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Y la emigración acabará con Europa

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En Europa llevamos cientos de años de civilización, de superación, de progreso. Somos la envidia de medio mundo, una envidia que nos hemos ganado con trabajo, con muchas generaciones de europeos sacrificados, aguantando enormes esfuerzos por hacer de nuestra tierra un lugar mejor.

Nuestros abuelos y nuestros padres, nuestros antepasados todos, lucharon toda su vida por ganarse el pan. Y con el pan se ganaban un lugar donde reposar tras la jornada, una educación para sus hijos, unas jornadas laborales cada vez más civilizadas y menos esclavistas, unas condiciones de vida que ahora son la envidia de medio mundo.

Cultura, civilización, sanidad, educación… ¡vacaciones!, son consecuencia lógica de todo ese esfuerzo de siglos, esfuerzo que continuamos nosotros preparando el futuro de nuestros hijos. Hemos pasado grandes penalidades -guerra tras guerra- que desembocaron en dos tragedias mundiales, pero al final hemos construido una sociedad apetecible, donde brilla cierto orden y prosperidad y una lógica que, aún con flagrantes injusticias, se imponen.

Somos la envidia de todos los pueblos en dificultades; allá donde hay hambre, penurias, guerra, destrucción, dolor y miseria vuelven los ojos hacia nosotros. Millones de personas de África, de Asia ahora, quieren venir para instalarse en el confortable paraíso europeo. Pero este paraíso tiene un límite, no cabe toda la humanidad en él, no hay recursos alimenticios, no hay posibilidad de aceptar a todos aquellos desgraciados que insisten en venir a vivir con nosotros. El Estado reventaría, los Estados se disolverían en su imposibilidad de atender a todas las necesidades surgidas tan de repente. Seguridad, comunicaciones, orden, trabajo, educación, sanidad e higiene serían insoportables. El mundo se deslizaría hacia una época de terror representada mil veces en películas catastrofistas…

Aunque es posible que el mundo termine en una sucesión de guerras apocalípticas hemos de evitar que sea así. Y el primer paso es impedir que esta emigración masiva nos arruine el mundo placentero y relativamente descansado en que vivimos; hay que evitar que estos desheredados que cruzan el Mediterráneo en ataúdes navegables arrastren sus vidas hasta nosotros, debemos evitar que los parias que vienen de zonas conflictivas como Siria vengan a la Europa por la que nuestros abuelos lucharon, por la que nosotros estamos dejándonos la existencia. Su presencia tan masiva como se anuncia será la ruina. Hay que impedirles venir.

Y la mejor manera es comprometiéndose en el futuro de sus malhadadas tierras. Europa no puede encogerse de hombros ante tanta ruina, ante tanta hambre, ante tanta muerte. Europa es cómplice de la destrucción de Siria; la Europa colonial es corresponsable de la miseria africana. Europa, Occidente entero, debe poner orden en tanta miseria, debe implicarse por completo en el desarrollo económico, social y democrático del mundo. La única manera definitiva de impedir que millones de personas desheredadas vengan a morir a nuestros muy democráticos campos de concentración a las puertas de la rica Alemania es darles razones para quedarse en su casa, darles motivos económicos, sociales, culturales, laborales y democráticos para no venir. Europa debería hacerlo altruistamente, pero aunque solo fuese por egoísmo, por asegurar el devenir de nuestra civilización debería hacerlo.

Sí, sí, sé que eso implica millones y millones que habría que detraer de otros lados y sobre todo en más de un caso también implica ataúdes volviendo a Europa envueltos en banderas… Ah, ya, a eso los civilizados europeos no estamos dispuestos… Pues al tiempo, señores.

Y la emigración acabará con Europa

Pedro de Hoyos
miércoles, 26 de agosto de 2015, 06:55 h (CET)
En Europa llevamos cientos de años de civilización, de superación, de progreso. Somos la envidia de medio mundo, una envidia que nos hemos ganado con trabajo, con muchas generaciones de europeos sacrificados, aguantando enormes esfuerzos por hacer de nuestra tierra un lugar mejor.

Nuestros abuelos y nuestros padres, nuestros antepasados todos, lucharon toda su vida por ganarse el pan. Y con el pan se ganaban un lugar donde reposar tras la jornada, una educación para sus hijos, unas jornadas laborales cada vez más civilizadas y menos esclavistas, unas condiciones de vida que ahora son la envidia de medio mundo.

Cultura, civilización, sanidad, educación… ¡vacaciones!, son consecuencia lógica de todo ese esfuerzo de siglos, esfuerzo que continuamos nosotros preparando el futuro de nuestros hijos. Hemos pasado grandes penalidades -guerra tras guerra- que desembocaron en dos tragedias mundiales, pero al final hemos construido una sociedad apetecible, donde brilla cierto orden y prosperidad y una lógica que, aún con flagrantes injusticias, se imponen.

Somos la envidia de todos los pueblos en dificultades; allá donde hay hambre, penurias, guerra, destrucción, dolor y miseria vuelven los ojos hacia nosotros. Millones de personas de África, de Asia ahora, quieren venir para instalarse en el confortable paraíso europeo. Pero este paraíso tiene un límite, no cabe toda la humanidad en él, no hay recursos alimenticios, no hay posibilidad de aceptar a todos aquellos desgraciados que insisten en venir a vivir con nosotros. El Estado reventaría, los Estados se disolverían en su imposibilidad de atender a todas las necesidades surgidas tan de repente. Seguridad, comunicaciones, orden, trabajo, educación, sanidad e higiene serían insoportables. El mundo se deslizaría hacia una época de terror representada mil veces en películas catastrofistas…

Aunque es posible que el mundo termine en una sucesión de guerras apocalípticas hemos de evitar que sea así. Y el primer paso es impedir que esta emigración masiva nos arruine el mundo placentero y relativamente descansado en que vivimos; hay que evitar que estos desheredados que cruzan el Mediterráneo en ataúdes navegables arrastren sus vidas hasta nosotros, debemos evitar que los parias que vienen de zonas conflictivas como Siria vengan a la Europa por la que nuestros abuelos lucharon, por la que nosotros estamos dejándonos la existencia. Su presencia tan masiva como se anuncia será la ruina. Hay que impedirles venir.

Y la mejor manera es comprometiéndose en el futuro de sus malhadadas tierras. Europa no puede encogerse de hombros ante tanta ruina, ante tanta hambre, ante tanta muerte. Europa es cómplice de la destrucción de Siria; la Europa colonial es corresponsable de la miseria africana. Europa, Occidente entero, debe poner orden en tanta miseria, debe implicarse por completo en el desarrollo económico, social y democrático del mundo. La única manera definitiva de impedir que millones de personas desheredadas vengan a morir a nuestros muy democráticos campos de concentración a las puertas de la rica Alemania es darles razones para quedarse en su casa, darles motivos económicos, sociales, culturales, laborales y democráticos para no venir. Europa debería hacerlo altruistamente, pero aunque solo fuese por egoísmo, por asegurar el devenir de nuestra civilización debería hacerlo.

Sí, sí, sé que eso implica millones y millones que habría que detraer de otros lados y sobre todo en más de un caso también implica ataúdes volviendo a Europa envueltos en banderas… Ah, ya, a eso los civilizados europeos no estamos dispuestos… Pues al tiempo, señores.

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