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Crónica #2 Festival de Sitges 2015

Sensibilidad kaufmaniana, depuración fílmica

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Charlie Kaufman se ha caracterizado en sus películas por crear tramas alambicadas (Cómo ser John Malkovich), hibridar realidad y ficción (Adaptation) y generar territorios mentales y emocionales de una densidad profunda aunque elevada conceptualmente.

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Anomalisa, su último film, que codirige con Duke Johnson, en la que los personajes de Kaufman toman, literalmente, la forma de marionetas animadas en stop-motion, es la obra de un creador que sigue "atrapado" en su mundo y que al mismo tiempo ha conseguido madurar en él.

Hay menos voracidad por dinamitarnos hacia las alucinaciones estructurales de guión -con las que, valga decirlo, nos hemos dejado transportar felizmente hasta la fecha-, y más hambre, en cambio, de aproximarse a cierta -sólo cierta- depuración narrativa, en la que prestar toda la atención a cada reacción de los personajes y elaborar los detalles de su relación buscando ese territorio poético, de un realismo paradójicamente irreal -o viceversa-, en el que no asistimos a otra cosa que visualizaciones de los mundos interiores de los personajes kaufmianos.

En Anomalisa se cuenta la historia de Michael Stone, escritor de éxito de libros orientados a la mejora del sector de atención al cliente, que acude a Cincinnaty para dar una conferencia. En el hotel en el que se aloja, se reunirá con su expareja de quien un día huyó repentinamente, experimentará la labilidad del mundo exterior y de su propia identidad, y conocerá a Lisa, teleoperadora que encarna al patito feo/cisne blanco, y que reabrirá las puertas del amor para Michael.

Temas de sobra conocidos en la filmografía de Kaufman, pero que en esta ocasión exceden la necesidad del escritor de construir y reconstruir las arquitecturas de su neurótico mundo, para detenerse en uno de sus pisos, y en una de sus habitaciones. Y allí, mirar. Mirar y ser capaz de exponer, entrelazar y dejar fluir las debilidades de sus personajes con una delicadeza de calibre tan fino, que no hace más que poner en escena la dureza del trasfondo emocional, y al mismo tiempo, fortalecer el film con una sensibilidad incontestable, que concierne a todos los niveles de la película.

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La percibimos en una iluminación acogedora y envolvente, aunque ligeramente nostálgica; en la banda sonora compuesta por Carter Burwell, que nos ayuda a ir retirando las capas de miedo y pudor de cada personaje desde la ternura y el respeto; en el diseño sonoro, por el cual todas las voces -y las caras- que hay en la película son las mismas y suenan igual (las interpreta el mismo actor), excepto las de Michael y Lisa, únicas en ese mundo exterior percibido como ruido, repetición y homogeneidad; y por supuesto, en la actitud de los personajes, valga de epítome esa secuencia conmovedora en la habitación de Michael Stone, con Lisa cantando a capela Cyndi Lauper, en la que esa sensibilidad en la forma de tratarse un personaje al otro, revela un dolor muy arraigado, una soledad cuyo calado es la verdadera fuente de terror del protagonista, y aquello que posiblemente le obliga a correr por los sótanos del hotel, a través de sus delirios, destruyendo la belleza poco después de generarla, hasta regresar a su hogar.

Anomalisa es material al tiempo sutil e incisivo, una anomalía fílmica, sí, pero no por su forma, exclusivamente, sino por la capacidad de sus creadores de abrirse en canal y poner en imágenes una intimidad que convierten hábilmente en universal. Por obligar, con su gesto, al espectador a ofrecerles ese mismo gesto, esto es, a retirar las capas que le distancian hacia una de tantas representaciones que ve al día, -y que intenta analizar, ubicar, colocar, no pocas veces, en un cajón seguro de su interior-, para permitir que se abran sus propias compuertas, dejando salir de ellas el amor, el dolor, el miedo, y la delicada relación que tenemos todos con ellos, todos los días.

Una experiencia única y llena de grietas por donde resbalar y caerse, preguntarse, esto es, si quienes somos lo define nuestra llegada a la edad adulta o si la edad adulta no hace más que evidenciar que, por mayores que nos hagamos, nunca logramos cerrar nuestra identidad como desearíamos. Debemos lidiar, parece, con sus asuntos constantemente y ver, de vez en cuando, películas como Anomalisa, para comprender un poco mejor el "caos (que) reina" (Anticristo, Lars Von Trier).

Sensibilidad kaufmaniana, depuración fílmica

Crónica #2 Festival de Sitges 2015
Ana Rodríguez
martes, 13 de octubre de 2015, 06:52 h (CET)
Charlie Kaufman se ha caracterizado en sus películas por crear tramas alambicadas (Cómo ser John Malkovich), hibridar realidad y ficción (Adaptation) y generar territorios mentales y emocionales de una densidad profunda aunque elevada conceptualmente.

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Anomalisa, su último film, que codirige con Duke Johnson, en la que los personajes de Kaufman toman, literalmente, la forma de marionetas animadas en stop-motion, es la obra de un creador que sigue "atrapado" en su mundo y que al mismo tiempo ha conseguido madurar en él.

Hay menos voracidad por dinamitarnos hacia las alucinaciones estructurales de guión -con las que, valga decirlo, nos hemos dejado transportar felizmente hasta la fecha-, y más hambre, en cambio, de aproximarse a cierta -sólo cierta- depuración narrativa, en la que prestar toda la atención a cada reacción de los personajes y elaborar los detalles de su relación buscando ese territorio poético, de un realismo paradójicamente irreal -o viceversa-, en el que no asistimos a otra cosa que visualizaciones de los mundos interiores de los personajes kaufmianos.

En Anomalisa se cuenta la historia de Michael Stone, escritor de éxito de libros orientados a la mejora del sector de atención al cliente, que acude a Cincinnaty para dar una conferencia. En el hotel en el que se aloja, se reunirá con su expareja de quien un día huyó repentinamente, experimentará la labilidad del mundo exterior y de su propia identidad, y conocerá a Lisa, teleoperadora que encarna al patito feo/cisne blanco, y que reabrirá las puertas del amor para Michael.

Temas de sobra conocidos en la filmografía de Kaufman, pero que en esta ocasión exceden la necesidad del escritor de construir y reconstruir las arquitecturas de su neurótico mundo, para detenerse en uno de sus pisos, y en una de sus habitaciones. Y allí, mirar. Mirar y ser capaz de exponer, entrelazar y dejar fluir las debilidades de sus personajes con una delicadeza de calibre tan fino, que no hace más que poner en escena la dureza del trasfondo emocional, y al mismo tiempo, fortalecer el film con una sensibilidad incontestable, que concierne a todos los niveles de la película.

13101

La percibimos en una iluminación acogedora y envolvente, aunque ligeramente nostálgica; en la banda sonora compuesta por Carter Burwell, que nos ayuda a ir retirando las capas de miedo y pudor de cada personaje desde la ternura y el respeto; en el diseño sonoro, por el cual todas las voces -y las caras- que hay en la película son las mismas y suenan igual (las interpreta el mismo actor), excepto las de Michael y Lisa, únicas en ese mundo exterior percibido como ruido, repetición y homogeneidad; y por supuesto, en la actitud de los personajes, valga de epítome esa secuencia conmovedora en la habitación de Michael Stone, con Lisa cantando a capela Cyndi Lauper, en la que esa sensibilidad en la forma de tratarse un personaje al otro, revela un dolor muy arraigado, una soledad cuyo calado es la verdadera fuente de terror del protagonista, y aquello que posiblemente le obliga a correr por los sótanos del hotel, a través de sus delirios, destruyendo la belleza poco después de generarla, hasta regresar a su hogar.

Anomalisa es material al tiempo sutil e incisivo, una anomalía fílmica, sí, pero no por su forma, exclusivamente, sino por la capacidad de sus creadores de abrirse en canal y poner en imágenes una intimidad que convierten hábilmente en universal. Por obligar, con su gesto, al espectador a ofrecerles ese mismo gesto, esto es, a retirar las capas que le distancian hacia una de tantas representaciones que ve al día, -y que intenta analizar, ubicar, colocar, no pocas veces, en un cajón seguro de su interior-, para permitir que se abran sus propias compuertas, dejando salir de ellas el amor, el dolor, el miedo, y la delicada relación que tenemos todos con ellos, todos los días.

Una experiencia única y llena de grietas por donde resbalar y caerse, preguntarse, esto es, si quienes somos lo define nuestra llegada a la edad adulta o si la edad adulta no hace más que evidenciar que, por mayores que nos hagamos, nunca logramos cerrar nuestra identidad como desearíamos. Debemos lidiar, parece, con sus asuntos constantemente y ver, de vez en cuando, películas como Anomalisa, para comprender un poco mejor el "caos (que) reina" (Anticristo, Lars Von Trier).

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