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Gonzalo G. Velasco

"Iron Man": Aleación de talentos

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En los últimos años, la factoría Marvel, que viene a ser al cómic lo que la Biblia para aquellos que a estas alturas todavía siguen creyendo en el altísimo, ha visto como algunos de sus personajes más emblemáticos, léase Spiderman, Daredevil, El Motorista Fantasma, o Los Cuatro Fantásticos, mordían el polvo en su lucha por adaptarse con dignidad a los avatares de la gran pantalla. La codicia de los grandes estudios, siempre dispuestos a sacrificar buenas historias, personajes y repartos en aras de un producto rápido, mascado y rentable, han ejercido, en este sentido, de villanos perfectos. Así es cómo dos actores carentes de todo carisma como Tobey Maguire y Ben Affleck lograron enfundarse las mallas del hombre sin miedo y el hombre araña, respectivamente, y cómo El Motorista Fantasma y Los Cuatro Fantásticos, cuyas historias nunca se caracterizaron por su tono infantil, quedaron reducidos a meras caricaturas desdibujadas de un pasado glorioso y algo kitsch.

Por el camino también naufragaron el Hulk de Ang Lee, el Blade III de David S. Goyer y la Elektra de Rob Bowman. Tan sólo la segunda parte de Spiderman y los X-Men de Bryan Singer, lograron mantener el tipo. Era la tesitura idónea para que DC cómics, la gran rival de Marvel en el reñido mundo de las viñetas, tratara de revitalizar a sus dos iconos superheroicos más importantes: Superman y Batman. El enfoque elegido para traerlos de vuelta a la acción se caracterizó por una pose oscura y atormentada que, en realidad, ocultaba una carga considerable de pretenciosidad y afectación, pues por mucho que el primer bloque de Batman Begins constituya una excelente pieza de celuloide, y el Superman Returns de Singer tenga algún que otro mérito visual más allá de sus efectos especiales, ambas propuestas hacían aguas a causa de un exceso compartido de ambición. Es decir: que se tomaban demasiado en serio a sí mismas.

Iron Man no sigue el sendero tenebroso de Batman Begins y Superman Returns, ni mucho menos el camino entre insulso e infantil emprendido por la propia Marvel en la mayoría de sus trabajos anteriores, sino que opta por la vía intermedia. Lejos de la autoconsciencia grandilocuente de Christopher Nolan y de la falta de personalidad de Mark Steven Johnson y sus secuaces, el hombre de hierro se desmarca de extremismos gracias a una receta infalible: buen guión, buen realizador y buenos actores. El primero alcanza sin problemas sus propósitos de conquistar un tono nuevo, donde la comedia, la acción, y el drama se mantienen en asombroso equilibrio gracias a unos tan eficaces como mordaces diálogos, a un ritmo sin tregua, y a unos golpes de efecto calculados al milímetro, el segundo, John Favreau, dirige la función con mano firme pero nunca necesitada de imposturas, y los terceros, se alinean en una amalgama de excelentes interpretaciones hasta dar como resultado un producto igual de sólido y sorprendente que la propia armadura del protagonista. Eso sí, dentro de esta armadura hay un humano de carne y hueso rebosante de magnetismo, un actor llamado Robert Downey Jr., en estado de gracia, con una trayectoria vital muy parecida a la del propio Tony Stark, cuya presencia no se limita a la recreación de un personaje ficticio, sino a su creación misma a partir de los retazos de su imagen pública. Y es este irónico derroche de talento y carisma por parte del que fuera Chaplin lo que en realidad marca la diferencia entre Iron Man y el resto de las producciones recientes de superhéroes, incluida la trilogía de Spiderman. ¿Les suena aquello de “todo gran poder conlleva una gran responsabilidad” siempre tan en boca del hombre araña? Pues esta vez parece que Marvel se ha aplicado su ya manida moralina y, a la luz de los resultados obtenidos, podemos decir que algo de verdad hay en ella. Un nuevo héroe, pletórico, rutilante, ha llegado a la ciudad. Iron Man no podía haber empezado con mejor pie sus andanzas en el cine. Sin duda, el mejor film basado en un cómic mainstream desde X-Men 2.

"Iron Man": Aleación de talentos

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
jueves, 7 de agosto de 2008, 15:50 h (CET)
En los últimos años, la factoría Marvel, que viene a ser al cómic lo que la Biblia para aquellos que a estas alturas todavía siguen creyendo en el altísimo, ha visto como algunos de sus personajes más emblemáticos, léase Spiderman, Daredevil, El Motorista Fantasma, o Los Cuatro Fantásticos, mordían el polvo en su lucha por adaptarse con dignidad a los avatares de la gran pantalla. La codicia de los grandes estudios, siempre dispuestos a sacrificar buenas historias, personajes y repartos en aras de un producto rápido, mascado y rentable, han ejercido, en este sentido, de villanos perfectos. Así es cómo dos actores carentes de todo carisma como Tobey Maguire y Ben Affleck lograron enfundarse las mallas del hombre sin miedo y el hombre araña, respectivamente, y cómo El Motorista Fantasma y Los Cuatro Fantásticos, cuyas historias nunca se caracterizaron por su tono infantil, quedaron reducidos a meras caricaturas desdibujadas de un pasado glorioso y algo kitsch.

Por el camino también naufragaron el Hulk de Ang Lee, el Blade III de David S. Goyer y la Elektra de Rob Bowman. Tan sólo la segunda parte de Spiderman y los X-Men de Bryan Singer, lograron mantener el tipo. Era la tesitura idónea para que DC cómics, la gran rival de Marvel en el reñido mundo de las viñetas, tratara de revitalizar a sus dos iconos superheroicos más importantes: Superman y Batman. El enfoque elegido para traerlos de vuelta a la acción se caracterizó por una pose oscura y atormentada que, en realidad, ocultaba una carga considerable de pretenciosidad y afectación, pues por mucho que el primer bloque de Batman Begins constituya una excelente pieza de celuloide, y el Superman Returns de Singer tenga algún que otro mérito visual más allá de sus efectos especiales, ambas propuestas hacían aguas a causa de un exceso compartido de ambición. Es decir: que se tomaban demasiado en serio a sí mismas.

Iron Man no sigue el sendero tenebroso de Batman Begins y Superman Returns, ni mucho menos el camino entre insulso e infantil emprendido por la propia Marvel en la mayoría de sus trabajos anteriores, sino que opta por la vía intermedia. Lejos de la autoconsciencia grandilocuente de Christopher Nolan y de la falta de personalidad de Mark Steven Johnson y sus secuaces, el hombre de hierro se desmarca de extremismos gracias a una receta infalible: buen guión, buen realizador y buenos actores. El primero alcanza sin problemas sus propósitos de conquistar un tono nuevo, donde la comedia, la acción, y el drama se mantienen en asombroso equilibrio gracias a unos tan eficaces como mordaces diálogos, a un ritmo sin tregua, y a unos golpes de efecto calculados al milímetro, el segundo, John Favreau, dirige la función con mano firme pero nunca necesitada de imposturas, y los terceros, se alinean en una amalgama de excelentes interpretaciones hasta dar como resultado un producto igual de sólido y sorprendente que la propia armadura del protagonista. Eso sí, dentro de esta armadura hay un humano de carne y hueso rebosante de magnetismo, un actor llamado Robert Downey Jr., en estado de gracia, con una trayectoria vital muy parecida a la del propio Tony Stark, cuya presencia no se limita a la recreación de un personaje ficticio, sino a su creación misma a partir de los retazos de su imagen pública. Y es este irónico derroche de talento y carisma por parte del que fuera Chaplin lo que en realidad marca la diferencia entre Iron Man y el resto de las producciones recientes de superhéroes, incluida la trilogía de Spiderman. ¿Les suena aquello de “todo gran poder conlleva una gran responsabilidad” siempre tan en boca del hombre araña? Pues esta vez parece que Marvel se ha aplicado su ya manida moralina y, a la luz de los resultados obtenidos, podemos decir que algo de verdad hay en ella. Un nuevo héroe, pletórico, rutilante, ha llegado a la ciudad. Iron Man no podía haber empezado con mejor pie sus andanzas en el cine. Sin duda, el mejor film basado en un cómic mainstream desde X-Men 2.

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