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Gonzalo G. Velasco

"El Incidente": La naturaleza es Shyamalan

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Posiblemente cuando lean estas líneas ya habrán leído unas cuantas más plagadas de piropos esdrújulos hacia la labor como realizador y guionista del director de origen indio M.Night Shyamalan, responsable último de obras capitales del cine reciente como El Sexto Sentido, El Protegido o Señales. Y cuando hablo de “piropos” no me refiero a frases ingeniosas de obrero con las hormonas desatadas ensalzando sus méritos artísticos, sino, más bien, a lo contrario: retahílas de comentarios despectivos e hirientes deliberadamente diseñados para asaetear su proverbial egolatría y afán de trascendencia. Ocurrió con El Bosque en su momento (una obra maestra incomprendida por sus coetáneos, como todas las obras maestras), con La Joven del Agua (película que bajo su apariencia de delirio autoral mostraba una rebeldía creativa a prueba de bombas) y de forma inevitable ocurrirá ahora con este El Incidente, que continúa ahondando sin complejos en las miserias de una humanidad desamparada para, sin ofrecer ningún tipo de concesiones a la convencionalidad, narrar una historia tan desconcertante como compleja en su discurso.

Pero vayamos por partes. La última película de Shyamalan es, casi con total seguridad, la más floja de su carrera en términos de narrativa cinematográfica. Hay en ella muchos destellos de genialidad en cuanto a puesta en escena, varias ideas de un calado desopilante, y algún que otro diálogo para el recuerdo, pero la pobre interpretación de Mark Wahlberg, cierta dispersión temática fruto de un exceso de ambición, y varias caídas en picado del ritmo de la historia, lastran el film hasta el punto de convertirlo, por momentos, en algo tan personal que roza lo ridículo. Nada nuevo bajo el sol. Cualquiera que conozca la filmografía de este genio del cine devoto de Spielberg y Alfred Hitchcock sabe que su personalidad reside, precisamente, en el eclecticismo desarmante de sus propuestas.

Shyamalan tiene un don para transmutar lo comercial en cine de autor (y viceversa), un talento fuera de lo común para generar sensaciones hipnóticas en el espectador mezclando lo trascendente con lo cotidiano, lo irrisorio con lo esencial, y por supuesto, para generar vórtices de polémica a su alrededor que dividen a público y crítica entre aquellos detractores inclementes de su forma de entender el cine y aquellos otros que la defienden a ultranza. Desde este punto de vista, el mayor valor de El Incidente lo hallamos en la inquebrantabilidad de los postulados éticos y estéticos de su máximo responsable creativo, un tipo al que parece darle exactamente lo mismo lo que la gente pueda pensar de sus criaturas siempre y cuando lleguen al corazón de alguien, tal y como él mismo declaró en su mesiánica intervención en plano corto de La Joven del Agua.

Todo el mundo esperaba con ansia El Incidente porque su premisa argumental (la naturaleza se rebela segregando una toxina que incita a la gente a suicidarse) invitaba a frotarse las manos con la ilusión de ver un nuevo largometraje de intriga con twist final imprevisible. No es así. Aunque la búsqueda de la redención constituya uno de los pilares fundacionales de la obra de Shyamalan, nuestro hombre no está interesado en absoluto en ella como eje de su propia trayectoria. De ahí que el film carezca de la espectacularidad de El Sexto Sentido, del aroma de celuloide de culto que desprendía El Protegido, del elíptico sentido del suspense de Señales, del apabullante poderío visual de El Bosque, o de la atmósfera de cuento de hadas para adultos de la Joven del Agua. Sin embargo, todas estas aparentes renuncias a su propia esencia culminan, contra todo pronóstico, en la que tal vez sea la historia más densa y comprometida de su autor. Que en esta ocasión no haya sido capaz de encontrar la argamasa con la que unir todas sus, siempre plausibles, apreciaciones sobre el hombre y sus circunstancias, no implica que se le haya extraviado el talento por el camino. De hecho, gustos personales al margen, El Incidente acabará convirtiéndose con el paso de los años, y puesto que la naturaleza es sabia, en una pieza clave del audiovisual (fallido) moderno. Tiempo al tiempo.

"El Incidente": La naturaleza es Shyamalan

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
jueves, 16 de octubre de 2008, 09:03 h (CET)
Posiblemente cuando lean estas líneas ya habrán leído unas cuantas más plagadas de piropos esdrújulos hacia la labor como realizador y guionista del director de origen indio M.Night Shyamalan, responsable último de obras capitales del cine reciente como El Sexto Sentido, El Protegido o Señales. Y cuando hablo de “piropos” no me refiero a frases ingeniosas de obrero con las hormonas desatadas ensalzando sus méritos artísticos, sino, más bien, a lo contrario: retahílas de comentarios despectivos e hirientes deliberadamente diseñados para asaetear su proverbial egolatría y afán de trascendencia. Ocurrió con El Bosque en su momento (una obra maestra incomprendida por sus coetáneos, como todas las obras maestras), con La Joven del Agua (película que bajo su apariencia de delirio autoral mostraba una rebeldía creativa a prueba de bombas) y de forma inevitable ocurrirá ahora con este El Incidente, que continúa ahondando sin complejos en las miserias de una humanidad desamparada para, sin ofrecer ningún tipo de concesiones a la convencionalidad, narrar una historia tan desconcertante como compleja en su discurso.

Pero vayamos por partes. La última película de Shyamalan es, casi con total seguridad, la más floja de su carrera en términos de narrativa cinematográfica. Hay en ella muchos destellos de genialidad en cuanto a puesta en escena, varias ideas de un calado desopilante, y algún que otro diálogo para el recuerdo, pero la pobre interpretación de Mark Wahlberg, cierta dispersión temática fruto de un exceso de ambición, y varias caídas en picado del ritmo de la historia, lastran el film hasta el punto de convertirlo, por momentos, en algo tan personal que roza lo ridículo. Nada nuevo bajo el sol. Cualquiera que conozca la filmografía de este genio del cine devoto de Spielberg y Alfred Hitchcock sabe que su personalidad reside, precisamente, en el eclecticismo desarmante de sus propuestas.

Shyamalan tiene un don para transmutar lo comercial en cine de autor (y viceversa), un talento fuera de lo común para generar sensaciones hipnóticas en el espectador mezclando lo trascendente con lo cotidiano, lo irrisorio con lo esencial, y por supuesto, para generar vórtices de polémica a su alrededor que dividen a público y crítica entre aquellos detractores inclementes de su forma de entender el cine y aquellos otros que la defienden a ultranza. Desde este punto de vista, el mayor valor de El Incidente lo hallamos en la inquebrantabilidad de los postulados éticos y estéticos de su máximo responsable creativo, un tipo al que parece darle exactamente lo mismo lo que la gente pueda pensar de sus criaturas siempre y cuando lleguen al corazón de alguien, tal y como él mismo declaró en su mesiánica intervención en plano corto de La Joven del Agua.

Todo el mundo esperaba con ansia El Incidente porque su premisa argumental (la naturaleza se rebela segregando una toxina que incita a la gente a suicidarse) invitaba a frotarse las manos con la ilusión de ver un nuevo largometraje de intriga con twist final imprevisible. No es así. Aunque la búsqueda de la redención constituya uno de los pilares fundacionales de la obra de Shyamalan, nuestro hombre no está interesado en absoluto en ella como eje de su propia trayectoria. De ahí que el film carezca de la espectacularidad de El Sexto Sentido, del aroma de celuloide de culto que desprendía El Protegido, del elíptico sentido del suspense de Señales, del apabullante poderío visual de El Bosque, o de la atmósfera de cuento de hadas para adultos de la Joven del Agua. Sin embargo, todas estas aparentes renuncias a su propia esencia culminan, contra todo pronóstico, en la que tal vez sea la historia más densa y comprometida de su autor. Que en esta ocasión no haya sido capaz de encontrar la argamasa con la que unir todas sus, siempre plausibles, apreciaciones sobre el hombre y sus circunstancias, no implica que se le haya extraviado el talento por el camino. De hecho, gustos personales al margen, El Incidente acabará convirtiéndose con el paso de los años, y puesto que la naturaleza es sabia, en una pieza clave del audiovisual (fallido) moderno. Tiempo al tiempo.

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