Querido Efraín: En la Pascua celebramos el origen de la salvación de todos los hombres -empezando por Adán-, que persiste y en nosotros cobra actualidad.
Aquellas instituciones, normas y costumbres temporales que existían en la vieja Ley eran para prefigurar la realidad presente; imagen y prefiguración parcial e imperfecta de lo que al llegar la “plenitud de los tiempos”, se hizo presente. Una vez hecha realidad ésta, conviene que su imagen se eclipse; del mismo modo que, cuando llega el rey, a nadie se le ocurre venerar sus imágenes sin hacer caso de su persona.
En nuestro caso es evidente hasta qué punto la imagen supera la realidad, puesto que aquélla conmemoraba la circunstancial preservación de la vida de los primogénitos judíos, mientras que en ésta, la realidad, se celebra la vida eterna de todos los hombres.
No es gran cosa, en efecto, escapar de la muerte temporalmente si poco después hay que morir; sí lo es, en cambio, poderse librar definitivamente de la muerte. Éste es nuestro caso una vez que Cristo, nuestra Pascua, se inmoló por nosotros.
El mismo nombre de esta fiesta indica ya algo muy grande si lo entendemos de acuerdo con su verdadero sentido. “Pascua” significa paso, ya que el ángel exterminador, aquel que hirió de muerte a los primogénitos de las familias egipcias, pasaba de largo ante los hogares de los hebreos. Y, entre nosotros, vuelve a pasar de largo porque lo haces sin tocarnos, una vez que Cristo nos ha resucitado a la vida eterna.
¿Qué significa, en orden a la realidad, el hecho de que la antigua Pascua y la salvación de los primogénitos tuvieran lugar en el comienzo del año? Sin duda, también, para nosotros el sacrificio de la verdadera Pascua es el comienzo de la vida eterna.
Ya que el año viene a ser como un símbolo de la eternidad, por cuanto con sus estaciones, que se repiten sin cesar, van describiendo un círculo que nunca finaliza. Y Cristo, la víctima inmolada por nosotros, es quien abolió todas nuestras faltas de la vida pasada, y por el Bautismo nos dio una vida nueva, realizándose en nosotros como la imagen de su muerte y de su resurrección.
Así, pues, todo aquel que sabe que, en la Pascua, Jesús fue inmolado por nosotros, sepa también que para cada uno de nosotros la vida empezó en el momento en que Cristo se inmoló para salvarle. Y Cristo se inmoló si confesamos la gracia recibida y reconocemos que la vida nos ha sido devuelta por este sacrificio.
Y quien llegue al conocimiento de esto debe esforzarse en vivir de esta vida nueva y no pensar ya en volver otra vez a la antigua, puesto que la vida antigua ha llegado a su fin. Por ello dice la Escritura: “Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo vamos a vivir más en pecado?”.
Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA