Existen fundamentalmente dos maneras de vivir la fe. Algunos las han querido llamar ‘fe creencia’ y ‘fe confianza’. ¿Cuál es la diferencia más notable entre las dos tendencias? Creo que la principal residiría en la manera de encarar la relación con lo absolutamente otro.
Cuando uno cree en un orden superior, entra en un terreno de entrega gratuita. Gratuita con respecto al camino que ha de llevar a un reconocimiento de lo trascendente. Éste es el camino de la religión, tanto en su expresión reglada-jerárquica como en su amplia representación popular.
En cambio, la ‘fe confianza’ supone una senda que incorpora, ya de principio, la necesidad de hacer uso de dos medios para alcanzar el fin. Los instrumentos son la voluntad y la disposición.
Para comprender (elemento esencial para asumir la confianza) es necesario tener primero la voluntad de conocer. Pero el camino no puede limitarse a esto. Si así fuese, la técnica lo sería todo. Es entonces cuando entra en juego la disposición. En este caso el objetivo es abandonar todo objetivo de búsqueda manteniendo la propia búsqueda.
Podría decirse que es similar a encontrar una fuente en la montaña: nadie asegura que el solo hecho de caminar por la montaña sea requisito suficiente para hallar una fuente, pero lo que me atrevo a asegurar yo mismo es que si no se camina por la montaña es claro que no puede encontrarse.
La ‘fe confianza’ es la que profesan las corrientes místicas. Cuando se llega a la fuente, el místico, el asceta, se sabe atravesado por algo infinitamente superior, trascendente y al mismo tiempo parte de este mundo. En ello no es necesario creer, pues sería tan absurdo como creer en la respiración.
En este nivel tan extremadamente sutil de espiritualidad es solamente posible entregarse con confianza absoluta al proceso. Asumiendo que las características genéticas, sociales, accidentales y relacionales no agotan todo lo que es una persona se llega a comprender que uno no nace, sino más bien “le” nacen.
Sólo así se llega a una conclusión que está al alcance de muy pocos: no soy yo quien respira voluntariamente; es la vida quien me respira.