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Gabriel Ruiz-Ortega

“El Conde de San Germán”, de Leonardo Aguirre

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Leonardo Aguirre (Lima, 1975), como ya lo he escrito en el artículo “La narrativa de L. A.”, en este diario, es uno de los jóvenes escritores peruanos más conocidos. Es autor de los libros de cuentos “Manuel para cazar plumíferos” y “La musa travestida”. El mentado artículo intentó explicar la poética de este escritor, teniendo como bases estas dos primeras publicaciones. Pues bien, ahora nos compete su primera novela, publicada a fines del 2007, titulada “El Conde de San Germán”.

“El Conde…” no nos ofrece una veta distinta a la ya recorrida por su autor: siguen los egos desmesurados de sus personajes, muy caricaturescos, por cierto; la apuesta formal; y el empleo de un feroz lenguaje artificial. En otras palabras, más, muchísimo más de lo mismo. Aguirre es el responsable de un proyecto narrativo que encadena toda su producción (hay un diálogo constante entre sus libros), tanto en estructura como en tema, y es imposible arriesgarnos a dar una opinión valorativa de su obra cuando con este tercer libro él no ha hecho otra cosa que la de seguir generando expectativa.

(Destaquemos este último aspecto puesto que hay quienes tienen, digamos, cinco libros publicados y siguen en las mismas. (Aunque es necesario decir que la literatura es como fútbol, nada está dicho hasta que te mueras.) Lo que fastidia es que existan ciertos narradorzuelos, dizque poetas y editores imaginarios que se arrogan cierta importancia cuando jamás en sus vidas han llamado la atención de la prensa, ni de la crítica.)

De Aguirre, como persona y escritor, pueden decirse muchísimas cosas, empero, lo que queda claro es que jamás ha pasado inadvertido, sus libros han sido comentados, reseñados, positivamente o negativamente, han tenido mucha resonancia; y su imagen ha estado de moda, por ejemplo: en el llanto de una escritora de novelas con tufillo de autoayuda que se quejó del maltrato literario del escritor (quien de vez en cuando la hace de crítico literario) vía televisión en hora punta; o como el haber recibido patadas y puñetes, en el auditorio de una universidad limeña, por parte de un escritor a quien no le gustó una reseña escrita por él.

Seguramente, se pensará que estoy cayendo en infidencias, en chismes, pero no consignarlo sería no destacar el motor, el acicate de todos sus libros, y en especial, estaría soslayando el alma de la novela “El Conde de San Germán”.

En “El Conde…” tenemos (para variar, hablando de egos desmesurados) a Leonardo Aguirre, el personaje, el protagonista, quien juega el rol de una suerte de Steve Coogan literatoso. El ficticio L. A. recibe en su refugio al reportero novato de una leidísima revista sabatina, a causa de la obtención un importantísimo premio literario. Para Aguirre, el autor, ya lejos de su rol ficticio de Coogan literatoso, este el pretexto idóneo para soltar toda la rienda en cuanto a los tejes y manejes del mundillo literario limeño, que si lo comparamos con otros ámbitos, pues no estaríamos ante una obra que adolece por su localismo, ya que en todo lugar, aparte de los libros publicados, siempre hay una historia oculta del por qué se premia a tal autor, del por qué determinadas reseñas y estafetas son descriptivas y otras no, del por qué se disfraza con los atuendos de las diferencias ideológicas, diversidades literarias y demás nomenclaturas las verdaderas razones de las distancias existentes entre grupos de escritores: mucha veces las causas son hormonales, y casi siempre obedecen a la más pura envidia.

Como dije líneas arriba, uno de los factores determinantes en esta peculiar poética es el uso de las estructuras, como nunca antes estas llegan a niveles vesánicos. La novela está compuesta por microhistorias al amparo de una suprahistoria que yace en el desenvolvimiento de un lenguaje artificial, falso, sin el cual, la novela carecería de frescura y contundencia.

En este aspecto, se refleja el manejo acertado al que ha llegado Aguirre en cuanto al andamiaje narrativo, muy superior a sus dos publicaciones anteriores. Sin embargo, se extraña muchísimo cierta “claridad” en el hilo argumental. Se puede apelar a toda clase de técnicas (recordemos que la novela, como género, ofrece libertad única), pero estas tienen que estar al servicio de un tronco argumental sólido, cosa que no se cumple del todo en “El Conde…” ya que hay varias microhistorias, a lo mejor acicateadas por el espíritu egocéntrico del autor, que reclaman protagonismo, y en algunos casos logran el cometido, reflejándose en el punto de quiebre de la continuación de la suprahistoria con contados, pero resaltantes, pasos en falso.

Obvio que una novela como esta saque roncha a no pocos, casi todos los personajes del mundillo literario limeño son parodiados, empezando por el ficticio L. A. No sorprende entonces que alrededor de ella exista un silenciamiento adrede, lo cual era de esperarse, pero lo que nadie negará es que a pesar de este óbice, la novela está en boca de muchos, o favorablemente o negativamente. En ese lado, Aguirre (el verdadero, no el Coogan) debe estar tranquilo porque lo peor que le puede pasar, ciñéndonos a su proyecto narrativo y a lo que él siempre ha mostrado de sí mismo, es que no se hable de lo que escribe, ni que no se tome en cuenta lo que haga o deje de hacer.

“El Conde…” es una novela divertida, hay pasajes cargados de humor corrosivo que nos recuerdan a no pocas páginas de “Manual para cazar plumíferos “, su mejor libro sin lugar a dudas. Y deja en la sensación del lector de turno de que lo mejor de Aguirre aún está por venir.

Editorial: Hormiga Editores.

“El Conde de San Germán”, de Leonardo Aguirre

Gabriel Ruiz-Ortega
Gabriel Ruiz Ortega
viernes, 13 de junio de 2008, 10:27 h (CET)
Leonardo Aguirre (Lima, 1975), como ya lo he escrito en el artículo “La narrativa de L. A.”, en este diario, es uno de los jóvenes escritores peruanos más conocidos. Es autor de los libros de cuentos “Manuel para cazar plumíferos” y “La musa travestida”. El mentado artículo intentó explicar la poética de este escritor, teniendo como bases estas dos primeras publicaciones. Pues bien, ahora nos compete su primera novela, publicada a fines del 2007, titulada “El Conde de San Germán”.

“El Conde…” no nos ofrece una veta distinta a la ya recorrida por su autor: siguen los egos desmesurados de sus personajes, muy caricaturescos, por cierto; la apuesta formal; y el empleo de un feroz lenguaje artificial. En otras palabras, más, muchísimo más de lo mismo. Aguirre es el responsable de un proyecto narrativo que encadena toda su producción (hay un diálogo constante entre sus libros), tanto en estructura como en tema, y es imposible arriesgarnos a dar una opinión valorativa de su obra cuando con este tercer libro él no ha hecho otra cosa que la de seguir generando expectativa.

(Destaquemos este último aspecto puesto que hay quienes tienen, digamos, cinco libros publicados y siguen en las mismas. (Aunque es necesario decir que la literatura es como fútbol, nada está dicho hasta que te mueras.) Lo que fastidia es que existan ciertos narradorzuelos, dizque poetas y editores imaginarios que se arrogan cierta importancia cuando jamás en sus vidas han llamado la atención de la prensa, ni de la crítica.)

De Aguirre, como persona y escritor, pueden decirse muchísimas cosas, empero, lo que queda claro es que jamás ha pasado inadvertido, sus libros han sido comentados, reseñados, positivamente o negativamente, han tenido mucha resonancia; y su imagen ha estado de moda, por ejemplo: en el llanto de una escritora de novelas con tufillo de autoayuda que se quejó del maltrato literario del escritor (quien de vez en cuando la hace de crítico literario) vía televisión en hora punta; o como el haber recibido patadas y puñetes, en el auditorio de una universidad limeña, por parte de un escritor a quien no le gustó una reseña escrita por él.

Seguramente, se pensará que estoy cayendo en infidencias, en chismes, pero no consignarlo sería no destacar el motor, el acicate de todos sus libros, y en especial, estaría soslayando el alma de la novela “El Conde de San Germán”.

En “El Conde…” tenemos (para variar, hablando de egos desmesurados) a Leonardo Aguirre, el personaje, el protagonista, quien juega el rol de una suerte de Steve Coogan literatoso. El ficticio L. A. recibe en su refugio al reportero novato de una leidísima revista sabatina, a causa de la obtención un importantísimo premio literario. Para Aguirre, el autor, ya lejos de su rol ficticio de Coogan literatoso, este el pretexto idóneo para soltar toda la rienda en cuanto a los tejes y manejes del mundillo literario limeño, que si lo comparamos con otros ámbitos, pues no estaríamos ante una obra que adolece por su localismo, ya que en todo lugar, aparte de los libros publicados, siempre hay una historia oculta del por qué se premia a tal autor, del por qué determinadas reseñas y estafetas son descriptivas y otras no, del por qué se disfraza con los atuendos de las diferencias ideológicas, diversidades literarias y demás nomenclaturas las verdaderas razones de las distancias existentes entre grupos de escritores: mucha veces las causas son hormonales, y casi siempre obedecen a la más pura envidia.

Como dije líneas arriba, uno de los factores determinantes en esta peculiar poética es el uso de las estructuras, como nunca antes estas llegan a niveles vesánicos. La novela está compuesta por microhistorias al amparo de una suprahistoria que yace en el desenvolvimiento de un lenguaje artificial, falso, sin el cual, la novela carecería de frescura y contundencia.

En este aspecto, se refleja el manejo acertado al que ha llegado Aguirre en cuanto al andamiaje narrativo, muy superior a sus dos publicaciones anteriores. Sin embargo, se extraña muchísimo cierta “claridad” en el hilo argumental. Se puede apelar a toda clase de técnicas (recordemos que la novela, como género, ofrece libertad única), pero estas tienen que estar al servicio de un tronco argumental sólido, cosa que no se cumple del todo en “El Conde…” ya que hay varias microhistorias, a lo mejor acicateadas por el espíritu egocéntrico del autor, que reclaman protagonismo, y en algunos casos logran el cometido, reflejándose en el punto de quiebre de la continuación de la suprahistoria con contados, pero resaltantes, pasos en falso.

Obvio que una novela como esta saque roncha a no pocos, casi todos los personajes del mundillo literario limeño son parodiados, empezando por el ficticio L. A. No sorprende entonces que alrededor de ella exista un silenciamiento adrede, lo cual era de esperarse, pero lo que nadie negará es que a pesar de este óbice, la novela está en boca de muchos, o favorablemente o negativamente. En ese lado, Aguirre (el verdadero, no el Coogan) debe estar tranquilo porque lo peor que le puede pasar, ciñéndonos a su proyecto narrativo y a lo que él siempre ha mostrado de sí mismo, es que no se hable de lo que escribe, ni que no se tome en cuenta lo que haga o deje de hacer.

“El Conde…” es una novela divertida, hay pasajes cargados de humor corrosivo que nos recuerdan a no pocas páginas de “Manual para cazar plumíferos “, su mejor libro sin lugar a dudas. Y deja en la sensación del lector de turno de que lo mejor de Aguirre aún está por venir.

Editorial: Hormiga Editores.

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