Nada se sabe a ciencia cierta sobre la vida de Laozi. Incluso su existencia real está puesta en duda, aunque se le asigna un puesto contemporáneo a Confucio o Huangzi, todos ellos vinculados a la época de “los reinos combatientes” (que parte del siglo V a.C. y se desarrolló hasta el siglo II a.C. con la unificación del imperio chino por parte de la dinastía Qin).
A Laozi se le atribuye, no obstante, la autoría del famoso Dao De Jing y es ésta una obra interesante, porque dibuja una de las concepciones centrales del pensamiento chino: el vacío (lo ausente).
Cabe decir que la arqueología ha querido que se encontrasen tres versiones distintas de la obra, y que la que se traduce normalmente es la de Wang Bi, que data del siglo III d.C.
En el capítulo undécimo de la versión canónica de Wang Bi se dice: “Se labra el barro para hacer vasijas, mas en su nada radica la utilidad de la vasija”. Básicamente, podemos decir que la esencia de la vasija radica su utilidad y ésta en su interior vacío, en su nada.
Es éste el tipo de afirmaciones que pone en un aprieto al occidental acomodado en la pauta de Parménides que fija que “el ser es y el no ser no es”.
Y lo mismo pasa con el agua (metáfora recurrente también en el célebre “El Arte de la Guerra” de Sunzi). ¿Recuerdan el famoso anuncio de Bruce Lee? El agua tiene la facultad de no tener forma, no tener color, no tener sabor...
El agua es agua por lo que no es, y es precisamente el no-ser lo que sitúa al agua en una posición de privilegio, pues puede adaptarse a cualquier superficie, puede adoptar cualquier color y, gracias al dispositivo adecuado, puede doblegar cualquier objeto sólido.
Pero sólo gracias a la parte material del mundo podemos apreciar los beneficios de la parte vacía, ausente e invisible a nuestros ojos y a nuestro total entendimiento. En lo visible se evidencia la existencia de lo invisible.
Es quizás algo así lo que intuía el zorro domesticado cuando, al despedirse del Principito le desvela su secreto: “lo esencial es invisible a los ojos”.