Querido Efraín: ¡Dichoso el que teme al Señor, y sigue sus caminos! Siempre que en las Escrituras se habla del temor del Señor, hay que tener en cuenta que nunca se habla tan sólo de él -como si el temor fuera suficiente para conducir la fe hasta su consumación-, sino que se le añaden o se le anteponen otras consideraciones por las que pueda comprenderse la razón de ser y la perfección del temor del Señor. Como se deduce de lo dicho por el rey Salomón en los Proverbios: “Si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia, si la procuras como el dinero y la buscas como un tesoro, entonces comprenderás el temor del Señor”.
Ante todo, hay que invocar a la inteligencia y dedicarse a toda suerte de esfuerzo intelectual, así como buscarla y tratar de dar con ella: Entonces podrá comprenderse el temor del Señor. Por lo que se refiere a la manera común del pensar humano, no es así como se acostumbra a entender el temor.
El temor, en efecto, se define como el estremecimiento de la debilidad humana que rechaza la idea de tener que soportar lo que no quiere que acontezca. Existe y se conmueve dentro de nosotros a causa de la conciencia de la culpa, de la fuerza del más fuerte, del ataque del más valiente; ante la enfermedad, ante la acometida de una fiera o el padecimiento de cualquier mal. Nadie nos enseña este temor, sino que nuestra frágil naturaleza nos lo pone delante. Tampoco aprendemos lo que hemos de temer, sino que son los mismos objetos de temor los que lo suscitan en nosotros.
En cambio, del temor del Señor, se entiende así: “Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor”. De manera que el temor de Dios tiene que ser aprendido ya que para eso se enseña. No se encuentra en el miedo sino en el razonamiento doctrinal; no brota de un estremecimiento natural, sino que es el resultado de la observancia de los mandamientos, de las obras de una vida sencilla y del conocimiento de la verdad.
Pues, para nosotros, el temor de Dios reside todo él en el amor, y su contenido es el ejercicio de la perfecta caridad: obedecer los consejos de Dios, atenerse a sus mandatos y confiar en sus promesas. La Escritura dice: “Ahora, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que guardes sus preceptos con todo el corazón y con toda el alma, para tu bien.”
Muchos son, en efecto, los caminos del Señor, siendo así que él mismo es el camino. Pero, cuando habla de sí mismo, se denomina "camino", y muestra la razón de llamarse así al decir: “Nadie va al Padre, sino por medio de mí.”
Hay que interesarse, por tanto, e insistir en muchos caminos, para poder encontrar el único que es bueno ya que, a través de la doctrina de muchos, hemos de hallar un solo camino de vida eterna. Hay caminos en la ley, en los profetas, en los evangelios, en los apóstoles, en las diversas obras de los mandamientos, y son bienaventurados los que andan por ellos, en el temor de Dios.
Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.