En la presentación de la ciudad de Valencia como subsede olímpica de Madrid 2016 Rita Barberá obsequió a Ruiz Gallardón con un facsímile de la obra de Tomás Moro "Sobre la tristeza de Cristo"; el último manuscrito que el Santo ingles escribió en prisión a la espera de ser decapitado por oponerse a los caprichos de Enrique VIII y por no avalar la fundación de la Iglesia Anglicana que aquel pretendía ante la negativa del Vaticano a legalizar su divorcio con Catalina de Aragón.
A la vista de los comentarios que en ese momento se produjeron entre risas aniñadas, tengo mis dudas de que Gallardón sea merecedor de ese maravilloso regalo. "Tomás Moro es el patrón de los políticos y el amparo del patrón nos hace muchísima falta", señalo entre risas la alcaldesa .A lo que el arrogante Ruiz Gallardón le contestó irónicamente: "Ninguno de nosotros queremos terminar como acabó Tomás Moro".
¡Dios mio, que insensato! Este verso suelto, como el mismo se denomina, no tiene ni idea.
Lo que nuestra clase política no sabe, o no quiere saber, es que precisamente eso es lo que queremos muchos ciudadanos. Lideres políticos con “la firmeza de los grandes personajes, la fortaleza necesaria para no sucumbir ante la duda aunque en ello le fuera la vida, para rebelarse ante la locura autárquica de Enrique VIII, para defenderse no solo y principalmente desde la fe, sino también con la razón y la precisión jurídica…Un hombre cuya profunda vida interior transcurrió paralelamente a una activa presencia y protagonismo social, a un indiscutible peso en la sociedad civil de su tiempo” como muy bien señala Rita Barberá en la presentación de este manuscrito que se inicia con estas palabras: “Sobre la tristeza, hastío, pavor, y sobre la oración de Cristo antes de su captura”.
Hoy, como hace casi quinientos años, los ciudadanos necesitamos líderes íntegros que no vulneren, de pensamiento, palabra y obra, valores como coherencia, respeto, confianza, entereza, tolerancia y veracidad. Necesitamos -cada vez con más urgencia- volver a creer en personas rectas de corazón que sean abnegados, con credibilidad, que trabaje por el bien común y no se deje llevar por intereses económicos, oscuros intereses políticos o, simplemente, por la vanidad de salir en la foto.
Cualidades, todas ellas, propias del corazón y de la vida de un Tomas Moro , hombre bueno y fiel, que momentos antes de ser decapitado , todavía tuvo la fuerza y la valentía de pedir a la muchedumbre que se amontonaba en la plaza que rezasen por el y por el rey, “del que era buen servidor, pero de Dios primero”.
Ojala nuestros políticos tuvieran más aspiraciones que un simple cargo al que apoltronarse. ¡Necesitamos a tantos Tomas Moro!