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Emili Avilés

Hacer más y hablar menos

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Hemos visto desde el poder, repetidamente, obsesivamente, ningunear los matices y reflejos variadísimos de la pluralidad de luces de nuestra aún joven democracia. Sí, ésta que camina a tientas, con cortes de luz de sentido común, provocados por quienes precisamente nos deberían proteger de la primitiva oscuridad. ¿Hasta cuándo? ¿Qué debe ocurrir para que reaccionemos todos, sin la inercia de complejos ni sumisiones?

Todo el mundo sabe que ignorar lo evidente, manipular la información contrastada, seguir a pie juntillas un guión contrario a la verdad, es el colmo de la insensatez. Nunca un gobernante puede dejarse llevar por el desdén. Desdén por muchas cosas importantes, muy valoradas por otras personas y que él quizás no estime en su fuero interno. Despreciar la opinión de quien piensa diferente es la manera más rápida para convertirse en ineficaz gestor de los asuntos públicos.

Pues, ¡a qué esperamos! Que el afán por la justicia sea punto de salida y destino de la política. En nuestra mano está evitar que ningún gobernante únicamente se mueva por intereses partidistas y de poder. Precisamente, esa capacidad es el privilegio de los ciudadanos libres. No va a ser fácil, pero podemos conseguirlo.

Rompo una lanza por el político que se muestre dispuesto y capaz de trabajar en un gobierno para todos. A quien no se le caigan los anillos por oír la voz de asociaciones de padres de familia, sobre temas sensibles a ellas, que sepa y quiera hacer autocrítica, que no imponga leyes contrarias a la naturaleza humana, que busque con comprensión y paciencia la cohesión, el bien común y el consenso en los principales asuntos de Estado, que ejerza la autoridad sin autoritarismo, que se empeñe en un trabajo constante, riguroso y eficaz y evite las soluciones precipitadas y buenistas.

¿Qué equipo y líder político pueden ser los más idóneos para un país? ¿Quiénes pueden merecer la mayor confianza? Debería ser más sencillo tenerlo claro. Y es que, ya no sólo algunos sesgados medios de comunicación sino, en ocasiones, los mismos políticos nos distorsionan la realidad de su mensaje. ¿Tan arriesgado es tener principios e intentar presentarlos con coherencia?

Las propuestas del “todo a cien” abundan demasiado y son pan para hoy y hambre para mañana. A la hora de votar, creo que los ciudadanos tendremos muy en cuenta quién nos trata como personas inteligentes y quienes son capaces de luchar, sin sectarismos, por el bien común. De todas formas, aún hay quien piensa que las graves incoherencias, perezas, faltas de rigor, desdenes y privilegios partidistas, pueden quedar ocultos saliendo airoso de los debates o con mil y un apoyos mediáticos.

No quiero generalizar en la crítica, pero es de todos conocido el despilfarro de los dineros públicos. Urge dar más posibilidades a la sociedad civil y evitar cualquier macro-Estado protector, que pretenda imponernos, precocinado y a costa de nuestros impuestos, cualquier pensamiento político, moral, económico, pedagógico o sanitario.

Para llegar a acuerdos estables y de consenso puede ser muy oportuno repasar nuestra Carta Magna. La Constitución Española otorga a todos los ciudadanos una serie de derechos fundamentales de ámbito personal, público y también derechos vinculados con lo económico y social. Pues, ¡ea!, es cuestión de aplicarlos con fidelidad. De velar por su exquisito cumplimiento.

Aunque la clave de todo es el respeto y el derecho a discrepar, debemos estar dispuestos a sumar fuerzas. Para ello, será imprescindible entendernos en lo básico, buscar con pasión el bien de las personas, por encima de banderías humanas. El verdadero progreso de un país no es la exclusiva de los partidos políticos.

Son tiempos difíciles y complejos, “more challenge”, más reto, también más mérito. Ahora tenemos la gran oportunidad de llegar al fondo de lo que son las cosas, de saber priorizar, de implicarnos, de superar egoísmos y prejuicios, de luchar por la felicidad de los demás, que también será la nuestra. Esta batalla de paz por un orden justo me recuerda las palabras del maestro Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. A ver si esa reflexión nos las sabemos aplicar bien.

Todos nuestros esfuerzos los podremos dar por bien empleados si este despertar de la sociedad civil mueve, inspira y orienta una actuación de los gobernantes más ecuánime, más solidaria, más prudente y respetuosa con las personas. Es por ello que un sincero aprecio al itinerario vital de la niña del ejemplo de Mariano Rajoy sea una buena referencia, para, ¡de verdad!, hacer más y hablar menos.

Hacer más y hablar menos

Emili Avilés
Emili Avilés
viernes, 7 de marzo de 2008, 06:42 h (CET)
Hemos visto desde el poder, repetidamente, obsesivamente, ningunear los matices y reflejos variadísimos de la pluralidad de luces de nuestra aún joven democracia. Sí, ésta que camina a tientas, con cortes de luz de sentido común, provocados por quienes precisamente nos deberían proteger de la primitiva oscuridad. ¿Hasta cuándo? ¿Qué debe ocurrir para que reaccionemos todos, sin la inercia de complejos ni sumisiones?

Todo el mundo sabe que ignorar lo evidente, manipular la información contrastada, seguir a pie juntillas un guión contrario a la verdad, es el colmo de la insensatez. Nunca un gobernante puede dejarse llevar por el desdén. Desdén por muchas cosas importantes, muy valoradas por otras personas y que él quizás no estime en su fuero interno. Despreciar la opinión de quien piensa diferente es la manera más rápida para convertirse en ineficaz gestor de los asuntos públicos.

Pues, ¡a qué esperamos! Que el afán por la justicia sea punto de salida y destino de la política. En nuestra mano está evitar que ningún gobernante únicamente se mueva por intereses partidistas y de poder. Precisamente, esa capacidad es el privilegio de los ciudadanos libres. No va a ser fácil, pero podemos conseguirlo.

Rompo una lanza por el político que se muestre dispuesto y capaz de trabajar en un gobierno para todos. A quien no se le caigan los anillos por oír la voz de asociaciones de padres de familia, sobre temas sensibles a ellas, que sepa y quiera hacer autocrítica, que no imponga leyes contrarias a la naturaleza humana, que busque con comprensión y paciencia la cohesión, el bien común y el consenso en los principales asuntos de Estado, que ejerza la autoridad sin autoritarismo, que se empeñe en un trabajo constante, riguroso y eficaz y evite las soluciones precipitadas y buenistas.

¿Qué equipo y líder político pueden ser los más idóneos para un país? ¿Quiénes pueden merecer la mayor confianza? Debería ser más sencillo tenerlo claro. Y es que, ya no sólo algunos sesgados medios de comunicación sino, en ocasiones, los mismos políticos nos distorsionan la realidad de su mensaje. ¿Tan arriesgado es tener principios e intentar presentarlos con coherencia?

Las propuestas del “todo a cien” abundan demasiado y son pan para hoy y hambre para mañana. A la hora de votar, creo que los ciudadanos tendremos muy en cuenta quién nos trata como personas inteligentes y quienes son capaces de luchar, sin sectarismos, por el bien común. De todas formas, aún hay quien piensa que las graves incoherencias, perezas, faltas de rigor, desdenes y privilegios partidistas, pueden quedar ocultos saliendo airoso de los debates o con mil y un apoyos mediáticos.

No quiero generalizar en la crítica, pero es de todos conocido el despilfarro de los dineros públicos. Urge dar más posibilidades a la sociedad civil y evitar cualquier macro-Estado protector, que pretenda imponernos, precocinado y a costa de nuestros impuestos, cualquier pensamiento político, moral, económico, pedagógico o sanitario.

Para llegar a acuerdos estables y de consenso puede ser muy oportuno repasar nuestra Carta Magna. La Constitución Española otorga a todos los ciudadanos una serie de derechos fundamentales de ámbito personal, público y también derechos vinculados con lo económico y social. Pues, ¡ea!, es cuestión de aplicarlos con fidelidad. De velar por su exquisito cumplimiento.

Aunque la clave de todo es el respeto y el derecho a discrepar, debemos estar dispuestos a sumar fuerzas. Para ello, será imprescindible entendernos en lo básico, buscar con pasión el bien de las personas, por encima de banderías humanas. El verdadero progreso de un país no es la exclusiva de los partidos políticos.

Son tiempos difíciles y complejos, “more challenge”, más reto, también más mérito. Ahora tenemos la gran oportunidad de llegar al fondo de lo que son las cosas, de saber priorizar, de implicarnos, de superar egoísmos y prejuicios, de luchar por la felicidad de los demás, que también será la nuestra. Esta batalla de paz por un orden justo me recuerda las palabras del maestro Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. A ver si esa reflexión nos las sabemos aplicar bien.

Todos nuestros esfuerzos los podremos dar por bien empleados si este despertar de la sociedad civil mueve, inspira y orienta una actuación de los gobernantes más ecuánime, más solidaria, más prudente y respetuosa con las personas. Es por ello que un sincero aprecio al itinerario vital de la niña del ejemplo de Mariano Rajoy sea una buena referencia, para, ¡de verdad!, hacer más y hablar menos.

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Acaba de fallecer Joe Lieberman, con 82 años, senador estadounidense por Connecticut durante cuatro mandatos antes de ser compañero de Al Gore en el año 2000. Desde que se retiró en 2013 retomó su desempeño en la abogacía en American Enterprise Institute y se encontraba estrechamente vinculado al grupo político No Label (https://www.nolabels.org/ ) y que se ha destacado por impulsar políticas independientes y centristas.

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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