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Hervidero de valores

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Si bien podemos afirmar que cualquier momento lo lleva consigo, hay diversos grados en esa temperatura, según la época y según las manifestaciones simultáneas de los mismos. Por convocatorias electorales o por sufrimiento de amplios colectivos, el punto de ebullición encrespa los ánimos y remueve los valores de la convivencia. La CONVULSIÓN social es evidente; sin la negación de peores convulsiones en el pasado, el atolondramiento actual o el incierto futuro. El mismo carácter tumultuoso de la ebullición, en sus acalorados movimientos, muestra una desorientación notoria por remover los valores sin llegar a concebirlos con precisión. En el caso de ser detectados, falta la calma precisa para el logro de un equilibrio satisfactorio.

A la vista de la suciedad, clamamos por la limpieza. De idéntica manera, las múltiples versiones de la indecencia nos abocan a un efecto de llamada, el clamor en pro de la DECENCIA; concepto deformado a fuerza de tenerlo relegado a posiciones secundarias. Su misma definición queda en entredicho sometida a la vorágine ambiental. Por el contrario, su valoración no admite componendas. El aseo físico debe ser el preámbulo de la limpieza mental, o viceversa; y la limpieza elimina los desperfectos adheridos en los usos cotidianos. No depende del prójimo, sino de la propia actitud digna de seres considerados como personas. Cuando delega en opiniones foráneas interesadas, sufre un arrastramiento que la desvirtúa.

El ser decente no baja de los cumulolimbos en una lluvia espontánea de temporada, es una planta delicada, requiere de cultivos bien afinados; de una dedicación fiel para la eliminación de los brotes de malas hierbas. Ha de ser un EMPEÑO tesonero, única forma de matener la perspicacia despierta, de cara al deslinde de las actuaciones inapropiadas. El descuido genera el progresivo deterioro de la agilidad mental necesaria, con el resultado de un adocenamiento pernicioso de repercusiones lamentables y difíciles de corregir.

La suma de contrariedades tiende a dejarnos abatidos, muy mermados los recursos individuales, ni ánimos quedan para continuar la brega diaria. En esas situaciones hemos de apreciar en lo que valen las RESERVAS emocionales almacenadas previamente. No son ninguna broma. Suelen servir de trampolín para continuar con los saltos hacia metas renovadas. Sobre todo en tres sectores de aprovisionamiento. Imágenes campestres de contacos entrañables con ciertos lugares, por su belleza o por la magia de las vivencias en ellos desarrolladas. Acudir a los afectos en el entorno de amigos o familiares. Focos de la creatividad personal mantenidos en paralelo. Desde esos almacenes revivimos esperanzados.

Tropezamos con una facilidad asombrosa, no importa la envergadura de los obstáculos, el más sencillo puede ser suficiente; perdemos el rumbo a la hora de tomar decisiones. Motivos que realzan el valor de las RECTIFICACIONES oportunas teniendo en cuenta el curso de la vida. Por desgracia, no siempre llegan a tiempo o ni siquiera se intuyeron. Las habrá impulsadas desde fuera, como correctivos impuestos; no siempre adecuadas, pues también en esto actúa la incertidumbre. La conciencia parece la fuente primordial, la más eficaz, para la corrección desde el interior de cada sujeto, complementada por el conocimiento adquirido y la humildad. Sin embargo, es un valor tan añorado, como poco practicado. El empecinamiento es tenaz.

Abdicamos con frecuencia de ciertas cualidades. Al respecto, las protestas debiéramos enfocarlas hacia nuestras decisiones y no contra los agentes externos. Estos pueden mostrarse como acaparadores al usurparnos determinadas posibilidades; contribuyen a la suma de pérdidas para cada sujeto concreto. Pongamos, que hago referencia a la cacareada LIBERTAD. Dejando aparte las limitaciones naturales, encontramos privaciones elaboradas con tretas perversas. Hipotecamos cuotas elementales de libertad engañados por mil artilugios. El principal, tenernos ocupados a base de frivolidades, esclavizados por los poderes económicos, mientras renunciamos indolentes a los atributos de libertades uno trás otro.

Obligados por las condiciones impuestas, nos resulta casi lógica la comodidad servil de no sentirnos implicados en las actuaciones; la motivación emanaría desde las potencias externas. Actúo de tal manera forzado por las circunstancias. ¿Cómo queda la RESPONSABILIDAD propia en estas tesituras? Palpamos a diario la avalancha de respuestas desfavorables; lamentamos sus efectos. En las variadas actividades profesionales, incluídos los gestores de los asuntos colectivos, chirrían las irresponsabilidades. Precisamente desde ellas surge la reivindicación nuclear, precisamos de la recuperación urgente del carácter responsable en cualquier actividad humana. Es una aspiración que sobrepasa las normas. Todo un reto.

Quién ha dicho que ya no se cuentan cuentos. Los cuentan a gran escala, de alcance mundial. Con ellos nos encubren grandes cualidades humanas, las dejamos desatendidas. Con el cuento de la globalización han logrado la atomización de cada individuo, hasta convertirlo en partículas inservibles de usar y tirar; algo muy antiguo, el abuso inclemente de los poderosos. ¡Oh paradoja! disolvieron el sentido COMUNITARIO integrador de cada persona como entidades a tener en cuenta para la colaboración en el bien común. Dos destrucciones simultáneas, el individuo inutilizado y como consecuencia, la imposible forja de la comunidad. El pensamiento desintegrado labora también hacia esa desorientación.

Entre los hablantes, que somos todos, es patente la progresión de los lenguajes sincopados, lo más simples posible, una palabra corta, un número, una letra, un signo; ¡Ah!, si es posible emitidas bajo formatos anónimos. Añadan la espantada general en cuanto al respeto por lo que se dice. Los diálogos quedan devaluados por semejante galimatías. ¿Agotadas las palabras? No lo crean. No confundamos. Frente al mal uso de las mismas, reivindiquemos el valor auténtico de cada PALABRA. Desentrañemos, denunciemos también, la malversación de los discursos en los cuales quieren convencernos con verdades grandilocuentes, rotundas afirmaciones; mientras sólo subyace la vacuidad. Tergiversaron las palabras.

Descartada la necedad de la mentira, que a nada bueno conduce; cobra importancia la sinceridad en nuestras manifestaciones. Todo un reto, porque la mentira es tentadora y a veces piadosa; productiva a través de su impertinencia cuando es tolerada. De ahí la relevancia de la FRANQUEZA para sincerarse en público, en privado e incluso de manera involuntaria. Las tres confluyen en los esclarecimientos, los muy añorados, pero poco practicados; a la vista tenemos los variados ejemplos de las actuaciones sociales de los entornos.

Sobre la elección de los valores pertinentes resulta crucial la atención colectiva para la síntesis de una orientación gratificante. En dicha navegación pujan los sentimientos individuales entre un oleaje difícil de encauzar. Las SALPICADURAS son a veces hirientes. Es importante mantener el buen rumbo, que aunque se dice pronto, será siempre una tarea inacabada.

Hervidero de valores

Rafael Pérez Ortolá
viernes, 25 de septiembre de 2015, 06:33 h (CET)
Si bien podemos afirmar que cualquier momento lo lleva consigo, hay diversos grados en esa temperatura, según la época y según las manifestaciones simultáneas de los mismos. Por convocatorias electorales o por sufrimiento de amplios colectivos, el punto de ebullición encrespa los ánimos y remueve los valores de la convivencia. La CONVULSIÓN social es evidente; sin la negación de peores convulsiones en el pasado, el atolondramiento actual o el incierto futuro. El mismo carácter tumultuoso de la ebullición, en sus acalorados movimientos, muestra una desorientación notoria por remover los valores sin llegar a concebirlos con precisión. En el caso de ser detectados, falta la calma precisa para el logro de un equilibrio satisfactorio.

A la vista de la suciedad, clamamos por la limpieza. De idéntica manera, las múltiples versiones de la indecencia nos abocan a un efecto de llamada, el clamor en pro de la DECENCIA; concepto deformado a fuerza de tenerlo relegado a posiciones secundarias. Su misma definición queda en entredicho sometida a la vorágine ambiental. Por el contrario, su valoración no admite componendas. El aseo físico debe ser el preámbulo de la limpieza mental, o viceversa; y la limpieza elimina los desperfectos adheridos en los usos cotidianos. No depende del prójimo, sino de la propia actitud digna de seres considerados como personas. Cuando delega en opiniones foráneas interesadas, sufre un arrastramiento que la desvirtúa.

El ser decente no baja de los cumulolimbos en una lluvia espontánea de temporada, es una planta delicada, requiere de cultivos bien afinados; de una dedicación fiel para la eliminación de los brotes de malas hierbas. Ha de ser un EMPEÑO tesonero, única forma de matener la perspicacia despierta, de cara al deslinde de las actuaciones inapropiadas. El descuido genera el progresivo deterioro de la agilidad mental necesaria, con el resultado de un adocenamiento pernicioso de repercusiones lamentables y difíciles de corregir.

La suma de contrariedades tiende a dejarnos abatidos, muy mermados los recursos individuales, ni ánimos quedan para continuar la brega diaria. En esas situaciones hemos de apreciar en lo que valen las RESERVAS emocionales almacenadas previamente. No son ninguna broma. Suelen servir de trampolín para continuar con los saltos hacia metas renovadas. Sobre todo en tres sectores de aprovisionamiento. Imágenes campestres de contacos entrañables con ciertos lugares, por su belleza o por la magia de las vivencias en ellos desarrolladas. Acudir a los afectos en el entorno de amigos o familiares. Focos de la creatividad personal mantenidos en paralelo. Desde esos almacenes revivimos esperanzados.

Tropezamos con una facilidad asombrosa, no importa la envergadura de los obstáculos, el más sencillo puede ser suficiente; perdemos el rumbo a la hora de tomar decisiones. Motivos que realzan el valor de las RECTIFICACIONES oportunas teniendo en cuenta el curso de la vida. Por desgracia, no siempre llegan a tiempo o ni siquiera se intuyeron. Las habrá impulsadas desde fuera, como correctivos impuestos; no siempre adecuadas, pues también en esto actúa la incertidumbre. La conciencia parece la fuente primordial, la más eficaz, para la corrección desde el interior de cada sujeto, complementada por el conocimiento adquirido y la humildad. Sin embargo, es un valor tan añorado, como poco practicado. El empecinamiento es tenaz.

Abdicamos con frecuencia de ciertas cualidades. Al respecto, las protestas debiéramos enfocarlas hacia nuestras decisiones y no contra los agentes externos. Estos pueden mostrarse como acaparadores al usurparnos determinadas posibilidades; contribuyen a la suma de pérdidas para cada sujeto concreto. Pongamos, que hago referencia a la cacareada LIBERTAD. Dejando aparte las limitaciones naturales, encontramos privaciones elaboradas con tretas perversas. Hipotecamos cuotas elementales de libertad engañados por mil artilugios. El principal, tenernos ocupados a base de frivolidades, esclavizados por los poderes económicos, mientras renunciamos indolentes a los atributos de libertades uno trás otro.

Obligados por las condiciones impuestas, nos resulta casi lógica la comodidad servil de no sentirnos implicados en las actuaciones; la motivación emanaría desde las potencias externas. Actúo de tal manera forzado por las circunstancias. ¿Cómo queda la RESPONSABILIDAD propia en estas tesituras? Palpamos a diario la avalancha de respuestas desfavorables; lamentamos sus efectos. En las variadas actividades profesionales, incluídos los gestores de los asuntos colectivos, chirrían las irresponsabilidades. Precisamente desde ellas surge la reivindicación nuclear, precisamos de la recuperación urgente del carácter responsable en cualquier actividad humana. Es una aspiración que sobrepasa las normas. Todo un reto.

Quién ha dicho que ya no se cuentan cuentos. Los cuentan a gran escala, de alcance mundial. Con ellos nos encubren grandes cualidades humanas, las dejamos desatendidas. Con el cuento de la globalización han logrado la atomización de cada individuo, hasta convertirlo en partículas inservibles de usar y tirar; algo muy antiguo, el abuso inclemente de los poderosos. ¡Oh paradoja! disolvieron el sentido COMUNITARIO integrador de cada persona como entidades a tener en cuenta para la colaboración en el bien común. Dos destrucciones simultáneas, el individuo inutilizado y como consecuencia, la imposible forja de la comunidad. El pensamiento desintegrado labora también hacia esa desorientación.

Entre los hablantes, que somos todos, es patente la progresión de los lenguajes sincopados, lo más simples posible, una palabra corta, un número, una letra, un signo; ¡Ah!, si es posible emitidas bajo formatos anónimos. Añadan la espantada general en cuanto al respeto por lo que se dice. Los diálogos quedan devaluados por semejante galimatías. ¿Agotadas las palabras? No lo crean. No confundamos. Frente al mal uso de las mismas, reivindiquemos el valor auténtico de cada PALABRA. Desentrañemos, denunciemos también, la malversación de los discursos en los cuales quieren convencernos con verdades grandilocuentes, rotundas afirmaciones; mientras sólo subyace la vacuidad. Tergiversaron las palabras.

Descartada la necedad de la mentira, que a nada bueno conduce; cobra importancia la sinceridad en nuestras manifestaciones. Todo un reto, porque la mentira es tentadora y a veces piadosa; productiva a través de su impertinencia cuando es tolerada. De ahí la relevancia de la FRANQUEZA para sincerarse en público, en privado e incluso de manera involuntaria. Las tres confluyen en los esclarecimientos, los muy añorados, pero poco practicados; a la vista tenemos los variados ejemplos de las actuaciones sociales de los entornos.

Sobre la elección de los valores pertinentes resulta crucial la atención colectiva para la síntesis de una orientación gratificante. En dicha navegación pujan los sentimientos individuales entre un oleaje difícil de encauzar. Las SALPICADURAS son a veces hirientes. Es importante mantener el buen rumbo, que aunque se dice pronto, será siempre una tarea inacabada.

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