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Gonzalo G. Velasco

"En el punto de mira": El culo de Rubik

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La revista Fotogramas habla de En el Punto de Mira, (cuyo título original, Vantage Point, ha sido, como casi siempre, saboteado por la escasa originalidad de las distribuidoras patrias), como una mezcla entre la serie 24 y el clásico de Akira Kurosawa Rashomon. La definición responde a que, por un lado, tenemos una trama de acción adrenalínica donde un superagente del gobierno debe salvar el pellejo del presidente de los USA en un tiempo record, real, y redundante, y a que, por otro, conocemos la progresión del argumento viendo lo que sucede, siempre lo mismo, desde distintos puntos de vista mediante flashbacks encadenados, cada uno con una información nueva y, en teoría, sorprendente. Hay buenos, hay malos, hay buenos que parecen malos, malos que parecen buenos, personajes sobrantes como el interpretado por Eduardo Noriega y símbolos casposos con patas como esa especie de inocente niña de Rajoy que termina por jugar un papel fundamental en el desenlace de la historia. Todo vale, vale todo. 24, Rashomon, pero también otras influencias no menos reseñables, sobre todo televisivas.

En el Punto de Mira recoge y recicla los tumbos conspiranoicos de los fragmentos más delirantes de Prison Break, su estructura de flashbacks progresivos que explican el presente hieden a Lost cosa mala (no es casualidad que Matthew Fox, el popular Jack de la serie de J.J.Abrams, tenga un gran peso en el reparto), y el constante juego de perspectivas truncadas y a veces contradictorias, beben directamente de una serie de la ABC caída en desgracia pero de gran calidad, llamada The Nine, la cual narraba, a través de técnicas similares, lo ocurrido a nueve personajes durante un misterioso atraco a un banco. De todo ello, se coligen varias cosas: la primera, que el film de Pete Travis (autor de Omagh, tv-movie más que digna de 2004 sobre un sangriento atentado del IRA) podría podarse sin problemas hasta acercarlo más a la duración habitual de un episodio piloto de serie televisión, ya que, como hemos visto, tiene muchos más puntos en común con las sagas de moda que con la narrativa cinematográfica propiamente dicha, y por otro, que saltar a todo trapo de un punto de vista a otro no garantiza buenos resultados si esos saltos no están justificados.

La historia de En el Punto de Mira admitiría dócilmente un tratamiento cronológico y su estructura e interés se mantendrían intactos, aunque no así su duración. Moraleja: todo el artificio de la polifonía se queda tan sólo en una trampa para llenar de paja el episodio televisivo encubierto hasta alcanzar la hora y media que debe durar un largometraje estándar. Y el largometraje estándar hacia el que mira En el Punto de Mira, su principal horizonte, referencia, y el primo de zumosol al que le gustaría parecerse, no es otro que el Ultimátum de Bourne (curiosamente dirigida por Paul Greengrass, otro cineasta oriundo de las islas británicas que también dio el salto a Hollywood tras retratar su particular visión del conflicto irlandés en la excelente Bloody Sunday). No se trata sólo de que los ecos de la última entrega de la saga del agente amnésico resuenen por momentos en la partitura creada por Atli Örvansson, que lo hacen, y de forma escandalosa, sino de que todas las secuencias de acción y persecución, no precisamente pocas, reproducen al milímetro el estilo áspero y directo con el que Greengrass sentó cátedra en este tipo de cine desde que tomó los hilos de la trilogía Bourne en la segunda parte de la saga. La cosa tiene su lógica si tenemos en cuenta que El Ultimátum de Bourne ha sido una de las películas más exitosas del año pasado, además de una de las más rentables y, para más INRI, la segunda gran triunfadora de la noche de los Oscars con tan sólo una estatuilla menos que No es País Para Viejos. La diferencia está en que dicho film merecía todo esto, o incluso más, y En el Punto de Mira, por mucho que se esfuerce, sólo es un pálido y desdibujado reflejo de una gran obra en las pantallas pixeladas del escaparate de una tienda de electrónica de saldo. Más de lo mismo desde diferente ángulos a la postre iguales. Nada nuevo bajo el sol, o como dicen los americanos: “same shit, different day”.

"En el punto de mira": El culo de Rubik

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
miércoles, 25 de junio de 2008, 22:00 h (CET)
La revista Fotogramas habla de En el Punto de Mira, (cuyo título original, Vantage Point, ha sido, como casi siempre, saboteado por la escasa originalidad de las distribuidoras patrias), como una mezcla entre la serie 24 y el clásico de Akira Kurosawa Rashomon. La definición responde a que, por un lado, tenemos una trama de acción adrenalínica donde un superagente del gobierno debe salvar el pellejo del presidente de los USA en un tiempo record, real, y redundante, y a que, por otro, conocemos la progresión del argumento viendo lo que sucede, siempre lo mismo, desde distintos puntos de vista mediante flashbacks encadenados, cada uno con una información nueva y, en teoría, sorprendente. Hay buenos, hay malos, hay buenos que parecen malos, malos que parecen buenos, personajes sobrantes como el interpretado por Eduardo Noriega y símbolos casposos con patas como esa especie de inocente niña de Rajoy que termina por jugar un papel fundamental en el desenlace de la historia. Todo vale, vale todo. 24, Rashomon, pero también otras influencias no menos reseñables, sobre todo televisivas.

En el Punto de Mira recoge y recicla los tumbos conspiranoicos de los fragmentos más delirantes de Prison Break, su estructura de flashbacks progresivos que explican el presente hieden a Lost cosa mala (no es casualidad que Matthew Fox, el popular Jack de la serie de J.J.Abrams, tenga un gran peso en el reparto), y el constante juego de perspectivas truncadas y a veces contradictorias, beben directamente de una serie de la ABC caída en desgracia pero de gran calidad, llamada The Nine, la cual narraba, a través de técnicas similares, lo ocurrido a nueve personajes durante un misterioso atraco a un banco. De todo ello, se coligen varias cosas: la primera, que el film de Pete Travis (autor de Omagh, tv-movie más que digna de 2004 sobre un sangriento atentado del IRA) podría podarse sin problemas hasta acercarlo más a la duración habitual de un episodio piloto de serie televisión, ya que, como hemos visto, tiene muchos más puntos en común con las sagas de moda que con la narrativa cinematográfica propiamente dicha, y por otro, que saltar a todo trapo de un punto de vista a otro no garantiza buenos resultados si esos saltos no están justificados.

La historia de En el Punto de Mira admitiría dócilmente un tratamiento cronológico y su estructura e interés se mantendrían intactos, aunque no así su duración. Moraleja: todo el artificio de la polifonía se queda tan sólo en una trampa para llenar de paja el episodio televisivo encubierto hasta alcanzar la hora y media que debe durar un largometraje estándar. Y el largometraje estándar hacia el que mira En el Punto de Mira, su principal horizonte, referencia, y el primo de zumosol al que le gustaría parecerse, no es otro que el Ultimátum de Bourne (curiosamente dirigida por Paul Greengrass, otro cineasta oriundo de las islas británicas que también dio el salto a Hollywood tras retratar su particular visión del conflicto irlandés en la excelente Bloody Sunday). No se trata sólo de que los ecos de la última entrega de la saga del agente amnésico resuenen por momentos en la partitura creada por Atli Örvansson, que lo hacen, y de forma escandalosa, sino de que todas las secuencias de acción y persecución, no precisamente pocas, reproducen al milímetro el estilo áspero y directo con el que Greengrass sentó cátedra en este tipo de cine desde que tomó los hilos de la trilogía Bourne en la segunda parte de la saga. La cosa tiene su lógica si tenemos en cuenta que El Ultimátum de Bourne ha sido una de las películas más exitosas del año pasado, además de una de las más rentables y, para más INRI, la segunda gran triunfadora de la noche de los Oscars con tan sólo una estatuilla menos que No es País Para Viejos. La diferencia está en que dicho film merecía todo esto, o incluso más, y En el Punto de Mira, por mucho que se esfuerce, sólo es un pálido y desdibujado reflejo de una gran obra en las pantallas pixeladas del escaparate de una tienda de electrónica de saldo. Más de lo mismo desde diferente ángulos a la postre iguales. Nada nuevo bajo el sol, o como dicen los americanos: “same shit, different day”.

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