En estos momentos, dos son los rumores que acerca de los Oscars mantienen entretenidos a los aficionados al cine en general y a los de las estatuillas doradas en particular. Por un lado, llevamos ya unas cuantas semanas escuchando que la labor desempeñada por el difunto Heath Ledger como el Joker en The Dark Knight, secuela del Batman Begins de Christopher Nolan, de inminente estreno en nuestro país, posiblemente le granjeará una nominación póstuma al mejor actor; por otra, suena también en el río de los rumores la posibilidad, para muchos ya casi tangible, de que Wall-E, la última producción animada de los estudios Pixar, estará nominada no ya a la mejor película de animación, algo que siempre se da por hecho a la hora de referirnos a una factoría de la calidad de la de John Lasseter y sus colegas, sino que, ¡ojo al dato!, podría llegar a formar parte de la terna de finalistas al premio a la mejor película, así, a secas.
Pues bien. Sobre lo de Heath Ledger no opinaré de momento porque sólo he visto fragmentos promocionales muy apetitosos pero, a la postre, no concluyentes; sin embargo, en el caso de que Wall-E compita finalmente en la categoría a la mejor película del año, no seré yo el que me sorprenda, pues ya el año pasado debería haberlo hecho con Ratatouille, una obra maestra de la animación en tres dimensiones que nada tiene que envidiar al film que acaba de estrenar Andrew Stanton, el codirector de Bichos y Buscando a Nemo, esta misma semana. O bueno, pensándolo mejor, tal vez sí. Aunque ambas películas constituyen un buen ejemplo de cómo alear tramas universales muy trabajadas en su aparente simplicidad con depuradas técnicas de animación que dejan en paños menores a las producciones de Dreamworks, Blue Sky Studios y demás, (todas ellas a años luz de Pixar se mire desde donde se mire, y no hay más que asistir a una proyección de Kung-Fu Panda justo después de una de Wall-E, como yo he hecho, para darse cuenta), la historia del pequeño robot basurero es mucho más radical que la de la rata chef por cuanto se sostiene casi en su totalidad sin diálogos, con una muy rácana (que en absoluto fallida) economía gestual, y haciendo gala de un humor que, pese a mantener cierto sentido del slapstick, prioriza al Chaplin más emotivo sobre el Harold Lloyd más desmadrado. Y lo realmente asombroso de todo el asunto es que su vocación minimalista confirma el viejo aserto de que “menos es más” independientemente de que, tras las hermosísimas imágenes de una tierra desolada en contraste con un futuro distópico que evoca tanto a Metropolis, como a Tron o La Isla, haya muchísimas horas de arduo trabajo que apenas se notan debido a que la simplicidad del conjunto resulta tan apabullante que nos absorbe como una esponja hasta dejarnos secos y ávidos de más.
De nuevo, Pixar se marca un tanto de los de “sigo siendo el rey” y construye una historia atemporal, cargada de sentimientos no incompatibles con la acción desenfrenada y la sátira social, sencilla pero efectivísima, más arriesgada en sus planteamientos narrativos y estéticos de lo que parece y, sin duda alguna, merecedora de un reconocimiento por parte de la academia USA, ya que si la memoria no me falla (y últimamente me falla bastante por razones que no vienen al caso), Wall-E es, por el momento, y junto a la aquí inédita 3:10 To Yuma, de James Mangold, lo mejor de la temporada en lo que a cine mainstream norteamericano se refiere. De visión obligada.