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Y dando gracias a Dios por haber sobrevivido en la patera y no haber engrosado las filas de esa tumba de agua llamada Mediterráneo

El extranjero

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Es inútil mirar para otro lado en lo relativo a la grave crisis que está viviendo Europa con la oleada de desplazados de Siria e Irak como consecuencia de la guerra generalizada de esos países en los que ya no se sabe quien lucha contra quien pues el territorio está caóticamente dividido en multitud de trozos, cada uno en manos de un señor de la guerra, ya sea el jefe del Estado sirio─o lo que queda de él─, los del autollamado Estado Islámico, los kurdos o sabe Dios quien más.

La dramática consecuencia de esta sinrazón es el exterminio de la población inocente que nada tiene que ver con esa espiral de odio y cuya única salida, tras perderlo todo por las bombas, es simplemente huir con lo puesto por si acaso pueden salvar lo único que les queda, que es solamente la vida.

Esa huída les ha llevado, tirando hacia el norte, a Europa. En este mes de agosto han llegado a Europa nada más y nada menos que 300.000 sirios, la mayor cantidad de desplazados desde la segunda guerra mundial. Quienes han llegado no son delincuentes ni gentes de mal vivir ni la escoria de Siria, sino gentes de clase media que hasta hace poco tiempo trabajaban con normalidad y sacaban adelante su país como la clase media de cualquier país europeo. De la noche a la mañana han pasado de ser clase media a ser indigentes, sin nada que llevarse a la boca, sin una mala colchoneta donde dormir en la calle, por supuesto, sin seguridad social, sin sanidad, sin pensión, sin sueldo, sin trabajo, sin conocer el idioma del país en donde han caído, sin parientes, sin amigos, sin títulos de propiedad de algún bien inmueble, si es que en Siria tenían alguno.

En una palabra, en el desamparo total, sin un pasado que les avale y sin un futuro en el horizonte. Y dando gracias a Dios por haber sobrevivido en la patera y no haber engrosado las filas de esa tumba de agua llamada Mediterráneo.

Este es el panorama que los países opulentos de Europa tenemos delante estos días y que ha provocado un menudeo de reuniones de políticos de distintos países, perplejos sobre qué hacer, porque esto no estaba previsto en el programa.

Una situación como esta pone a prueba el modo de ser de las personas y los países. En las reuniones habidas se habla de cuotas de reparto de desplazados. Curiosamente, se está viendo en esas reuniones de los representantes de los distintos países europeos la postura mayoritaria de establecer topes de admisión de desplazados. Nadie se ofrece a fijar un mínimo dejando sin limitar el máximo, sino al revés: Todos ponen un tope por encima del cual no están dispuestos a admitir más desplazados. Si hay más, que los acoja otro.

Las razones son muy simples: La admisión por encima de cierta cantidad de desplazados, desequilibraría el Estado del bienestar de los nacionales europeos; no se va a permitir que los impuestos de esos nacionales sirvan para mantener gratuitamente a esos sirios y para atenderles médicamente cuando estos últimos no han puesto ni un euro. Su problema no es nuestro problema.

Entonces, si todos los países europeos actúan así ¿les vamos a dejar morir? Porque realmente, esa es su única alternativa. Afortunadamente, Angela Merkel ha declarado esta semana que la postura de Europa debe de ser la de la generosidad y la solidaridad por cuanto nosotros somos los países ricos y hemos de evitar el egoísmo.

Esta postura me recuerda la referencia constante y muy abundante de la Biblia en la que Dios no deja de recordar al pueblo judío la necesidad de la hospitalidad y de acogida al extranjero con el argumento reiterado de que el pueblo hebreo también soportó la experiencia de tener que vivir en un país extranjero.

La historia da muchas vueltas porque la historia siempre se está moviendo. Conviene no olvidar esto. La desgracia de Siria nos puede tocar vivirla en un futuro. Nunca se sabe. Nuestro deber moral es tratarles como querríamos que nos tratasen si estuviésemos en esa situación. Si para eso hemos de empobrecernos, nos empobreceremos con gusto. Es evidente que quien reparte se hace más pobre. Pero a los europeos nos vendría muy bien ser más pobres. Nos veríamos enriquecidos en otro orden. Yo creo que esos sirios son una bendición de Dios que hay que aprovechar.

El extranjero

Y dando gracias a Dios por haber sobrevivido en la patera y no haber engrosado las filas de esa tumba de agua llamada Mediterráneo
Antonio Moya Somolinos
viernes, 28 de agosto de 2015, 22:52 h (CET)
Es inútil mirar para otro lado en lo relativo a la grave crisis que está viviendo Europa con la oleada de desplazados de Siria e Irak como consecuencia de la guerra generalizada de esos países en los que ya no se sabe quien lucha contra quien pues el territorio está caóticamente dividido en multitud de trozos, cada uno en manos de un señor de la guerra, ya sea el jefe del Estado sirio─o lo que queda de él─, los del autollamado Estado Islámico, los kurdos o sabe Dios quien más.

La dramática consecuencia de esta sinrazón es el exterminio de la población inocente que nada tiene que ver con esa espiral de odio y cuya única salida, tras perderlo todo por las bombas, es simplemente huir con lo puesto por si acaso pueden salvar lo único que les queda, que es solamente la vida.

Esa huída les ha llevado, tirando hacia el norte, a Europa. En este mes de agosto han llegado a Europa nada más y nada menos que 300.000 sirios, la mayor cantidad de desplazados desde la segunda guerra mundial. Quienes han llegado no son delincuentes ni gentes de mal vivir ni la escoria de Siria, sino gentes de clase media que hasta hace poco tiempo trabajaban con normalidad y sacaban adelante su país como la clase media de cualquier país europeo. De la noche a la mañana han pasado de ser clase media a ser indigentes, sin nada que llevarse a la boca, sin una mala colchoneta donde dormir en la calle, por supuesto, sin seguridad social, sin sanidad, sin pensión, sin sueldo, sin trabajo, sin conocer el idioma del país en donde han caído, sin parientes, sin amigos, sin títulos de propiedad de algún bien inmueble, si es que en Siria tenían alguno.

En una palabra, en el desamparo total, sin un pasado que les avale y sin un futuro en el horizonte. Y dando gracias a Dios por haber sobrevivido en la patera y no haber engrosado las filas de esa tumba de agua llamada Mediterráneo.

Este es el panorama que los países opulentos de Europa tenemos delante estos días y que ha provocado un menudeo de reuniones de políticos de distintos países, perplejos sobre qué hacer, porque esto no estaba previsto en el programa.

Una situación como esta pone a prueba el modo de ser de las personas y los países. En las reuniones habidas se habla de cuotas de reparto de desplazados. Curiosamente, se está viendo en esas reuniones de los representantes de los distintos países europeos la postura mayoritaria de establecer topes de admisión de desplazados. Nadie se ofrece a fijar un mínimo dejando sin limitar el máximo, sino al revés: Todos ponen un tope por encima del cual no están dispuestos a admitir más desplazados. Si hay más, que los acoja otro.

Las razones son muy simples: La admisión por encima de cierta cantidad de desplazados, desequilibraría el Estado del bienestar de los nacionales europeos; no se va a permitir que los impuestos de esos nacionales sirvan para mantener gratuitamente a esos sirios y para atenderles médicamente cuando estos últimos no han puesto ni un euro. Su problema no es nuestro problema.

Entonces, si todos los países europeos actúan así ¿les vamos a dejar morir? Porque realmente, esa es su única alternativa. Afortunadamente, Angela Merkel ha declarado esta semana que la postura de Europa debe de ser la de la generosidad y la solidaridad por cuanto nosotros somos los países ricos y hemos de evitar el egoísmo.

Esta postura me recuerda la referencia constante y muy abundante de la Biblia en la que Dios no deja de recordar al pueblo judío la necesidad de la hospitalidad y de acogida al extranjero con el argumento reiterado de que el pueblo hebreo también soportó la experiencia de tener que vivir en un país extranjero.

La historia da muchas vueltas porque la historia siempre se está moviendo. Conviene no olvidar esto. La desgracia de Siria nos puede tocar vivirla en un futuro. Nunca se sabe. Nuestro deber moral es tratarles como querríamos que nos tratasen si estuviésemos en esa situación. Si para eso hemos de empobrecernos, nos empobreceremos con gusto. Es evidente que quien reparte se hace más pobre. Pero a los europeos nos vendría muy bien ser más pobres. Nos veríamos enriquecidos en otro orden. Yo creo que esos sirios son una bendición de Dios que hay que aprovechar.

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