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El llanto oculto,
en el más allá donde duermen las linternas de esperanza,
en lo más hondo del corazón donde este alma se lamenta en silencio.
El llanto oculto,
en el roto silencio de la amistad más sincera,
en ese ánimo del día a día de ese falso nuevo querer.
El llanto oculto,
bien oculto en la ventana del corazón más profundo,
aquella que esconde el lloro del lamento eterno por la falta de la otra vida, ahora ya pasada en sus horas oxidadas.
El llanto oculto,
en su fuerza del falso allegretto,
el eterno suplantador del débil espíritu agotado por el escondite de su tormento.
El llanto oculto,
una sonrisa a cambio de cien lágrimas derramadas en silencio y con agua seca,
sólo las retinas reflejan el lamento de su alma...
El llanto oculto,
sin más, por aquella desgracia sin resolver en vida muerta,
y por ese rencor sin recompensa alguna por el daño del sucio odio y de esa envida ajena.
El llanto oculto,
de esos remordimientos por el mal creado por mi extraña maldad repentina y pasajera polizón en mí,
y por aquellos males sin querer ni la conciencia del estallido de tu ser en esos mil pedazos del falso arreglo del vil roto inconscientemente a mi pesar.
Soneto dedicado a la Hermandad del Cristo de los Estudiantes de Córdoba que ha logrado esta imagen, tan cabal como conmovedora, que nos acerca, más aún, al Cristo Vivo del Sagrario.
A pocos días de que comience la Semana Santa, en donde se vive con especial devoción en lugares tan emblemáticos como Sevilla, cae en nuestras manos una característica novela negra del escritor Fran Ortega. Los hijos de justo comienza con el capellán de la Macarena degollado en la Basílica, en donde, además, no hay rastro de la imagen de la virgen.
Te he mirado Señor, como otras veces, pero hoy tu rostro está más afligido. Sé que ahora te sientes muy herido por agravios que tu no te mereces.
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