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Fugas transgresoras entrañables

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En una breve alusión poética de Constantino Kavafis distinguimos de manera entrañable el paso del tiempo. Para él, la apertura de las ventanas es inquietante, “Acaso la luz sea un nuevo tormento / Quién sabe que cosas nuevas mostrará”. La contemplación desde la ventana atrae hallazgos y temores; pero apreciamos que ya fue sobrepasada con creces. Son las PANTALLAS las acaparadoras de la atención; si acaso, con el acompañamiento de los auriculares. Las ventanas quedaron constreñidas en las construcciones urbanísticas, descentradas, a la vista de las modernas orientaciones mentales. Ambas figuras ofrecen una clara visión simbólica de la escapada diaria que hacemos de nosotros mismos

Ya no es necesario mirar o saltar por la ventana para las exploraciones inconformistas. En realidad estamos DESPLAZADOS en las afueras de manera permanente; casi es la situación inversa, cabe preguntarse si entramos en los interiores personales. Creemos haber alcanzado los rincones extraños, sin habernos asegurado la buena asimilación de dichas posibilidades. Desde muy pequeños estamos adscritos a ese estado de fuga continuada. Resulta evidente en el paseo, en la playa, recluidos en casa, en el trabajo; los ejemplos de tales cambios proliferan. Protagonizamos una evasión ilimitada, de rumbos imprevistos. Sus repercusiones en la vida cotidiana descubrirán hacia donde hemos escapado.

Esa asombrosa facilidad en las salidas nos mantiene obsesionados; las habitaciones interiores, sus pormenores, apenas recaban ningún interés. La perspicacia centrífuga todo lo invade; husmea sin freno en las otras personas y entidades. La abundancia de datos ajenos nos ocupa. Aunque por contraste, descubramos la DESORIENTACIÓN propia al final de cada recorrido; ocurre por un hallazgo doble, sabemos poco de los fondos del prójimo, ¿Cada vez menos?; abrumados por el vacío de nuestra frivolidad. Hemos circulado por la superficie de los acontecimientos, a gran velocidad, sin puntos de partida significativos, hacia metas desvaídas que no logramos concretar en realidades gratificantes.

Las incógnitas nos superan, en realidad somos un dilema siempre en activo. Disfrutamos de unas satisfacciones incompletas sometidas a las limitaciones que arrastramos. El QUIETISMO es una cerrazón sin sentido, lo natural gira en torno a la búsqueda de otros horizontes. El apagado de las pantallas, el cierre de las ventanas comunicadoras supondría un inconveniente añadido; accedemos a ellas en el intento de superar las miserias presentes. Deducimos la importancia de esa escapada superadora, fiel reflejo de la colaboración social. La necedad de los aislamientos supone una táctica inservible, justificativa del impulso hacia actividades ilusionantes, puestos en fuga de las rutinas demasiado habituales.

Sucede, sin embargo, que los viajes, las imágenes, los mensajes, incluso los silencios ambientales, no siempre son versiones de las mejores aperturas comunicativas. No es suficiente con su proliferación. Lamentamos con frecuencia que tantas facilidades, lejos de incrementar las relaciones y los conocimientos, promueven una mayor DESCONEXIÓN. Con lo que, curiosamente, después de la suma de experiencias, sufrimos el comezón de sentirnos abocados a un aislamiento acentuado. ¿De qué sirvieron tantas salidas? No cabe duda, las fugas han de ser selectivas, en una labor exigente de discernimiento en todos los ámbitos, profesionales, familiares, políticos, científicos, etc. Y eso, moleste a quien moleste.

En la cultura experimentamos el fenómeno de las normativas establecidas, con la fuerte predisposición a ver con malos ojos a las posturas discordantes; siendo así que las divergencias son naturales entre seres desiguales. La pugna de las pulsiones personales con los esquemas previos son ley de vida; los equilibrios siempre serán cuestionados por impresiones de reciente aparición. El rasgo TRANSGRESOR debe formar parte de cualquier presencia humana que se precie, por lo que constituirán requisitos inprescindibles las formas dialogantes en busca de una ensamblaje necesario. La transgresión razonada dista una enormidad de las rupturas por actitudes rígidas. Sus predominios respectivos marcarán el tipo de convivencia.

Las dificultades son entrañables por que las sufre cada persona, de ahí que lo sea también la búsqueda de soluciones adecuadas. Ya no lo parecen tanto las simples EVASIVAS, que dejan las cosas como están, amparados en las distracciones del momento. Entre los particulares o bien en los ambientes socioeconómicos de mayor complejidad, cuando no afrontamos las pegas, despreciamos a las personas en una fuga hacia ninguna parte. Aunque sean frecuentes, sus posibles transgresiones de los hábitos establecidos, pierden el sentido superador de las inconveniencias. La demagogia, la corrupción, la burocracia europea, basculan a través de diversos saltos que nos alejan del buen sentido.

Las abundantes miradas hacia el exterior tiende a desplazar nuestras sensaciones, es en esas actividades foráneas donde se fragua la realidad. Los problemas acuciantes también serán originados por ellas, con el consiguiente VICTIMISMO paralizante. Las respuestas oportunas dependerían de otros. Así habremos logrado el alejamiento de las responsabilidades que también se habrían fugado. Constituye una actitud resultona por lo acomodaticia, pero tergiversadora de la realidad; distorsiona los papeles representativos en los diversos colectivos. Será una fuga impertinente y disgregadora, por más que sea defendida por determinados grupos sociales, como podemos apreciar en partidos políticos u otras asociaciones.

Las idas y venidas se multiplican en una serie de afanes apasionados, pero entristece la comprobación de que no llegamos a ninguna parte. Acaso por que confundimos los objetivos, elegimos aquellos menos relacionados con la realidad que somos. Quizá la fuga importante aún no la hemos emprendido, la de escaparnos hacia los interiores propios, aquellos de la CONCIENCIA de lo que somos, de lo que no sabemos, de lo que intuimos, del futuro seguro de convertirnos en átomos en peregrinación, del futuro indeciso orientado a otros horizontes. Vista la poca atención prestada en esa dirección, pasaría a ser una visita obligada, sobre todo para evitar tantas mentes desbocadas como actuan en la esfera social.

Hemos convertido a la razón en un ídolo, lo hemos utilizado en las más variadas aventuras existenciales; olvidando que estamos envueltos en la sinrazón humana de los misterios. El sentimiento, las emociones, la conciencia, las cualidades, constituyen una ENTIDAD compleja que no podemos desatender; a no ser que asumamos el riesgo de una desintegración como personas. Los ámbitos irracionales exigen unos cuidados esmerados, pero me temo que los dejamos desatendidos.

La deducción es evidente, después del accidente de presentarnos en este mundo, somos unos FUGITIVOS en busca de acomodos imposibles. El encauzamiento de esa angustia es la tarea a realizar, mitigando las penalidades.

Fugas transgresoras entrañables

Rafael Pérez Ortolá
viernes, 11 de septiembre de 2015, 06:08 h (CET)
En una breve alusión poética de Constantino Kavafis distinguimos de manera entrañable el paso del tiempo. Para él, la apertura de las ventanas es inquietante, “Acaso la luz sea un nuevo tormento / Quién sabe que cosas nuevas mostrará”. La contemplación desde la ventana atrae hallazgos y temores; pero apreciamos que ya fue sobrepasada con creces. Son las PANTALLAS las acaparadoras de la atención; si acaso, con el acompañamiento de los auriculares. Las ventanas quedaron constreñidas en las construcciones urbanísticas, descentradas, a la vista de las modernas orientaciones mentales. Ambas figuras ofrecen una clara visión simbólica de la escapada diaria que hacemos de nosotros mismos

Ya no es necesario mirar o saltar por la ventana para las exploraciones inconformistas. En realidad estamos DESPLAZADOS en las afueras de manera permanente; casi es la situación inversa, cabe preguntarse si entramos en los interiores personales. Creemos haber alcanzado los rincones extraños, sin habernos asegurado la buena asimilación de dichas posibilidades. Desde muy pequeños estamos adscritos a ese estado de fuga continuada. Resulta evidente en el paseo, en la playa, recluidos en casa, en el trabajo; los ejemplos de tales cambios proliferan. Protagonizamos una evasión ilimitada, de rumbos imprevistos. Sus repercusiones en la vida cotidiana descubrirán hacia donde hemos escapado.

Esa asombrosa facilidad en las salidas nos mantiene obsesionados; las habitaciones interiores, sus pormenores, apenas recaban ningún interés. La perspicacia centrífuga todo lo invade; husmea sin freno en las otras personas y entidades. La abundancia de datos ajenos nos ocupa. Aunque por contraste, descubramos la DESORIENTACIÓN propia al final de cada recorrido; ocurre por un hallazgo doble, sabemos poco de los fondos del prójimo, ¿Cada vez menos?; abrumados por el vacío de nuestra frivolidad. Hemos circulado por la superficie de los acontecimientos, a gran velocidad, sin puntos de partida significativos, hacia metas desvaídas que no logramos concretar en realidades gratificantes.

Las incógnitas nos superan, en realidad somos un dilema siempre en activo. Disfrutamos de unas satisfacciones incompletas sometidas a las limitaciones que arrastramos. El QUIETISMO es una cerrazón sin sentido, lo natural gira en torno a la búsqueda de otros horizontes. El apagado de las pantallas, el cierre de las ventanas comunicadoras supondría un inconveniente añadido; accedemos a ellas en el intento de superar las miserias presentes. Deducimos la importancia de esa escapada superadora, fiel reflejo de la colaboración social. La necedad de los aislamientos supone una táctica inservible, justificativa del impulso hacia actividades ilusionantes, puestos en fuga de las rutinas demasiado habituales.

Sucede, sin embargo, que los viajes, las imágenes, los mensajes, incluso los silencios ambientales, no siempre son versiones de las mejores aperturas comunicativas. No es suficiente con su proliferación. Lamentamos con frecuencia que tantas facilidades, lejos de incrementar las relaciones y los conocimientos, promueven una mayor DESCONEXIÓN. Con lo que, curiosamente, después de la suma de experiencias, sufrimos el comezón de sentirnos abocados a un aislamiento acentuado. ¿De qué sirvieron tantas salidas? No cabe duda, las fugas han de ser selectivas, en una labor exigente de discernimiento en todos los ámbitos, profesionales, familiares, políticos, científicos, etc. Y eso, moleste a quien moleste.

En la cultura experimentamos el fenómeno de las normativas establecidas, con la fuerte predisposición a ver con malos ojos a las posturas discordantes; siendo así que las divergencias son naturales entre seres desiguales. La pugna de las pulsiones personales con los esquemas previos son ley de vida; los equilibrios siempre serán cuestionados por impresiones de reciente aparición. El rasgo TRANSGRESOR debe formar parte de cualquier presencia humana que se precie, por lo que constituirán requisitos inprescindibles las formas dialogantes en busca de una ensamblaje necesario. La transgresión razonada dista una enormidad de las rupturas por actitudes rígidas. Sus predominios respectivos marcarán el tipo de convivencia.

Las dificultades son entrañables por que las sufre cada persona, de ahí que lo sea también la búsqueda de soluciones adecuadas. Ya no lo parecen tanto las simples EVASIVAS, que dejan las cosas como están, amparados en las distracciones del momento. Entre los particulares o bien en los ambientes socioeconómicos de mayor complejidad, cuando no afrontamos las pegas, despreciamos a las personas en una fuga hacia ninguna parte. Aunque sean frecuentes, sus posibles transgresiones de los hábitos establecidos, pierden el sentido superador de las inconveniencias. La demagogia, la corrupción, la burocracia europea, basculan a través de diversos saltos que nos alejan del buen sentido.

Las abundantes miradas hacia el exterior tiende a desplazar nuestras sensaciones, es en esas actividades foráneas donde se fragua la realidad. Los problemas acuciantes también serán originados por ellas, con el consiguiente VICTIMISMO paralizante. Las respuestas oportunas dependerían de otros. Así habremos logrado el alejamiento de las responsabilidades que también se habrían fugado. Constituye una actitud resultona por lo acomodaticia, pero tergiversadora de la realidad; distorsiona los papeles representativos en los diversos colectivos. Será una fuga impertinente y disgregadora, por más que sea defendida por determinados grupos sociales, como podemos apreciar en partidos políticos u otras asociaciones.

Las idas y venidas se multiplican en una serie de afanes apasionados, pero entristece la comprobación de que no llegamos a ninguna parte. Acaso por que confundimos los objetivos, elegimos aquellos menos relacionados con la realidad que somos. Quizá la fuga importante aún no la hemos emprendido, la de escaparnos hacia los interiores propios, aquellos de la CONCIENCIA de lo que somos, de lo que no sabemos, de lo que intuimos, del futuro seguro de convertirnos en átomos en peregrinación, del futuro indeciso orientado a otros horizontes. Vista la poca atención prestada en esa dirección, pasaría a ser una visita obligada, sobre todo para evitar tantas mentes desbocadas como actuan en la esfera social.

Hemos convertido a la razón en un ídolo, lo hemos utilizado en las más variadas aventuras existenciales; olvidando que estamos envueltos en la sinrazón humana de los misterios. El sentimiento, las emociones, la conciencia, las cualidades, constituyen una ENTIDAD compleja que no podemos desatender; a no ser que asumamos el riesgo de una desintegración como personas. Los ámbitos irracionales exigen unos cuidados esmerados, pero me temo que los dejamos desatendidos.

La deducción es evidente, después del accidente de presentarnos en este mundo, somos unos FUGITIVOS en busca de acomodos imposibles. El encauzamiento de esa angustia es la tarea a realizar, mitigando las penalidades.

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