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Gonzalo G. Velasco

"Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal": Réquiem por un sueño

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Tradicionalmente, han coexistido dos comunidades dentro del mundo de los adictos a las películas de aventuras realizadas entre finales de los setenta y los ochenta: los fans irredentos de Star Wars, que son muchos, por un lado, y los forofos del intrépido arqueólogo Indiana Jones, que son también muchos, pero menos, por otro. Yo soy de Kas limón. Siempre he preferido el látigo y el sombrero a los sables de luz y las galaxias muy, muy lejanas… Hasta aquí ningún problema, pues los gustos, como ya dejó bien claro Harry Callahan en su momento, son como los culos: todo el mundo tiene uno y cree que huele mejor que el de los demás. El problema surge cuando, pasado un tiempo, los traseros empiezan a apestar tanto que hasta las convicciones cinematográficas más arraigadas en la nostalgia se tambalean sobre el abismo. Es aquí donde las dos comunidades de aventureros encuentran su nexo de unión más allá del protagonismo en ambas sagas de Harrison Ford. Y el nexo se llama George Lucas. Desde ya, el nuevo anticristo del séptimo arte en lo que a este cronista respecta. Si hace unos años se cargaba su propia mitología galáctica con una segunda trilogía infame, infausta e infecta, ahora parece empeñado en destrozar también otro icono del espectáculo de masas bien entendido pasándose por el forro, de la forma más chabacana, chocarrera, y chirripitiflaútica (les juro que el adjetivo no es gratuito en absoluto), las señas de identidad que él mismo ayudó a construir, junto a Steven Spielberg y Lawrence Kasdan, del héroe que en tiempos logró encontrar el Arca de la Alianza y el Santo Grial.

Conociendo la trayectoria reciente de Lucas, tampoco me esperaba otra cosa. Y menos después de haberme enterado del título de la nueva andanza del doctor Jones, que de tan horrísono lo dice todo, de haber visionado los diferentes teasers-trailers del proyecto, insulsos hasta la médula, y de haber comprobado que en los créditos ,debajo de la palabra “guión”, ya no figuraba por desgracia Lawrence Kasdan, el cerebro en la sombra de la saga. En ningún caso, sin embargo, imaginaba yo que la magnitud del desastre pudiera llegar a ser tan desopilante. Con decirles que convierte en chirimiri la “desopilancia” de cualquier clímax de Michael Bay, Roland Emmerich o Jerry Bruckheimer se lo digo todo. Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal quiere ser más de lo mismo pero es menos, mucho menos, y diferente, muy diferente, sin que menos sea más ni la diferencia un grado de originalidad.

Jamás una película me lo había puesto tan fácil para despotricar acerca de ella. Hay tantos motivos por los que la nueva entrega de la franquicia hace aguas que si tuviera que enumerarlos me vería obligado a jugar al Brain Training durante eones para que no se me olvidara nada. De modo que no voy a hacerlo. Me limitaré a comentarles que la ausencia de Kasdan planea cual espada de Damocles sobre el metraje a cada segundo, llegando a caer en numerosas ocasiones y con enorme estrépito, que es la inconfundible mano de George Lucas la que se encarga de cortar el hilo tanto desde el argumento como desde la producción, y que lo único que se salva del esperpento general es precisamente lo que todo el mundo más había puesto en duda durante el rodaje: Harrison Ford.

Cuando un tipo de sesenta y cinco años protagonizando arriesgadas escenas de acción se convierte en el elemento más creíble de una propuesta narrativa, ya se pueden hacer una idea de la extravagancia del resto del proyecto. Cual agujero negro, la película de Spielberg digiere todo lo que encuentra a su paso y tanto le da homenajear a Tarzán de los Monos, a Encuentros en la Tercera Fase, o a American Graffiti. El resultado, por supuesto, es un eructo de esos que dejan un sabor de boca tan horrible que escupir se convierte en algo obligatorio. George Lucas ha cruzado la línea de la búsqueda de la comercialidad por la comercialidad, contra la cual no tengo nada en particular, para adentrarse en el territorio de la falta de respeto hacia los espectadores. Y lo que es aún peor, de la falta de respeto hacia los mismos espectadores que lo hemos encumbrado.

Sólo de pensar en la cara que debió poner el pobre Harrison Ford al leer el desenlace del guión me entran escalofríos. Eso, unido a los rumores de que la saga continuará en breve, impedirá que esta noche duerma como Dios manda, y no precisamente porque tenga planes de jarana. El cine se nos muere delante de los ojos, los mitos se nos escurren por el desagüe de la bañera, George Lucas sigue vivo. Con un panorama tan desalentador como este, tan sólo un Terminator enviado desde el futuro para evitar el apocalipsis podría redimir a la humanidad de su triste destino. Se lo dice alguien que ha disfrutado con Rocky Balboa, John Rambo y la cuarta parte de La Jungla de Cristal. No quiero ni pensar en las urticarias que en estos mismos momentos deben estar padeciendo otros críticos más sesudos que un servidor. Por todos ellos, y también por todos los que a, pesar de todo, pagarán religiosamente su entrada en las multisalas de turno para presenciar con sus propios ojos el mitocidio, me gustaría pedirles un minuto de silencio. Indiana Jones se lo merece. Vamos, creo yo…

"Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal": Réquiem por un sueño

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
sábado, 24 de mayo de 2008, 03:48 h (CET)
Tradicionalmente, han coexistido dos comunidades dentro del mundo de los adictos a las películas de aventuras realizadas entre finales de los setenta y los ochenta: los fans irredentos de Star Wars, que son muchos, por un lado, y los forofos del intrépido arqueólogo Indiana Jones, que son también muchos, pero menos, por otro. Yo soy de Kas limón. Siempre he preferido el látigo y el sombrero a los sables de luz y las galaxias muy, muy lejanas… Hasta aquí ningún problema, pues los gustos, como ya dejó bien claro Harry Callahan en su momento, son como los culos: todo el mundo tiene uno y cree que huele mejor que el de los demás. El problema surge cuando, pasado un tiempo, los traseros empiezan a apestar tanto que hasta las convicciones cinematográficas más arraigadas en la nostalgia se tambalean sobre el abismo. Es aquí donde las dos comunidades de aventureros encuentran su nexo de unión más allá del protagonismo en ambas sagas de Harrison Ford. Y el nexo se llama George Lucas. Desde ya, el nuevo anticristo del séptimo arte en lo que a este cronista respecta. Si hace unos años se cargaba su propia mitología galáctica con una segunda trilogía infame, infausta e infecta, ahora parece empeñado en destrozar también otro icono del espectáculo de masas bien entendido pasándose por el forro, de la forma más chabacana, chocarrera, y chirripitiflaútica (les juro que el adjetivo no es gratuito en absoluto), las señas de identidad que él mismo ayudó a construir, junto a Steven Spielberg y Lawrence Kasdan, del héroe que en tiempos logró encontrar el Arca de la Alianza y el Santo Grial.

Conociendo la trayectoria reciente de Lucas, tampoco me esperaba otra cosa. Y menos después de haberme enterado del título de la nueva andanza del doctor Jones, que de tan horrísono lo dice todo, de haber visionado los diferentes teasers-trailers del proyecto, insulsos hasta la médula, y de haber comprobado que en los créditos ,debajo de la palabra “guión”, ya no figuraba por desgracia Lawrence Kasdan, el cerebro en la sombra de la saga. En ningún caso, sin embargo, imaginaba yo que la magnitud del desastre pudiera llegar a ser tan desopilante. Con decirles que convierte en chirimiri la “desopilancia” de cualquier clímax de Michael Bay, Roland Emmerich o Jerry Bruckheimer se lo digo todo. Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal quiere ser más de lo mismo pero es menos, mucho menos, y diferente, muy diferente, sin que menos sea más ni la diferencia un grado de originalidad.

Jamás una película me lo había puesto tan fácil para despotricar acerca de ella. Hay tantos motivos por los que la nueva entrega de la franquicia hace aguas que si tuviera que enumerarlos me vería obligado a jugar al Brain Training durante eones para que no se me olvidara nada. De modo que no voy a hacerlo. Me limitaré a comentarles que la ausencia de Kasdan planea cual espada de Damocles sobre el metraje a cada segundo, llegando a caer en numerosas ocasiones y con enorme estrépito, que es la inconfundible mano de George Lucas la que se encarga de cortar el hilo tanto desde el argumento como desde la producción, y que lo único que se salva del esperpento general es precisamente lo que todo el mundo más había puesto en duda durante el rodaje: Harrison Ford.

Cuando un tipo de sesenta y cinco años protagonizando arriesgadas escenas de acción se convierte en el elemento más creíble de una propuesta narrativa, ya se pueden hacer una idea de la extravagancia del resto del proyecto. Cual agujero negro, la película de Spielberg digiere todo lo que encuentra a su paso y tanto le da homenajear a Tarzán de los Monos, a Encuentros en la Tercera Fase, o a American Graffiti. El resultado, por supuesto, es un eructo de esos que dejan un sabor de boca tan horrible que escupir se convierte en algo obligatorio. George Lucas ha cruzado la línea de la búsqueda de la comercialidad por la comercialidad, contra la cual no tengo nada en particular, para adentrarse en el territorio de la falta de respeto hacia los espectadores. Y lo que es aún peor, de la falta de respeto hacia los mismos espectadores que lo hemos encumbrado.

Sólo de pensar en la cara que debió poner el pobre Harrison Ford al leer el desenlace del guión me entran escalofríos. Eso, unido a los rumores de que la saga continuará en breve, impedirá que esta noche duerma como Dios manda, y no precisamente porque tenga planes de jarana. El cine se nos muere delante de los ojos, los mitos se nos escurren por el desagüe de la bañera, George Lucas sigue vivo. Con un panorama tan desalentador como este, tan sólo un Terminator enviado desde el futuro para evitar el apocalipsis podría redimir a la humanidad de su triste destino. Se lo dice alguien que ha disfrutado con Rocky Balboa, John Rambo y la cuarta parte de La Jungla de Cristal. No quiero ni pensar en las urticarias que en estos mismos momentos deben estar padeciendo otros críticos más sesudos que un servidor. Por todos ellos, y también por todos los que a, pesar de todo, pagarán religiosamente su entrada en las multisalas de turno para presenciar con sus propios ojos el mitocidio, me gustaría pedirles un minuto de silencio. Indiana Jones se lo merece. Vamos, creo yo…

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