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Etiquetas | Cartas a un ex guerrillero
Sor Clara Tricio

Algo grande y admirable

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Querido Efraín: Dichosos los misericordiosos -dice la Escritura-, porque ellos alcanzarán misericordia. Y no es, por cierto, la misericordia una de las últimas bienaventuranzas. Dice el Salmo: “Dichoso el que cuida del pobre y desvalido”. Y de nuevo: “Dichoso el que se apiada y presta”. Y en otro lugar: “El justo a diario se compadece y da prestado”. Tratemos de alcanzar la bendición, de merecer que nos llamen dichosos: y para ello, seamos benignos.

Que ni siquiera la noche interrumpa tus quehaceres de misericordia. No digas: Vuelve, que mañana te ayudaré. Que nada se interponga entre tu propósito y su realización. Porque las obras de caridad son las únicas que no admiten demora.

Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, y no dejes de hacerlo con jovialidad y presteza. Quien reparte la limosna -dice el Apóstol- que lo haga con agrado; pues todo lo que sea prontitud hace que se te doble la gracia del beneficio que has hecho. Porque lo que se lleva a cabo con una disposición de ánimo triste y forzado no merece gratitud ni tiene nobleza. De manera que, cuando hacemos el bien, hemos de hacerlo, no tristes, sino con alegría. Si dejas libres a los oprimidos y rompes todos los cepos, dice la Escritura; o sea, si procuras alejar de tu prójimo sus sufrimientos, sus contrariedades, la incertidumbre de su futuro, toda murmuración contra él, ¿qué piensas que va a ocurrir?... Algo grande y admirable; un espléndido premio.

Escucha: “Entonces romperá tu luz como la aurora, te abrirá camino la justicia”. ¿Y quién no anhela la luz y la justicia?

Por lo cual, siervos de Cristo, hermanos y coherederos, visitemos a Cristo -en el malherido- mientras nos sea posible, curémoslo, no dejemos de alimentarlo o de vestirlo; acojamos y honremos a Cristo, no en la mesa solamente, como algunos, no con ungüentos, como María, ni con el sepulcro, como José de Arimatea, ni con lo necesario para la sepultura, como aquel mediocre amigo, Nicodemo; ni, en fin, con oro, incienso y mirra, como los Magos, antes que todos los mencionados.

Puesto que el Señor de todas las cosas lo que quiere es misericordia y no sacrificio, y la compasión supera en valor a todos los rebaños imaginables, presentémosle ésta mediante la solicitud para con los pobres y humillados, de modo que, cuando nos vayamos de aquí, ellos mismos nos reciban en los eternos tabernáculos, por la misericordia del mismo Cristo, nuestro Señor, a quien sea dada la gloria por todos los siglos de los siglos.

Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.

Algo grande y admirable

Sor Clara Tricio
Sor Clara Tricio
lunes, 3 de marzo de 2008, 03:04 h (CET)
Querido Efraín: Dichosos los misericordiosos -dice la Escritura-, porque ellos alcanzarán misericordia. Y no es, por cierto, la misericordia una de las últimas bienaventuranzas. Dice el Salmo: “Dichoso el que cuida del pobre y desvalido”. Y de nuevo: “Dichoso el que se apiada y presta”. Y en otro lugar: “El justo a diario se compadece y da prestado”. Tratemos de alcanzar la bendición, de merecer que nos llamen dichosos: y para ello, seamos benignos.

Que ni siquiera la noche interrumpa tus quehaceres de misericordia. No digas: Vuelve, que mañana te ayudaré. Que nada se interponga entre tu propósito y su realización. Porque las obras de caridad son las únicas que no admiten demora.

Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, y no dejes de hacerlo con jovialidad y presteza. Quien reparte la limosna -dice el Apóstol- que lo haga con agrado; pues todo lo que sea prontitud hace que se te doble la gracia del beneficio que has hecho. Porque lo que se lleva a cabo con una disposición de ánimo triste y forzado no merece gratitud ni tiene nobleza. De manera que, cuando hacemos el bien, hemos de hacerlo, no tristes, sino con alegría. Si dejas libres a los oprimidos y rompes todos los cepos, dice la Escritura; o sea, si procuras alejar de tu prójimo sus sufrimientos, sus contrariedades, la incertidumbre de su futuro, toda murmuración contra él, ¿qué piensas que va a ocurrir?... Algo grande y admirable; un espléndido premio.

Escucha: “Entonces romperá tu luz como la aurora, te abrirá camino la justicia”. ¿Y quién no anhela la luz y la justicia?

Por lo cual, siervos de Cristo, hermanos y coherederos, visitemos a Cristo -en el malherido- mientras nos sea posible, curémoslo, no dejemos de alimentarlo o de vestirlo; acojamos y honremos a Cristo, no en la mesa solamente, como algunos, no con ungüentos, como María, ni con el sepulcro, como José de Arimatea, ni con lo necesario para la sepultura, como aquel mediocre amigo, Nicodemo; ni, en fin, con oro, incienso y mirra, como los Magos, antes que todos los mencionados.

Puesto que el Señor de todas las cosas lo que quiere es misericordia y no sacrificio, y la compasión supera en valor a todos los rebaños imaginables, presentémosle ésta mediante la solicitud para con los pobres y humillados, de modo que, cuando nos vayamos de aquí, ellos mismos nos reciban en los eternos tabernáculos, por la misericordia del mismo Cristo, nuestro Señor, a quien sea dada la gloria por todos los siglos de los siglos.

Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.

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