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Necrológica para un tipo insólito

¡Que te pego, leche!

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Entiendo que debería ser un psicólogo colegiado y con mucho oficio quien valorase el estrambótico comportamiento de José María Ruiz Mateos, desde los días de la expropiación de Rumasa por parte del ejecutivo socialista que gobernaba en nuestro país por aquellos años, por eso yo me voy a limitar a redactar un breve obituario sin demasiados aspavientos lingüísticos. Sería fácil para mí recurrir a ellos, mucho más que en centrarme en aquello que no llamaba la atención de aquel hombre, socarrón y circunspecto a partes iguales.

Aunque yo jamás le habría confiado un solo céntimo de mis ahorros, comprendo perfectamente a todos los cientos de accionistas que creyeron en él tras su extraordinario regreso a la escena financiera española. Porque Ruiz Mateos fue algo más que un trilero. Para convencer a todos aquellos que le siguieron, aun conociéndole bien como le conocían, tuvo que poner en ejecución toda la astucia de la que sin duda era garante. Por eso yo siempre lo vi más como un encantador de serpientes, que como un mero y simple charlatán de feria. Si llegó hasta donde llegó, fue sin duda alguna por su enorme talento, lástima que no decidiese encarrilarlo hacia otros asuntos menos turbios.

Me habría gustado mucho conocerle, francamente, para entre otras cosas pedirle personalmente a él qué suerte de epitafio desearía ver grabado en su lápida mortuoria. Desde que me enteré de su fallecimiento he estado barajado algunos, poco elaborados o simples tal vez, pero estoy seguro de que le hubiesen gustado; si bien soy consciente de que jamás podré competir con él a la hora de imaginar eslóganes con los que ilustrar sus rocambolescas hazañas. Buen ejemplo de ello, es el epígrafe con el que he titulado estas páginas.

¡Que te pego, leche!

Necrológica para un tipo insólito
Francisco J. Caparrós
martes, 8 de septiembre de 2015, 06:59 h (CET)
Entiendo que debería ser un psicólogo colegiado y con mucho oficio quien valorase el estrambótico comportamiento de José María Ruiz Mateos, desde los días de la expropiación de Rumasa por parte del ejecutivo socialista que gobernaba en nuestro país por aquellos años, por eso yo me voy a limitar a redactar un breve obituario sin demasiados aspavientos lingüísticos. Sería fácil para mí recurrir a ellos, mucho más que en centrarme en aquello que no llamaba la atención de aquel hombre, socarrón y circunspecto a partes iguales.

Aunque yo jamás le habría confiado un solo céntimo de mis ahorros, comprendo perfectamente a todos los cientos de accionistas que creyeron en él tras su extraordinario regreso a la escena financiera española. Porque Ruiz Mateos fue algo más que un trilero. Para convencer a todos aquellos que le siguieron, aun conociéndole bien como le conocían, tuvo que poner en ejecución toda la astucia de la que sin duda era garante. Por eso yo siempre lo vi más como un encantador de serpientes, que como un mero y simple charlatán de feria. Si llegó hasta donde llegó, fue sin duda alguna por su enorme talento, lástima que no decidiese encarrilarlo hacia otros asuntos menos turbios.

Me habría gustado mucho conocerle, francamente, para entre otras cosas pedirle personalmente a él qué suerte de epitafio desearía ver grabado en su lápida mortuoria. Desde que me enteré de su fallecimiento he estado barajado algunos, poco elaborados o simples tal vez, pero estoy seguro de que le hubiesen gustado; si bien soy consciente de que jamás podré competir con él a la hora de imaginar eslóganes con los que ilustrar sus rocambolescas hazañas. Buen ejemplo de ello, es el epígrafe con el que he titulado estas páginas.

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