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Óscar A. Matías

Programas educativos en campaña

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Sonó el pistoletazo de salida. De aquí a unas semanas, los españoles nos vemos en las urnas. Y mientras tanto, nuestros políticos, a tocar la flauta a ver quién consigue ganarse más votos, cual si fueran un Hamelin. Y oiremos promesas, leeremos propuestas, escucharemos discursos cargados de comprensión hacia el pobre pueblo llano, pobres de nosotros, que al final ya no sabes a quién hacer más caso. Porque luego, a la hora de la verdad, vendrán los pactos que mezclados con los intereses particulares harán que muchas propuestas queden en aguas de borrajas. No nos engañemos.

Y como lo que vende y está de moda es hablar de educación, ya empiezan a repiquetear proposiciones cargadas de buenas intenciones, con las que se piensa arreglar el panorama educativo español. A veces hacen falta estas semanas de campaña, para que padres y docentes puedan soñar despiertos, para acabar descubriendo que todo hubiera sido muy bonito… pero nada.

Al final, los que acaban pagando las consecuencias, son los propios hijos. A ellos les da igual, muchos ni se percatan de tanta ley educativa. Ni son conscientes de su aflictiva situación, convertidos en conejitos de indias en manos de unos poderes públicos que en lugar de velar por ellos buscan sus propios intereses.

Y mientras tanto el cuerpo docente, que es el que debe asumir tanta incongruencia, clamando a gritos soluciones prácticas y concretas, fruto de su propia experiencia y de la misma realidad que ven y viven en sus propias carnes. Quizás será que para acallar sus gritos salgan a la luz noticias recientes como la que en la secundaria los docentes dan 16 horas semanales de clase efectiva frente a una jornada laboral de 37. “¿Y a qué dedicarán el resto de su tiempo?”, alguno pueda preguntarse. La verdad es que, lamentablemente, hoy en día además de las obligaciones propias de sus funciones también están las de ejercer casi de padre y de madre a la vez. De todos modos, como me comentaba un colega de trabajo, no debemos olvidar que hay políticos que cobran más, trabajan menos, y son los que han creado esa maravilla educativa llamada LOGSE.

Los resultados electorales, y las consiguientes medidas gubernamentales, serán los que acabarán por decidir los nuevos sistemas educativos que, si a la larga no dan buenos resultados, siempre quedará la excusa de acusar a los profesores porque no supieron poner en buena práctica el sistema. Y si no, también queda el recurso de acusar a los padres de su falta de preocupación que hoy en día tienen con sus hijos, para acabar rizando el rizo.

Y los alumnos, satisfechos todos ellos, seguirán sin leer un libro, exigirán más motivación y menos esfuerzo, suplicarán menos exámenes, se escurrirán de hacer los deberes, incumplirán las normas establecidas en el aula y se lo pasarán en grande viendo cómo los adultos gastamos nuestras energías en encontrar soluciones al fracaso escolar.

Por fortuna, el sentido común aun impera en la mayor parte de la sociedad. Frente a tanta zumba y pulla, la mayor parte de los docentes adquieren espíritu de sacrificio, luchan por sacar adelante a sus alumnos (a pesar de tanta ley educativa y utopía política), ingeniándoselas por rendir al máximo con competencia profesional.

Y por parte de los padres, del mismo modo, luchando por sacar adelante sus hijos, haciendo frente a las adversidades del ambiente, dándose lo mejor de sí mismos.

Al fin y al cabo, el problema no está ni el la Educación para la Ciudadanía ni en el estudio obligatorio de la Constitución que ahora se propugna desde otros sectores. La realidad va mucho más allá, el problema es más de fondo.

Parece difícil creer que en una sociedad avanzada y desarrollada como la nuestra, no seamos capaces de acertar sobre aquello que es lo más vital y necesario. Quizás con los años, sean nuestros hijos –los mismos que han sufrido las consecuencias de nuestros propios errores- los que acaben encontrando la solución. Tiempo al tiempo.

Programas educativos en campaña

Óscar A. Matías
Óscar A. Matías
martes, 29 de enero de 2008, 23:24 h (CET)
Sonó el pistoletazo de salida. De aquí a unas semanas, los españoles nos vemos en las urnas. Y mientras tanto, nuestros políticos, a tocar la flauta a ver quién consigue ganarse más votos, cual si fueran un Hamelin. Y oiremos promesas, leeremos propuestas, escucharemos discursos cargados de comprensión hacia el pobre pueblo llano, pobres de nosotros, que al final ya no sabes a quién hacer más caso. Porque luego, a la hora de la verdad, vendrán los pactos que mezclados con los intereses particulares harán que muchas propuestas queden en aguas de borrajas. No nos engañemos.

Y como lo que vende y está de moda es hablar de educación, ya empiezan a repiquetear proposiciones cargadas de buenas intenciones, con las que se piensa arreglar el panorama educativo español. A veces hacen falta estas semanas de campaña, para que padres y docentes puedan soñar despiertos, para acabar descubriendo que todo hubiera sido muy bonito… pero nada.

Al final, los que acaban pagando las consecuencias, son los propios hijos. A ellos les da igual, muchos ni se percatan de tanta ley educativa. Ni son conscientes de su aflictiva situación, convertidos en conejitos de indias en manos de unos poderes públicos que en lugar de velar por ellos buscan sus propios intereses.

Y mientras tanto el cuerpo docente, que es el que debe asumir tanta incongruencia, clamando a gritos soluciones prácticas y concretas, fruto de su propia experiencia y de la misma realidad que ven y viven en sus propias carnes. Quizás será que para acallar sus gritos salgan a la luz noticias recientes como la que en la secundaria los docentes dan 16 horas semanales de clase efectiva frente a una jornada laboral de 37. “¿Y a qué dedicarán el resto de su tiempo?”, alguno pueda preguntarse. La verdad es que, lamentablemente, hoy en día además de las obligaciones propias de sus funciones también están las de ejercer casi de padre y de madre a la vez. De todos modos, como me comentaba un colega de trabajo, no debemos olvidar que hay políticos que cobran más, trabajan menos, y son los que han creado esa maravilla educativa llamada LOGSE.

Los resultados electorales, y las consiguientes medidas gubernamentales, serán los que acabarán por decidir los nuevos sistemas educativos que, si a la larga no dan buenos resultados, siempre quedará la excusa de acusar a los profesores porque no supieron poner en buena práctica el sistema. Y si no, también queda el recurso de acusar a los padres de su falta de preocupación que hoy en día tienen con sus hijos, para acabar rizando el rizo.

Y los alumnos, satisfechos todos ellos, seguirán sin leer un libro, exigirán más motivación y menos esfuerzo, suplicarán menos exámenes, se escurrirán de hacer los deberes, incumplirán las normas establecidas en el aula y se lo pasarán en grande viendo cómo los adultos gastamos nuestras energías en encontrar soluciones al fracaso escolar.

Por fortuna, el sentido común aun impera en la mayor parte de la sociedad. Frente a tanta zumba y pulla, la mayor parte de los docentes adquieren espíritu de sacrificio, luchan por sacar adelante a sus alumnos (a pesar de tanta ley educativa y utopía política), ingeniándoselas por rendir al máximo con competencia profesional.

Y por parte de los padres, del mismo modo, luchando por sacar adelante sus hijos, haciendo frente a las adversidades del ambiente, dándose lo mejor de sí mismos.

Al fin y al cabo, el problema no está ni el la Educación para la Ciudadanía ni en el estudio obligatorio de la Constitución que ahora se propugna desde otros sectores. La realidad va mucho más allá, el problema es más de fondo.

Parece difícil creer que en una sociedad avanzada y desarrollada como la nuestra, no seamos capaces de acertar sobre aquello que es lo más vital y necesario. Quizás con los años, sean nuestros hijos –los mismos que han sufrido las consecuencias de nuestros propios errores- los que acaben encontrando la solución. Tiempo al tiempo.

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