Querido Efraín: Nuestro Señor Jesucristo aceptó voluntariamente la pasión que sobre él estaba escrita y, que, más de una vez había anunciado a sus discípulos. En cierta ocasión había increpado a Pedro por aceptar de mala gana el anuncio de la pasión, y demostrando finalmente que a través de ella sería salvado el mundo. Por eso, se presentó él mismo a los que venían a prenderle, diciendo: “Yo soy a quien buscáis”. Y cuando le acusaban no respondió, y, habiendo podido esconderse, no quiso hacerlo; por más que en otras varias ocasiones anteriores en que lo buscaban para prenderle se esfumó.
Además, lloró sobre Jerusalén, que con su incredulidad se estaba labrando su propio desastre, y predijo su ruina definitiva y la destrucción del templo. También sufrió con paciencia que unos sayones le pegaran en la cabeza. Fue abofeteado, escupido, injuriado, atormentado, flagelado y, finalmente, llevado a la muerte en la cruz, dejando que lo crucificaran entre dos ladrones. Así, se vio contado entre homicidas y malhechores, gustando también el vinagre y la hiel de la viña perversa, coronado de espinas en vez de palmas y racimos, vestido de púrpura con burla y golpeado con una caña, atravesado por la lanza en el costado y, finalmente, sepultado.
Con todos estos sufrimientos nos procuraba la salvación. Porque todos los que se habían hecho esclavos del pecado debían sufrir el castigo de sus propias obras; pero él, limpio de todo pecado, él, que caminó hasta el fin por el camino de la justicia perfecta, sufrió el suplicio de los pecadores, borrando en la cruz el decreto de la antigua maldición. Cristo -dice San Pablo- nos rescató de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros un maldito, porque dice la Escritura: "Maldito todo el que cuelga de un árbol". Y con la corona de espinas puso fin al castigo de Adán, al que se le dijo después del pecado: Maldito el suelo por tu culpa, brotarán para ti cardos y espinas.
Con la hiel cargó sobre sí la amargura y molestias de esta vida en que se padece, y mortal. Con el vinagre, asumió la naturaleza deteriorada del hombre y la reintegró a su estado primitivo. La púrpura fue signo de su realeza; la caña, indicio de la debilidad y fragilidad del poder del diablo; las bofetadas que recibió publicaban nuestra libertad, al tolerar él las injurias, los castigos y golpes que nosotros habíamos merecido.
Fue abierto su costado, como el de Adán, pero no salió de él una mujer que con su equivocación engendró la muerte para el género humano, sino una fuente de vida que vivifica al mundo con un doble arroyo; uno de ellos, nos renueva en el bautismo y nos viste la túnica de la inmortalidad; el otro, alimenta en la sagrada mesa a los que han nacido de nuevo por ese bautismo, como la leche alimenta a los recién nacidos.
Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.