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Gonzalo G. Velasco

Oscar 2008: Cumbres borrascosas

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Suele decirse que el hecho de pasearse por la alfombra roja de los Oscars de Hollywood supone que el que lo haga, ya sea intérprete, técnico, productor o incluso un marmolillo sin talento como Orlando Bloom, ha llegado a la cumbre, pero en este año que nos ocupa, hogueras de vanidades al margen, el caso es que las cumbres están de lo más borrascosas. En primer lugar, porque con todo el lío (justificadísimo lío, a mi modo de ver), de la huelga de guionistas, a más de un profesional de la progresía políticamente correcta le deben estar apareciendo todo tipo de úlceras en el estomago de tanto tragarse la bilis por la amenaza de tormenta sobre sus egos, en segundo lugar, porque muchos de los egos que realmente sí merecen un reconocimiento a su trabajo, como la meticulosidad de David Fincher tras las cámaras en Zodiac, de Joe Wright en Expiación (aprovecho para recomendarles, por segunda semana consecutiva, que no se pierdan el asombroso plano secuencia de la elegía de Dunkerque), los recitales interpretativos, en esta misma película, de Vanessa Redgrave, James McAvoy, Romola Garai o, (jamás pensé que fuera a escribir esto), Keira Knightley, de la debutante Nikki Blonsky en el Hairspray de Adam Shankman (película también ignorada en las categorías musicales), la estupenda labor de maquillaje del Sweeney Todd de Tim Burton (inferior, de acuerdo con los académicos, a la de Norbit) o el innovador tratamiento visual desarrollado para 300, de Zack Snyder, ni siquiera han sido nominados en sus respectivos apartados. Eso por no hablar de El Ultimátum de Bourne, de Paul Greengrass, que no por tratarse de una película pródiga en adrenalina y de gran taquilla debería conformarse con premios técnicos menores como montaje y montaje de sonido cuando refleja mejor que cualquier otra película norteamericana en que consiste de verdad el lenguaje del cine.

En el lado contrario de la balanza la terna de nominados incluye una serie de obras resultonas que responden más a modas puntuales que a otra cosa. Así, Michael Clayton, tal vez la gran sorpresa de entre las seleccionadas con mayores posibilidades, cumple el papel de la película comprometida y con mensaje avalada por George Clooney tan de moda en los últimos años. Su trama anticorporativista resulta ideal para seguir barnizando de liberalismo unos premios teóricamente muy concienzados pero que no se atreven a entrar a saco con obras más agrestes como Redacted, Charlie Wilson´s War o In The Valley of Elah. Por mí, de perlas, porque empiezo a sentir la misma sensación de pesadez abdominal asistiendo semana sí, semana no, a estos atracones de mala conciencia bélica que cuando nos invadían los espectros asiáticos de pelo largo y dientes castañeteantes que tanto daño han hecho al fantástico nipón en los últimos años.

La otra moda puntual es la de Juno. Esta película de Jason Reitman guionizada por la ex stripper Diablo Cody (con un nombre así, esta chica seguro que lee el país semanal en un retrete de tapa fluorescente mientras postea en algún blog de medio pelo poesías chuscas sobre el desamor en los tiempos del cólera), sigue la estela de Pequeña Miss Sunshine y juega sus bazas de comedia humilde, interesante pero masiva para ganarse al público más envarado dándole lo mismo que Superbad o Lío Embarazoso sin que se entere, pues de lo contrario no se sentirían espectadores de los de gafapasta en astillero, como le ocurre al público de otro nominado prescindible: Michael Moore.

Si la fabrica de sueños conservara el glamour de otras épocas no tan lejanas, en sus ceremonias de entrega de premios nunca irrumpiría un gaznápiro con problemas de autoestima de semejante calaña, y si además en ella existiera la justicia poética, sería el propio gordo de Michigan, y no Heath Ledger, un actor de sobrada calidad, quien pasaría a mejor vida esta semana. Pensando en cosas como esta se me ocurre que quizás la cancelación de la ceremonia de los Oscars por culpa de la huelga de guionistas no sea tan trágico después de todo. Preferiría que se cargaran los Goya, eso si, pero ya se sabe que los buenos espectáculos, aquellos que nos entretienen y emocionan, como Los Puentes de Madison, surgen sobre la base de no darle al espectador lo que quiere. O al menos, de retardarlo. Los americanos siempre han sido unos maestros en este tipo de malabarismos. Cuando los de aquí dejen de jugar al diábolo en una plaza llena de gente a la que no les interesa en absoluto lo que hacen, tal vez logren levantarles las faldas a Hollywood. Entretanto, urge tocar la flauta a ver si suena… o dejan propina. Algunos, como Fresnadillo, Bayona y Vigalondo, ya lo han conseguido.

Oscar 2008: Cumbres borrascosas

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
miércoles, 26 de marzo de 2008, 02:37 h (CET)
Suele decirse que el hecho de pasearse por la alfombra roja de los Oscars de Hollywood supone que el que lo haga, ya sea intérprete, técnico, productor o incluso un marmolillo sin talento como Orlando Bloom, ha llegado a la cumbre, pero en este año que nos ocupa, hogueras de vanidades al margen, el caso es que las cumbres están de lo más borrascosas. En primer lugar, porque con todo el lío (justificadísimo lío, a mi modo de ver), de la huelga de guionistas, a más de un profesional de la progresía políticamente correcta le deben estar apareciendo todo tipo de úlceras en el estomago de tanto tragarse la bilis por la amenaza de tormenta sobre sus egos, en segundo lugar, porque muchos de los egos que realmente sí merecen un reconocimiento a su trabajo, como la meticulosidad de David Fincher tras las cámaras en Zodiac, de Joe Wright en Expiación (aprovecho para recomendarles, por segunda semana consecutiva, que no se pierdan el asombroso plano secuencia de la elegía de Dunkerque), los recitales interpretativos, en esta misma película, de Vanessa Redgrave, James McAvoy, Romola Garai o, (jamás pensé que fuera a escribir esto), Keira Knightley, de la debutante Nikki Blonsky en el Hairspray de Adam Shankman (película también ignorada en las categorías musicales), la estupenda labor de maquillaje del Sweeney Todd de Tim Burton (inferior, de acuerdo con los académicos, a la de Norbit) o el innovador tratamiento visual desarrollado para 300, de Zack Snyder, ni siquiera han sido nominados en sus respectivos apartados. Eso por no hablar de El Ultimátum de Bourne, de Paul Greengrass, que no por tratarse de una película pródiga en adrenalina y de gran taquilla debería conformarse con premios técnicos menores como montaje y montaje de sonido cuando refleja mejor que cualquier otra película norteamericana en que consiste de verdad el lenguaje del cine.

En el lado contrario de la balanza la terna de nominados incluye una serie de obras resultonas que responden más a modas puntuales que a otra cosa. Así, Michael Clayton, tal vez la gran sorpresa de entre las seleccionadas con mayores posibilidades, cumple el papel de la película comprometida y con mensaje avalada por George Clooney tan de moda en los últimos años. Su trama anticorporativista resulta ideal para seguir barnizando de liberalismo unos premios teóricamente muy concienzados pero que no se atreven a entrar a saco con obras más agrestes como Redacted, Charlie Wilson´s War o In The Valley of Elah. Por mí, de perlas, porque empiezo a sentir la misma sensación de pesadez abdominal asistiendo semana sí, semana no, a estos atracones de mala conciencia bélica que cuando nos invadían los espectros asiáticos de pelo largo y dientes castañeteantes que tanto daño han hecho al fantástico nipón en los últimos años.

La otra moda puntual es la de Juno. Esta película de Jason Reitman guionizada por la ex stripper Diablo Cody (con un nombre así, esta chica seguro que lee el país semanal en un retrete de tapa fluorescente mientras postea en algún blog de medio pelo poesías chuscas sobre el desamor en los tiempos del cólera), sigue la estela de Pequeña Miss Sunshine y juega sus bazas de comedia humilde, interesante pero masiva para ganarse al público más envarado dándole lo mismo que Superbad o Lío Embarazoso sin que se entere, pues de lo contrario no se sentirían espectadores de los de gafapasta en astillero, como le ocurre al público de otro nominado prescindible: Michael Moore.

Si la fabrica de sueños conservara el glamour de otras épocas no tan lejanas, en sus ceremonias de entrega de premios nunca irrumpiría un gaznápiro con problemas de autoestima de semejante calaña, y si además en ella existiera la justicia poética, sería el propio gordo de Michigan, y no Heath Ledger, un actor de sobrada calidad, quien pasaría a mejor vida esta semana. Pensando en cosas como esta se me ocurre que quizás la cancelación de la ceremonia de los Oscars por culpa de la huelga de guionistas no sea tan trágico después de todo. Preferiría que se cargaran los Goya, eso si, pero ya se sabe que los buenos espectáculos, aquellos que nos entretienen y emocionan, como Los Puentes de Madison, surgen sobre la base de no darle al espectador lo que quiere. O al menos, de retardarlo. Los americanos siempre han sido unos maestros en este tipo de malabarismos. Cuando los de aquí dejen de jugar al diábolo en una plaza llena de gente a la que no les interesa en absoluto lo que hacen, tal vez logren levantarles las faldas a Hollywood. Entretanto, urge tocar la flauta a ver si suena… o dejan propina. Algunos, como Fresnadillo, Bayona y Vigalondo, ya lo han conseguido.

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