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Ignacio de Cossío

Cossío y el mundo taurino

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Una de las mayores emociones que uno puede encontrar en la vida es cumplir los sueños de otros que por el rápido discurrir del tiempo, les ha sido privado. Esta exposición que viajó a Sevilla el pasado mes de febrero significó la materialización de un deseo de mi tío José María de Cossío y todo ese su mundo taurino y poético, que a la cabeza de José y Federico, formaron parte esencial de la literatura del siglo XX. Sus recuerdos, fotografías y manuscritos viajaron Sevilla con la misma ilusión que viajaron los poetas del 27 hace ochenta años al encuentro de Sánchez Mejías en el Cortijo de Pino Montano; y la misma solemnidad con la que recibió hace casi un siglo el pueblo sevillano el cuerpo sin vida de Gallito en la vieja estación de Córdoba.

El Llanto por la muerte de Ignacio nos convocaba a las cinco en punto de la tarde. Abría el paseillo la Esperanza de Joselito luciendo su primer capote de terciopelo verde, por delante José con su cuadrilla al completo retratados en su último kilométrico, se medía por última vez y frente al gran Juan con su medallón de bronce mitad Triana mitad Maestranza; cerraba el cortejo Pepe Luis y su resplandor trigueño de Gerardo Diego junto a su mejor torero de plata, Cayetano y sus Chuflillas de Alberti. En la calle los carteles de Zuluaga pintaban otra corrida de Albaicines y de Cossíos a la sombra de la Giralda. De alguaciles abrían el portón dos grandes maestras del arte de Marialva a un lado la Duquesa de Alba y sus espuelas blancas; y al otro la Diosa Rubia del toreo y sus zajones oscuros de tentadero. Saltaba al ruedo el primer astado de ojos verdes herrado a fuego por Villalón y otros tantos le seguían con el hierro y sus patillas decimonónicas del viejo Pérez Tabernero. Poesía y toreo de nuevo juntos al pie del Guadalquivir. Ni el mismísimo Goya en sus grabados originales expuestos desde el pasado mes de febrero en Río Grande pudo describir mejor este juego de cañas y toros.

En el tendido esperaba todo el pueblo andaluz, como en aquella tarde en el Hotel Palace tomando café también esperó Sánchez Mejías a Cossío en su crucial cita con lo más granado del estrofa, el verso y su rima ¡Qué momento, cara a cara! Ignacio junto José Bergamín, Ignacio junto a Gerardo Diego, Ignacio junto a Miguel Hernández, Ignacio junto a Federico García Loca, Ignacio junto Rafael Alberti, Ignacio junto Vicente Alexandre, Ignacio junto a Dámaso Alonso, Ignacio junto a Jorge Guillén... nada fue lo mismo después. Todos cantaron los toros y en los toros llegó la mejor música de la literatura.

En un rincón y junto a las cámaras acorazadas que custodiaron por unos días el cancionero y los manuscritos más completos del 27 siguió intacta su mesa de trabajo. Frente a su vieja máquina de escribir, aún permanecían cerradas sus gafas redondas, tendida su pluma de plata junto a una carta de su fiel secretario Miguel Hernández agradeciéndole su gestión en pro de su vida y poesía. En lo alto preside su retrato de Zuloaga con las montañas apretadas a su alrededor. Tudanca, la Montaña y Cossío, ayer visitó Sevilla, pero su cuerpo permanece en el Corral de los Muertos o eso al menos eso decía Unamuno. Yo les invito a viajar a su Casona en donde los días de niebla y frente a los prados verdes su figura recobra vida que como la de sus amigos los poetas y escritores que saltan alegres a su alrededor. En el Llanto de Sánchez Mejías hay lágrimas de Federico por la muerte de su amigo, en el libro Sobre los Ángeles de Alberti gotas de vino, arañazos en las cartas de Miguel desde la cárcel de Torrijos, quemaduras de cigarrillos rubios en el manuscrito de la familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, alguna receta irónica de Marañón apuntalada en la novela del Conde Duque de Olivares y no pocos aromas de ficción y realidad en la novela Niebla de Unamuno. Por ellos y porque su recuerdo no permanezca jamás en el olvido bienvenido siempre sea Cossío y su Mundo Taurino.

Cossío y el mundo taurino

Ignacio de Cossío
Ignacio de Cossío
miércoles, 3 de septiembre de 2008, 10:11 h (CET)
Una de las mayores emociones que uno puede encontrar en la vida es cumplir los sueños de otros que por el rápido discurrir del tiempo, les ha sido privado. Esta exposición que viajó a Sevilla el pasado mes de febrero significó la materialización de un deseo de mi tío José María de Cossío y todo ese su mundo taurino y poético, que a la cabeza de José y Federico, formaron parte esencial de la literatura del siglo XX. Sus recuerdos, fotografías y manuscritos viajaron Sevilla con la misma ilusión que viajaron los poetas del 27 hace ochenta años al encuentro de Sánchez Mejías en el Cortijo de Pino Montano; y la misma solemnidad con la que recibió hace casi un siglo el pueblo sevillano el cuerpo sin vida de Gallito en la vieja estación de Córdoba.

El Llanto por la muerte de Ignacio nos convocaba a las cinco en punto de la tarde. Abría el paseillo la Esperanza de Joselito luciendo su primer capote de terciopelo verde, por delante José con su cuadrilla al completo retratados en su último kilométrico, se medía por última vez y frente al gran Juan con su medallón de bronce mitad Triana mitad Maestranza; cerraba el cortejo Pepe Luis y su resplandor trigueño de Gerardo Diego junto a su mejor torero de plata, Cayetano y sus Chuflillas de Alberti. En la calle los carteles de Zuluaga pintaban otra corrida de Albaicines y de Cossíos a la sombra de la Giralda. De alguaciles abrían el portón dos grandes maestras del arte de Marialva a un lado la Duquesa de Alba y sus espuelas blancas; y al otro la Diosa Rubia del toreo y sus zajones oscuros de tentadero. Saltaba al ruedo el primer astado de ojos verdes herrado a fuego por Villalón y otros tantos le seguían con el hierro y sus patillas decimonónicas del viejo Pérez Tabernero. Poesía y toreo de nuevo juntos al pie del Guadalquivir. Ni el mismísimo Goya en sus grabados originales expuestos desde el pasado mes de febrero en Río Grande pudo describir mejor este juego de cañas y toros.

En el tendido esperaba todo el pueblo andaluz, como en aquella tarde en el Hotel Palace tomando café también esperó Sánchez Mejías a Cossío en su crucial cita con lo más granado del estrofa, el verso y su rima ¡Qué momento, cara a cara! Ignacio junto José Bergamín, Ignacio junto a Gerardo Diego, Ignacio junto a Miguel Hernández, Ignacio junto a Federico García Loca, Ignacio junto Rafael Alberti, Ignacio junto Vicente Alexandre, Ignacio junto a Dámaso Alonso, Ignacio junto a Jorge Guillén... nada fue lo mismo después. Todos cantaron los toros y en los toros llegó la mejor música de la literatura.

En un rincón y junto a las cámaras acorazadas que custodiaron por unos días el cancionero y los manuscritos más completos del 27 siguió intacta su mesa de trabajo. Frente a su vieja máquina de escribir, aún permanecían cerradas sus gafas redondas, tendida su pluma de plata junto a una carta de su fiel secretario Miguel Hernández agradeciéndole su gestión en pro de su vida y poesía. En lo alto preside su retrato de Zuloaga con las montañas apretadas a su alrededor. Tudanca, la Montaña y Cossío, ayer visitó Sevilla, pero su cuerpo permanece en el Corral de los Muertos o eso al menos eso decía Unamuno. Yo les invito a viajar a su Casona en donde los días de niebla y frente a los prados verdes su figura recobra vida que como la de sus amigos los poetas y escritores que saltan alegres a su alrededor. En el Llanto de Sánchez Mejías hay lágrimas de Federico por la muerte de su amigo, en el libro Sobre los Ángeles de Alberti gotas de vino, arañazos en las cartas de Miguel desde la cárcel de Torrijos, quemaduras de cigarrillos rubios en el manuscrito de la familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, alguna receta irónica de Marañón apuntalada en la novela del Conde Duque de Olivares y no pocos aromas de ficción y realidad en la novela Niebla de Unamuno. Por ellos y porque su recuerdo no permanezca jamás en el olvido bienvenido siempre sea Cossío y su Mundo Taurino.

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