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Nunca las apresuramientos trajeron nada bueno

Carpe diem

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Frase latina que vertida al castellano viene a significar aprovecha el momento, goza del instante. Cosa que nadie hace hoy día. Todo el mundo va con prisas, todos quieren llegar pronto, nadie admite esperar, lo queremos todo al segundo, no tenemos paciencia para nada.

He escuchado más de una vez en películas estadounidenses que cuando un jefe da un trabajo a algún empleado y éste pregunta que para cuándo desea que esté terminado, le suele contestar para ayer.

Así, por desgracia vivimos hoy. No disfrutamos de lo que poseemos en ese instante fugaz de nuestra vida que es el único que tenemos.

No nos damos cuenta de que la página del libro de nuestra existencia que estamos leyendo es únicamente la que tenemos delante, la de ayer ya pasó y la de mañana no sabemos si va a llegar.

Somos como las flores del campo que nacen, a medio día están exuberantes y florecientes y por la tarde se agostan y se marchitan.

Cuentan que S. Ignacio de Loyola, cuando alguno de sus compañeros le presentaba un proyecto para llevarlo a cabo en un periodo mayor de quince días, le preguntaba: ¿Tanto tiempo pensáis vivir?

No sabemos aprovechar lo que tenemos, siempre estamos anhelantes, impacientes porque transcurra el tiempo.

¿Los padres disfrutan de sus hijos? Las prisas, los agobios, los continuos afanes se lo impiden. No se dan cuenta de que cuando menos lo piensen habrán dejado de ser niños y querrán vivir su propia vida. Pero es que, cuando ya son mayores, ¿se paran siquiera unos minutos para saber sus preocupaciones, sus deseos, sus esperanzas, sus inquietudes? Creo que tampoco.

Esta velocidad a la que vivimos nos incapacita para saborear los goces que nos pueden aportar nuestra familia, nuestros amigos, todo aquello que nos logre proporcionar un momento de relajación, paz y tranquilidad.

Quizá los únicos que paladeen la felicidad de estar con sus nietos sean los abuelos, porque ya han alcanzado la sabiduría que da la experiencia y miran la vida con otra perspectiva, sabiendo y teniendo en cuenta que las prisas no sirven para nada, que la impaciencia sólo puede traernos sinsabores.

¿A qué viene tanta bulla, por qué deseamos alcanzar todo inmediatamente?

Todos pensamos que la felicidad está por llegar y, al estar ansiosos por lograrla, perdemos la oportunidad de deleitarnos con la placidez que en ese momento poseemos.

Todos deberíamos pararnos a reflexionar que lo único que conseguimos con ello es que no gozamos de nada. No saboreamos la vida, no gustamos ese momento que tenemos y es el único del que podemos disfrutar.

Si lo hiciésemos nos daríamos cuenta de esa impaciencia continuamente excitada no nos conduce a nada, como mucho a volver a desear que el momento siguiente transcurra con prontitud.

Cuanto ganaríamos en paz, sosiego y serenidad si pensásemos que la felicidad nunca está por llegar, sino que la tenemos delante en este instante fugaz que vivimos.

Lo que nos trae a mal traer es que no sabemos, y posiblemente ni siquiera nos demos cuenta de ello, es que con prisas no se consigue nada bueno, sólo impaciencia, inquietud y un continuo malestar y desasosiego que nos impide saborear el único momento que tenemos, que es el que estamos viviendo.

Carpe diem

Nunca las apresuramientos trajeron nada bueno
Manuel Villegas
jueves, 8 de octubre de 2015, 06:12 h (CET)
Frase latina que vertida al castellano viene a significar aprovecha el momento, goza del instante. Cosa que nadie hace hoy día. Todo el mundo va con prisas, todos quieren llegar pronto, nadie admite esperar, lo queremos todo al segundo, no tenemos paciencia para nada.

He escuchado más de una vez en películas estadounidenses que cuando un jefe da un trabajo a algún empleado y éste pregunta que para cuándo desea que esté terminado, le suele contestar para ayer.

Así, por desgracia vivimos hoy. No disfrutamos de lo que poseemos en ese instante fugaz de nuestra vida que es el único que tenemos.

No nos damos cuenta de que la página del libro de nuestra existencia que estamos leyendo es únicamente la que tenemos delante, la de ayer ya pasó y la de mañana no sabemos si va a llegar.

Somos como las flores del campo que nacen, a medio día están exuberantes y florecientes y por la tarde se agostan y se marchitan.

Cuentan que S. Ignacio de Loyola, cuando alguno de sus compañeros le presentaba un proyecto para llevarlo a cabo en un periodo mayor de quince días, le preguntaba: ¿Tanto tiempo pensáis vivir?

No sabemos aprovechar lo que tenemos, siempre estamos anhelantes, impacientes porque transcurra el tiempo.

¿Los padres disfrutan de sus hijos? Las prisas, los agobios, los continuos afanes se lo impiden. No se dan cuenta de que cuando menos lo piensen habrán dejado de ser niños y querrán vivir su propia vida. Pero es que, cuando ya son mayores, ¿se paran siquiera unos minutos para saber sus preocupaciones, sus deseos, sus esperanzas, sus inquietudes? Creo que tampoco.

Esta velocidad a la que vivimos nos incapacita para saborear los goces que nos pueden aportar nuestra familia, nuestros amigos, todo aquello que nos logre proporcionar un momento de relajación, paz y tranquilidad.

Quizá los únicos que paladeen la felicidad de estar con sus nietos sean los abuelos, porque ya han alcanzado la sabiduría que da la experiencia y miran la vida con otra perspectiva, sabiendo y teniendo en cuenta que las prisas no sirven para nada, que la impaciencia sólo puede traernos sinsabores.

¿A qué viene tanta bulla, por qué deseamos alcanzar todo inmediatamente?

Todos pensamos que la felicidad está por llegar y, al estar ansiosos por lograrla, perdemos la oportunidad de deleitarnos con la placidez que en ese momento poseemos.

Todos deberíamos pararnos a reflexionar que lo único que conseguimos con ello es que no gozamos de nada. No saboreamos la vida, no gustamos ese momento que tenemos y es el único del que podemos disfrutar.

Si lo hiciésemos nos daríamos cuenta de esa impaciencia continuamente excitada no nos conduce a nada, como mucho a volver a desear que el momento siguiente transcurra con prontitud.

Cuanto ganaríamos en paz, sosiego y serenidad si pensásemos que la felicidad nunca está por llegar, sino que la tenemos delante en este instante fugaz que vivimos.

Lo que nos trae a mal traer es que no sabemos, y posiblemente ni siquiera nos demos cuenta de ello, es que con prisas no se consigue nada bueno, sólo impaciencia, inquietud y un continuo malestar y desasosiego que nos impide saborear el único momento que tenemos, que es el que estamos viviendo.

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