La primera noticia me llegó a través del correo ordinario. Con un comunicado escueto y puramente formal se me comunicaba que de acuerdo con la Ley Orgánica del Régimen Electoral vigente había sido designado como primer vocal para formar parte de la mesa electoral. “¡Menuda la que me ha tocado!”, fue lo primero que pensé, al percibir que el domingo se me iba a quedar totalmente malogrado. Aunque también es cierto que en estos casos, más que darle vueltas, lo preferible es hacerse la idea.
Días más tarde llegó el esperado manual de instrucciones. ¡Ni que fuera a presentarme a oposiciones! Toda una serie de indicaciones, supuestos, posibilidades y probabilidades descritas hasta el mínimo detalle, de tal forma que resulta prácticamente imposible de memorizar. Aunque la tranquilidad engañosa de saber que no era yo quién presidía la mesa, me tranquilizó pensar que en caso de duda, no era yo el máximo responsable.
Y así llegó el esperado día. La chica enviada por el Ayuntamiento, muy amable, nos fue presentando a todos los que formábamos parte de la mesa electoral. Y allí estaban también, todos ellos, los convocados como suplentes, con la angustia de presentarse un domingo a las ocho de la mañana y con la esperanza de no ser ellos a quienes les debería de tocar ocupar la vacante correspondiente (para su fortuna, tras dar sus nombres pudieron irse de nuevo para su casa). Tras una serie de breves instrucciones y después de disponer el material oportuno, un presidente de mesa junto a sus dos vocales, sin más idea de la explicada en un manual de instrucciones que pronto reconocimos que ninguno se había leído abrimos las urnas para dar paso a las elecciones Generales del 2008.
A pesar de la ignorancia teniendo que ocupar un puesto que resulta necesario para el buen funcionamiento del sistema democrático, cabe decir que al final acaba resultando una buena experiencia. No tanto por lo que se aprende, y mucho menos por la nimia remuneración que recibes tras más de doce horas estresantes, sino más bien por aquello que uno ve y descubre en la retahíla de personajes que van desfilando delante de las urnas.
Una de las situaciones curiosas es cuando muchos representantes de los partidos políticos te van saludando con afables sonrisas y apretones de manos. Te vienen, te saludan y te dirigen amables palabras. Y luego, cuando te dan la espalda, te preguntas: “¿Y éste quién es?”. Porque ellos dan por supuesto que debes reconocerles, aunque ocupen el último puesto de la última lista de las últimas posibilidades. Y es que en el manual de instrucciones, quizás no estaría de más que añadieran un anexo con fotos de caras sonrientes, con sus respectivos nombres y el grupo al que están afiliados, para que cuando te saluden sepas al menos quién te está hablando.
Ver a jóvenes con sus dieciocho años recién cumplidos me hizo recordar cuando yo también voté por primera vez. Para ellos ha sido su primera experiencia electoral, muchos iban acompañados por sus padres que les explicaban cada detalle, convirtiéndolo casi en un festejo familiar.
También estaba una señora mayor que, acercándose a la mesa, nos preguntó qué había que hacer para “votar a mi Felipe”. ¿Felipe?, nos miramos todos, hasta que nos percatamos que se refería al predecesor de Zapatero. ¡Y es que aún hay para quién el tiempo pasa en balde!
Pasó un inmigrante, que era su primera votación, reconociendo que desde hacía poco disponía de su regularización, pidiendo explicaciones sobre la diferencia entre lo del Congreso y el Senado. Nuestra voluntad de hacérselo entender no faltó, pero claramente más le valdría estudiar sociales de tercero de la ESO donde se explica mucho mejor.
Y pasó una chica ciega, que nos pidió que le preparáramos las papeletas, y cuando ya estaba a punto de depositarlas comenzó a asegurarse preguntando a todos los que hacían cola que realmente votaba a los de su partido.
Lo de las fotos fue a media tarde. De pronto empezaron a estallar flashes por toda la sala. Y no había llegado ningún personaje conocido, sino que algunos periodistas querían dejar constancia que incluso los curas, cuando les toca por sorteo, también cumplen con sus obligaciones estatales. Porque ahí estaba uno, sin sotana pero con alzacuellos, dando ejemplo.
Y lo del recuento, daría para otra historia. Porque entre votos nulos, a algunos les debía parecer muy divertido introducir en el sobre una foto de Marilin Monroe, un poema contra la guerra de Iraq, el dibujo de una cruz representando la muerte, y muchas otras cosas que les podría contar.
Pasadas las doce de la noche, subiendo al coche para la vuelta a casa, estaba tentado de poner la radio y escuchar lo que se estaba cociendo por ahí fuera. Pero de política ya había tenido suficiente, por lo que me contenté deleitándome con Luz Casal y su tema “Un nuevo día brillará”.