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Etiquetas | Hablemos sin tapujos | Europa
“En realidad, ¿no es todo esto de atribuir responsabilidad un modo de escurrir el bulto? Queremos culpar a un individuo para exonerar a todos los demás.” Julián Barnes

Europa tiembla bajo las responsabilidades que la agobian

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No sé si Europa está pasando por una época de renovación o si, en realidad, se están poniendo de relieve las verdaderas dificultades de querer pasar de una alianza económica y monetaria de la mayoría de naciones que la integran, a lo que se pretendía en el acuerdo de fundación de la UE : convertirla en una supernación, regida por unas leyes comunes y bajo el amparo de una Constitución super estatal a la que todos los miembros de la unión se pudieran acoger sin que, como ocurre actualmente, los países menos poderosos, los menos ricos y los que ocupan lugares más expuestos a conflictos con las naciones periféricas, se vieran en una situación de inferioridad respecto a los intereses de las superpotencias, las que hoy en día son las que, en la práctica, llevan la batuta de la CE, al ser las que controlan directamente los bancos centrales y los órganos supremos e instituciones tales como el mismo Parlamento Europeo.

Los ciudadanos tenemos la sensación de que, los acontecimientos externos: lo sucedido en Ucrania; los avances del EI; la invasión de inmigrantes que viene colapsando a todos los países fronterizos con las naciones en guerra de Oriente Medio; la inestabilidad de Libia, con dos gobiernos enfrentados y parte del país a merced de los terroristas; el gravísimo problema de Grecia; las diferencias existentes entre el norte de Europa rico, próspero y apenas con problemas sociales y naciones como Italia, España, Portugal o la misma Grecia que están experimentando las resacas de la terrible crisis económica, con sus secuelas de movimientos sociales, la mayoría de extrema izquierda, dispuestos a aprovechar la ocasión y el disgusto de todos aquellos, afectados por los recortes y el paro, para intentar iniciar una revolución dentro de cada nación ( empezando por España), con la que crear la inestabilidad y las protestas sociales que les permitieran avanzar en una especie de sistema neocomunista bolivariano, al estilo del que se viene instalando en Sudamérica; para intentar darle el descabello al capitalismo, con el proyecto de irlo extendiendo al resto de Europa en un intento más de establecer el viejo totalitarismo tantos años vigente en la URSS de los Lenín, Trotsky, Stalin o Bakunin.

Sea como fuere, estamos ante una situación en la que se ponen en juego diversos retos a los que deberá enfrentarse, sin más dilación, la Europa comunitaria. Hay temas que no se pueden posponer y que requieren, no obstante, una profunda reflexión si la premura que exige su solución no se atempera con una razonable valoración de las consecuencias de dejarse arrastrar por soluciones emanadas de los sentimientos humanitarias y los impulsos de corazón, sin tener en cuenta diversos factores que no pueden despreciarse porque pueden afectar directamente, tanto en la repercusión que puede suponer el dejarse invadir por cientos de miles de personas con distintas culturas, idiomas, religiones, estatus sociales y preparación; que tendrán, forzosamente, que convivir con los ciudadanos oriundos de cada nación y adaptarse a su nuevo modus vivendi; como a otro efecto, todavía más preocupante, como es el del “efecto llamada” que el acogimiento, aunque sea sólo de los refugiados políticos, ya está teniendo y, cada día, va a incrementarse, si los millones de ciudadanos de las naciones en conflicto se dan cuenta de que basta con crear problemas en las fronteras de las naciones fronterizas de la UE para que se les abran las puertas para entrar en la vieja Europa.

Lo que nos lleva a una de las facetas del conflicto que parece que ningún gobierno (seguramente por los antecedentes de la intervención de Occidente en el conflicto iraki) ha querido afrontar con toda su crudeza por el miedo que todos los mandatarios, especialmente los europeos, parecen sentir por implicarse en una campaña militar que pusiera fin al origen del éxodo de migrantes acabando, definitivamente, con el verdadero origen de la desbandada de ciudadanos de Siria, Irak, Yemen, Libia y demás naciones afectadas por la barbarie terrorista. Es obvio que la guerra debe de ser el último recurso y que no debe emprenderse sin que se hayan agotado los restantes medios diplomáticos o de cualquier otra índole con los que debe intentarse, previamente, el encontrar un arreglo aceptable a la situación creada.

Sin embargo, mucho nos tememos que cada día que se deje pasar sin que se actúe directamente en el foco del problema, cada día que se les permita a los yihadistas fortalecerse, irse apoderando de centros de producción de riqueza, como pudieran ser las destilarías y los pozos de petróleo o cada día que se les consienta reclutar más adeptos para la lucha y crear quintas columnas en las naciones europeas, dispuestas para que, en un momento determinado, se pudieran alzar en armas en contra de quienes les acogieron o, como ya ha sucedido, se dediquen a perpetrar matanzas como las que se produjeron en Francia o en Túnez; la amenaza de que este conflicto vaya adquiriendo mayores dimensiones hasta constituirse en un enfrentamiento occidente-oriente; lo que quiere decir entre países civilizados y fanáticos sin escrúpulos que no respetarán la Convención de Ginebra sobre el uso de gases o el resto de armas químicas o biológicas, lo que, posiblemente, convertiría este enfrentamiento en uno de los más terribles, inhumano y deletéreo de los que han tenido lugar en la Humanidad.

Uno, ya con muchos años sobre sus espaldas que, en ocasiones, le hacen trastabillar, puede recordar las gestiones del señor Chamberlain (protagonista en la Conferencia de Munich de 1.938) con sus vecinos europeos, intentando calmar a Francia, pretendiendo frenar los ímpetus conquistadores de A.Hitler y buscando aliados para evitar el estallido de la guerra que todos ya daban por imposible de evitar. Este retraso, la confianza de los mandatarios en que la paz era posible, fue la que hizo que la iniciativa del ejército alemán, la Waffe SS, de invadir Polonia, les cogiera a todos descolocados e incapaces de reaccionar con la celeridad y los medios que hubieran sido necesarios para parar la famosa “guerra relámpago” (Blitzkrieg), desarrollada por el potente dispositivo militar alemán. Es posible que Europa crea que puede retrasar el enfrentamiento, que puede desentenderse, limitándose a acoger a los cientos de miles de refugiados que huyen de la guerra, pero es evidente que, ante unos fanáticos islamistas que no se detienen ante nada, que masacran sin misericordia a miles de prisioneros y que imponen la ley del terror por donde sea que pasan, se podrá intentar ignorarlo pero, tarde o temprano, se deberá hacerles frente y puede que entonces ya no sea en sus dominios sino que nos veamos abocados a luchar contra ellos dentro de nuestras propias naciones.

Mientras los partidos políticos con sus disputas, con sus ansias de poder, con sus intereses partidistas y con su falta de patriotismo intentan acabar con España, los ciudadanos, inconscientes, parecen ajenos a las amenazas que nos van a llegar de fuera, aquí nos dedicamos y decidir cuántos inmigrantes vamos a tener que recibir sin saber, en realidad, lo que va a ocurrir si seguimos en Babia viendo como la guerra nos los envía a millones. Una forma insensata de afrontar un problema que nada tiene que ver con el sentimentalismo o el fácil argumento de la caridad. Lo mejor que se podría hacer para evitar su huída aterrorizada de sus naciones sería para la causa y restaurar la paz en sus países de origen. Todo lo que se haga ahora no va a servir para nada si no se cauteriza la herida por donde sangra tanta miseria.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no podemos menos que ver con pesimismo, la forma provisional y poco efectiva, de afrontar un problema cuya magnitud es evidente que no puede solucionarse con paños calientes. O es como lo vemos nosotros.

Europa tiembla bajo las responsabilidades que la agobian

“En realidad, ¿no es todo esto de atribuir responsabilidad un modo de escurrir el bulto? Queremos culpar a un individuo para exonerar a todos los demás.” Julián Barnes
Miguel Massanet
viernes, 4 de septiembre de 2015, 22:39 h (CET)
No sé si Europa está pasando por una época de renovación o si, en realidad, se están poniendo de relieve las verdaderas dificultades de querer pasar de una alianza económica y monetaria de la mayoría de naciones que la integran, a lo que se pretendía en el acuerdo de fundación de la UE : convertirla en una supernación, regida por unas leyes comunes y bajo el amparo de una Constitución super estatal a la que todos los miembros de la unión se pudieran acoger sin que, como ocurre actualmente, los países menos poderosos, los menos ricos y los que ocupan lugares más expuestos a conflictos con las naciones periféricas, se vieran en una situación de inferioridad respecto a los intereses de las superpotencias, las que hoy en día son las que, en la práctica, llevan la batuta de la CE, al ser las que controlan directamente los bancos centrales y los órganos supremos e instituciones tales como el mismo Parlamento Europeo.

Los ciudadanos tenemos la sensación de que, los acontecimientos externos: lo sucedido en Ucrania; los avances del EI; la invasión de inmigrantes que viene colapsando a todos los países fronterizos con las naciones en guerra de Oriente Medio; la inestabilidad de Libia, con dos gobiernos enfrentados y parte del país a merced de los terroristas; el gravísimo problema de Grecia; las diferencias existentes entre el norte de Europa rico, próspero y apenas con problemas sociales y naciones como Italia, España, Portugal o la misma Grecia que están experimentando las resacas de la terrible crisis económica, con sus secuelas de movimientos sociales, la mayoría de extrema izquierda, dispuestos a aprovechar la ocasión y el disgusto de todos aquellos, afectados por los recortes y el paro, para intentar iniciar una revolución dentro de cada nación ( empezando por España), con la que crear la inestabilidad y las protestas sociales que les permitieran avanzar en una especie de sistema neocomunista bolivariano, al estilo del que se viene instalando en Sudamérica; para intentar darle el descabello al capitalismo, con el proyecto de irlo extendiendo al resto de Europa en un intento más de establecer el viejo totalitarismo tantos años vigente en la URSS de los Lenín, Trotsky, Stalin o Bakunin.

Sea como fuere, estamos ante una situación en la que se ponen en juego diversos retos a los que deberá enfrentarse, sin más dilación, la Europa comunitaria. Hay temas que no se pueden posponer y que requieren, no obstante, una profunda reflexión si la premura que exige su solución no se atempera con una razonable valoración de las consecuencias de dejarse arrastrar por soluciones emanadas de los sentimientos humanitarias y los impulsos de corazón, sin tener en cuenta diversos factores que no pueden despreciarse porque pueden afectar directamente, tanto en la repercusión que puede suponer el dejarse invadir por cientos de miles de personas con distintas culturas, idiomas, religiones, estatus sociales y preparación; que tendrán, forzosamente, que convivir con los ciudadanos oriundos de cada nación y adaptarse a su nuevo modus vivendi; como a otro efecto, todavía más preocupante, como es el del “efecto llamada” que el acogimiento, aunque sea sólo de los refugiados políticos, ya está teniendo y, cada día, va a incrementarse, si los millones de ciudadanos de las naciones en conflicto se dan cuenta de que basta con crear problemas en las fronteras de las naciones fronterizas de la UE para que se les abran las puertas para entrar en la vieja Europa.

Lo que nos lleva a una de las facetas del conflicto que parece que ningún gobierno (seguramente por los antecedentes de la intervención de Occidente en el conflicto iraki) ha querido afrontar con toda su crudeza por el miedo que todos los mandatarios, especialmente los europeos, parecen sentir por implicarse en una campaña militar que pusiera fin al origen del éxodo de migrantes acabando, definitivamente, con el verdadero origen de la desbandada de ciudadanos de Siria, Irak, Yemen, Libia y demás naciones afectadas por la barbarie terrorista. Es obvio que la guerra debe de ser el último recurso y que no debe emprenderse sin que se hayan agotado los restantes medios diplomáticos o de cualquier otra índole con los que debe intentarse, previamente, el encontrar un arreglo aceptable a la situación creada.

Sin embargo, mucho nos tememos que cada día que se deje pasar sin que se actúe directamente en el foco del problema, cada día que se les permita a los yihadistas fortalecerse, irse apoderando de centros de producción de riqueza, como pudieran ser las destilarías y los pozos de petróleo o cada día que se les consienta reclutar más adeptos para la lucha y crear quintas columnas en las naciones europeas, dispuestas para que, en un momento determinado, se pudieran alzar en armas en contra de quienes les acogieron o, como ya ha sucedido, se dediquen a perpetrar matanzas como las que se produjeron en Francia o en Túnez; la amenaza de que este conflicto vaya adquiriendo mayores dimensiones hasta constituirse en un enfrentamiento occidente-oriente; lo que quiere decir entre países civilizados y fanáticos sin escrúpulos que no respetarán la Convención de Ginebra sobre el uso de gases o el resto de armas químicas o biológicas, lo que, posiblemente, convertiría este enfrentamiento en uno de los más terribles, inhumano y deletéreo de los que han tenido lugar en la Humanidad.

Uno, ya con muchos años sobre sus espaldas que, en ocasiones, le hacen trastabillar, puede recordar las gestiones del señor Chamberlain (protagonista en la Conferencia de Munich de 1.938) con sus vecinos europeos, intentando calmar a Francia, pretendiendo frenar los ímpetus conquistadores de A.Hitler y buscando aliados para evitar el estallido de la guerra que todos ya daban por imposible de evitar. Este retraso, la confianza de los mandatarios en que la paz era posible, fue la que hizo que la iniciativa del ejército alemán, la Waffe SS, de invadir Polonia, les cogiera a todos descolocados e incapaces de reaccionar con la celeridad y los medios que hubieran sido necesarios para parar la famosa “guerra relámpago” (Blitzkrieg), desarrollada por el potente dispositivo militar alemán. Es posible que Europa crea que puede retrasar el enfrentamiento, que puede desentenderse, limitándose a acoger a los cientos de miles de refugiados que huyen de la guerra, pero es evidente que, ante unos fanáticos islamistas que no se detienen ante nada, que masacran sin misericordia a miles de prisioneros y que imponen la ley del terror por donde sea que pasan, se podrá intentar ignorarlo pero, tarde o temprano, se deberá hacerles frente y puede que entonces ya no sea en sus dominios sino que nos veamos abocados a luchar contra ellos dentro de nuestras propias naciones.

Mientras los partidos políticos con sus disputas, con sus ansias de poder, con sus intereses partidistas y con su falta de patriotismo intentan acabar con España, los ciudadanos, inconscientes, parecen ajenos a las amenazas que nos van a llegar de fuera, aquí nos dedicamos y decidir cuántos inmigrantes vamos a tener que recibir sin saber, en realidad, lo que va a ocurrir si seguimos en Babia viendo como la guerra nos los envía a millones. Una forma insensata de afrontar un problema que nada tiene que ver con el sentimentalismo o el fácil argumento de la caridad. Lo mejor que se podría hacer para evitar su huída aterrorizada de sus naciones sería para la causa y restaurar la paz en sus países de origen. Todo lo que se haga ahora no va a servir para nada si no se cauteriza la herida por donde sangra tanta miseria.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no podemos menos que ver con pesimismo, la forma provisional y poco efectiva, de afrontar un problema cuya magnitud es evidente que no puede solucionarse con paños calientes. O es como lo vemos nosotros.

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