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Óscar Arce Ruiz

Tolerancia cero

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Hay personas tan tolerantes, que odian profundamente a quien no es tan tolerante como ellas. Son fácilmente reconocibles: gente implicada y comprometida, íntegra y coherente, progresista y de mente abierta.

Muchos de ellos no soportan que los otros no se preocupen por sus mismos temas. Su extrema posición con respecto del centro les hace mantener puntos de mira, cómo no, extremos, lo cual no es preocupante como elección personal y se convierte en algo complicado cuando se mantiene dentro del juego social.

Me atrevería a decir que, al fin y al cabo, la situación resultante es consecuencia de una involuntaria falta de conocimiento. Quizás por miedo a mostrarse vulnerables -acaso por el orgullo indoblegable que predica sin pausa que ‘yo soy mi ego’-, la cuestión es que muchos ‘tolerantes’ están demasiado ocupados en convencerse a sí mismos que en efecto lo son.

Y eso no puede acarrear sino la percepción alterada de los propios límites. Me refiero a los más íntimos de uno mismo, los que separan de manera tajante lo que está bien de lo que no lo está.

Cuando se conocen los propios límites (o, al menos, no se cree ilimitadamente permeable) se juega con ventaja. Si uno sabe qué es lo que le molesta, trabaja para que deje de ser una molestia (pues nadie tira piedras sobre su propio tejado), ya sea evitándolo o encarándolo directamente.

Es dirigirse a la batalla con información privilegiada sobre el contrincante y saber de antemano si es mejor retirarse o enviar infantería y caballería.

Lichtenberg dijo que es necesario conceder al espíritu el hábito de la duda y al corazón el de la tolerancia. Yo creo que más bien se trata de un proceso y que la duda racional desemboca necesariamente en la tolerancia visceral.

Pero, ¿qué pasaría si es el espíritu el tolerante y el corazón el que duda?

Tolerancia cero

Óscar Arce Ruiz
Óscar Arce
domingo, 13 de abril de 2008, 01:44 h (CET)
Hay personas tan tolerantes, que odian profundamente a quien no es tan tolerante como ellas. Son fácilmente reconocibles: gente implicada y comprometida, íntegra y coherente, progresista y de mente abierta.

Muchos de ellos no soportan que los otros no se preocupen por sus mismos temas. Su extrema posición con respecto del centro les hace mantener puntos de mira, cómo no, extremos, lo cual no es preocupante como elección personal y se convierte en algo complicado cuando se mantiene dentro del juego social.

Me atrevería a decir que, al fin y al cabo, la situación resultante es consecuencia de una involuntaria falta de conocimiento. Quizás por miedo a mostrarse vulnerables -acaso por el orgullo indoblegable que predica sin pausa que ‘yo soy mi ego’-, la cuestión es que muchos ‘tolerantes’ están demasiado ocupados en convencerse a sí mismos que en efecto lo son.

Y eso no puede acarrear sino la percepción alterada de los propios límites. Me refiero a los más íntimos de uno mismo, los que separan de manera tajante lo que está bien de lo que no lo está.

Cuando se conocen los propios límites (o, al menos, no se cree ilimitadamente permeable) se juega con ventaja. Si uno sabe qué es lo que le molesta, trabaja para que deje de ser una molestia (pues nadie tira piedras sobre su propio tejado), ya sea evitándolo o encarándolo directamente.

Es dirigirse a la batalla con información privilegiada sobre el contrincante y saber de antemano si es mejor retirarse o enviar infantería y caballería.

Lichtenberg dijo que es necesario conceder al espíritu el hábito de la duda y al corazón el de la tolerancia. Yo creo que más bien se trata de un proceso y que la duda racional desemboca necesariamente en la tolerancia visceral.

Pero, ¿qué pasaría si es el espíritu el tolerante y el corazón el que duda?

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