El famoso musical de Stephen Sondheim sobre el barbero diabólico la calle Fleet, aficionado a degollar a sus clientes con la excusa de una venganza personal que se le va de las manos, parecía, a priori, la película ideal para que el siempre excesivo Tim Burton se luciera con su peculiar y macabro sentido de la puesta en escena. Por ello mismo, resulta muy decepcionante que la versión burtoniana del personaje adolezca precisamente de lo que más se le presuponía: exceso y personalidad propia. No me entiendan mal, queda claro desde la primera escena que se trata de una película del viejo Tim por el peinado de Johnny Depp y el inconfundible aroma expresionista del diseño de producción de Londres, pero lo cierto es que, como experiencia audiovisual, llama mucho más la atención del espectador lo que ocurre antes de esta primera escena (unos títulos de crédito fantásticos, con grandes dosis de ironía, creatividad visual, y crítica capitalista) que los noventa minutos subsiguientes, donde Burton se limita a condensar de forma un tanto atropellada las tres horas que duraba el musical de Sondheim, y además, cierra el telón antes de tiempo sin que el espectador tenga tiempo ni de digerir la empanadilla de higadillos expuesta en pantalla ni, mucho menos, de encontrar respuesta a todas sus preguntas.
Con todo esto pretendo sugerir que, si bien Sweeney Todd, no es un producto tan prescindible como su remake de El Planeta de los Simios, sí que dista mucho de sus mejores obras (Eduardo Manostijeras, Sleepy Hollow, Ed Wood…) tanto por la intensidad emocional más bien fláccida de la historia, como por su cuestionable sentido del ritmo, y sobre todo, por su falta de audacia y riesgo, elementos que siempre habían caracterizado la obra del director de Burbank y que, en esta ocasión, se vuelven contra él para crear una obra de lo más predecible. Cierto es que existen crescendos donde parece que la película despierta de su letargo, como aquel en el que Sweeney despacha a unos cuantos clientes mientras el personaje de Hope (Jaime Campbell Bower) canta por las calles el tema “Johanna”, o aquel otro en que, harto tal vez de deambular a ciegas por las tinieblas, su territorio natural, el realizador dirige un onírico número musical a las orillas del mar cuando menos sorprendente, pero al margen de estos picos de interés, las debilidades vocales de Johnny Depp, el abordaje más bien sosaina de su personaje, que pide a gritos un tratamiento más granguiñolesco, acorde con las imágenes, así como la asepsia gore hasta cierto punto redundante del conjunto, impiden que los engranajes de Sweeney Todd funcionen con la fluidez con la que funcionan los títulos de crédito de inicio, tal vez, repito, lo mejor de la película junto a la interpretación, breve pero intensa, de Sacha Baron Cohen (Borat) en el papel de un peluquero italiano rival. En resumen: los seguidores de Burton quedarán satisfechos recibiendo más de lo mismo sólo que descafeinado y disfrazado de exceso, y el resto, entre ellos un servidor, nos quedaremos con la sensación de que, pudiendo ser una gran obra, Sweeney Todd no ha sabido aprovechar todo el potencial del que disponía para convertir el conocido (y divertido) musical de Sondheim en algo más que un frío, distante y cansino batiburrillo de imágenes que, tal cual la hoja del barbero asesino, cercena el interés del público antes incluso de que éste pueda florecer.