresada por los demás forma parte de la naturaleza humana. En estos días me han explicado, y he podido ver, múltiples experiencias de trabajos profesionales y de voluntariado, abiertos a las necesidades ajenas y sin un exclusivo beneficio personal o económico.

Considero que esta solidaridad de hombres y mujeres, que nace de la intimidad de cada persona, es punto de partida y excelente ocasión para el necesario reencuentro de gentes de diversa ideología, que no se conforman ni con la injusticia ni con la falta de libertad.

He sabido de jóvenes y menos jóvenes, sin miedo a que se les tilde ideológicamente por defender la dignidad de todas las personas; por proteger el entorno natural; por servir con desvelo a enfermos, marginados o ancianos; por entregar conocimientos y tiempo de una manera desinteresada, a fin de que la verdad, la lucha por el bien común y la igualdad de oportunidades tengan mayor relevancia en esta sociedad nuestra, a veces tan engañosa, individualista y pusilánime.

No puedo dejar de hablar de esto, por encima de tonteces partidistas o discusiones mezquinas, que nos alejan de lo básico: Poder servir con eficacia a la singularidad y dignidad del ser humano.

Y, precisamente ahora, que quien más quien menos se traslada de vacaciones a otros lugares, vale la pena recordar aquello de Chesterton, “todo lugar en la tierra es el principio o el fin, según sea el corazón del hombre”.

Para ello, evitemos valorar nuestros afanes de superación y mejora como utopías irrealizables, pues creo que pueden ser referencia para un más humano punto de llegada, personal y colectivo.

Así, con los pies bien en la tierra, buscaremos que los ideales de nuestro corazón nos faciliten la “libertad” de atarnos-obligarnos a nosotros mismos. Esa será muestra de verdadera coherencia y el aprecio sincero hacia quienes nos rodean.

Podremos entonces ayudar a solucionar los problemas, económicos, políticos, sociales y de relación de todo tipo, que nos van a acompañar, ineludiblemente, en la vida. Por eso, nos urge aprender con lo cotidiano, entrenarnos en las dificultades desde pequeños, aportar soluciones creativas y hacer rendir lo mejor posible los propios talentos.

En estos días, de descanso para muchos, no tengamos miedo en revisar proyectos e intenciones. Consideremos con magnanimidad las próximas tareas que nos aguardan. Cada uno, desde nuestra respectiva responsabilidad, cooperaremos a la felicidad del prójimo si no nos hacemos esquivos con quien piensa diferente, si obramos con amplitud de miras. En palabras de Francisco de Vitoria, insigne humanista al que se considera fundador del Derecho internacional: “La amistad entre los hombres parece ser de derecho natural, y es contrario a la naturaleza el rechazar a hombres que no hacen ningún mal”.

Pues bien, llenemos la convivencia de conversación y de comprensión; con la alegría de compartir esfuerzos por el bien común; con la sincera tolerancia de quien tiene principios claros; con el respeto que evita prejuicios y falsedades. E insisto, dejemos de marear la perdiz con tonteces partidistas o de moda. Que nadie nos imponga una prefabricada “hoja de ruta”, pues ésta ha de ser personalísima e irrepetible, que lleve a su plenitud nuestra condición humana y en la que cada una y cada uno veamos en conciencia el camino a seguir.

Sinceridad de vida o marear la perdiz

Emili Avilés
Emili Avilés
martes, 12 de agosto de 2008, 22:45 h (CET)
Sabemos que la preocupación desinteresada por los demás forma parte de la naturaleza humana. En estos días me han explicado, y he podido ver, múltiples experiencias de trabajos profesionales y de voluntariado, abiertos a las necesidades ajenas y sin un exclusivo beneficio personal o económico.

Considero que esta solidaridad de hombres y mujeres, que nace de la intimidad de cada persona, es punto de partida y excelente ocasión para el necesario reencuentro de gentes de diversa ideología, que no se conforman ni con la injusticia ni con la falta de libertad.

He sabido de jóvenes y menos jóvenes, sin miedo a que se les tilde ideológicamente por defender la dignidad de todas las personas; por proteger el entorno natural; por servir con desvelo a enfermos, marginados o ancianos; por entregar conocimientos y tiempo de una manera desinteresada, a fin de que la verdad, la lucha por el bien común y la igualdad de oportunidades tengan mayor relevancia en esta sociedad nuestra, a veces tan engañosa, individualista y pusilánime.

No puedo dejar de hablar de esto, por encima de tonteces partidistas o discusiones mezquinas, que nos alejan de lo básico: Poder servir con eficacia a la singularidad y dignidad del ser humano.

Y, precisamente ahora, que quien más quien menos se traslada de vacaciones a otros lugares, vale la pena recordar aquello de Chesterton, “todo lugar en la tierra es el principio o el fin, según sea el corazón del hombre”.

Para ello, evitemos valorar nuestros afanes de superación y mejora como utopías irrealizables, pues creo que pueden ser referencia para un más humano punto de llegada, personal y colectivo.

Así, con los pies bien en la tierra, buscaremos que los ideales de nuestro corazón nos faciliten la “libertad” de atarnos-obligarnos a nosotros mismos. Esa será muestra de verdadera coherencia y el aprecio sincero hacia quienes nos rodean.

Podremos entonces ayudar a solucionar los problemas, económicos, políticos, sociales y de relación de todo tipo, que nos van a acompañar, ineludiblemente, en la vida. Por eso, nos urge aprender con lo cotidiano, entrenarnos en las dificultades desde pequeños, aportar soluciones creativas y hacer rendir lo mejor posible los propios talentos.

En estos días, de descanso para muchos, no tengamos miedo en revisar proyectos e intenciones. Consideremos con magnanimidad las próximas tareas que nos aguardan. Cada uno, desde nuestra respectiva responsabilidad, cooperaremos a la felicidad del prójimo si no nos hacemos esquivos con quien piensa diferente, si obramos con amplitud de miras. En palabras de Francisco de Vitoria, insigne humanista al que se considera fundador del Derecho internacional: “La amistad entre los hombres parece ser de derecho natural, y es contrario a la naturaleza el rechazar a hombres que no hacen ningún mal”.

Pues bien, llenemos la convivencia de conversación y de comprensión; con la alegría de compartir esfuerzos por el bien común; con la sincera tolerancia de quien tiene principios claros; con el respeto que evita prejuicios y falsedades. E insisto, dejemos de marear la perdiz con tonteces partidistas o de moda. Que nadie nos imponga una prefabricada “hoja de ruta”, pues ésta ha de ser personalísima e irrepetible, que lleve a su plenitud nuestra condición humana y en la que cada una y cada uno veamos en conciencia el camino a seguir.

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